martes, 10 de noviembre de 2015

LOS CONSEJOS NO PEDIDOS Y LAS MODAS: EL TERROR DE LOS PADRES

      ¿Se acuerdan del cuento del padre y el hijo que van en burra y que todo el mundo tiene que decirles cómo han de ir? Yo lo recordé el otro día por una anécdota y, desde entonces, no paro de darle vueltas.
       Está claro que en la educación de los niños participa la tribu. No puede ser de otra manera porque todo, absolutamente todo, influye en quiénes somos y en cómo somos. Pero también es cierto que, al menos en nuestra sociedad, los últimos responsables o al menos los principales responsables de la educación de nuestros hijos somos los padres. Que menuda tarea nos hemos buscado, la verdad, porque nadie nace aprendido, porque esto no se estudia en ninguna escuela o universidad y porque la única manera de aprender es el ensayo error. ¡Ah! Y porque hemos de asumir que nunca vamos a hacerlo bien y que nuestros hijos nos van a echar en cara el resto de sus vidas todos y cada uno de nuestros errores, así que, cada día hemos de tomar nuestra cucharada de humildad.
       Yo creo que debemos estar haciéndolo realmente mal, porque la tribu se siente en la obligación de estar dándonos consejos constantemente y nadie aconseja al que lo hace bien. Pero lo cierto es que, a veces, estos consejos no pedidos están sometidos al imperio de las modas y hacen más mal que bien.
       Voy a poner algunos ejemplos en los que seguramente se verán reflejados todos mis colegas de profesión (o voluntariado porque lo de ser padres no es retribuido, a pesar de que algunos maestros, a raíz del debate de los últimos días, proponen que a nosotros también se nos baje el sueldo, debe ser que no tienen hijos y no saben que son un saco sin fondo en que no para de entrar dinero pero de donde nunca se saca).
        Parece ser que la cosa empieza cuando una mujer está embarazada. Me cuentan -ya saben que yo cambié el parto por una sentencia-, que últimamente los médicos, matronas y demás personal sanitario les explican los múltiples beneficios de la lactancia materna. Hasta aquí nada que objetar, si no fuera porque algunos profesionales se toman muy a pecho, nunca mejor dicho, la difusión de esta forma tradicional de alimentación y empiezan a gotear consejos, cual estalactitas, para alcanzar la maternidad óptima sobre las cabezas hormonadas de las futuras madres, quienes absorben y a su vez crean estalagmitas maternales que las distinguirán por excelentes frente a aquellas pésimas mujeres y peores madres que no pueden o no quieren dar el pecho a sus retoños.
       Una vez nacida la criatura, se la lleva al pediatra para que la registre –quiero decir, controle–, y me cuenta una amiga que el pediatra le dijo que debía darle el pecho a demanda, así que la pobre iba todo el día con la teta fuera porque debía enchufársela al churumbel cada vez que éste hacía “uec”. Además este amable señor era de la liga antichupete y prefería que el niño de mi amiga chupara pezón, Así que como mi sobrino adoptivo nació en noviembre, mi amiga y casi hermana fue de pulmonía en pulmonía hasta que, en febrero, el pediatra fue sustituido, por ignotas razones, por otro colega al que estas recomendaciones le parecían una solemne tontería que iban a provocar que el niño no tuviese adquirido un horario de comida como dios manda, con lo que le pautó unas horas concretas de alimentación para gran pena del niño que se pasó días llorando sin parar y de la madre que no podía dormir con el llanto de su hijo. Ni qué decir tiene, que el resto de la tribu también opinaba al respecto, pero con la medicina hemos topado y el médico siempre tiene razón.
       Eso sí, que el que no se consuela es porque no quiere y mi amiga decía que al menos ella, como no trabajaba fuera de casa no había tenido que usar ese invento llamado sacaleches.
       ¿Quién no ha oído las maravillosas recomendaciones que todo el mundo nos dedica sobre cómo y dónde debe dormir nuestro hijo? Que si en cama propia, que si en la nuestra, que si a oscuras, que si con luz, que de lado, que boca abajo… ¡Dios mío, cuánta complicación para dormir! Yo opté porque durmiese en su cuarto y le compré una bonita habitación pensando, incluso, en cuando tuviera amigos con los que hacer fiesta de pijamas. Todo iba bien hasta que llegaron los terrores nocturnos. En mitad de la noche, un grito desgarrador nos ponía en pie de un salto y, con los pelos de punta y los ojos cerrados, acudíamos a su habitación entre diez y quince veces por noche. Aguantamos estoicamente durante tres semanas sin más señales que unas ojeras permanentes, una boca siempre bostezante, un par de palillos decorando nuestras pestañas, varios moratones como resultado de las incursiones nocturnas a oscuras en campo enemigo y un mal genio creciente. A la cuarta semana, y viendo que el asunto llevaba trazas de eternizarse, nos reunimos en comité matrimonial para ajustar la estrategia. Lo más urgente: dormir. La solución lógica: pasar al crío gritón a nuestra cama, al menos evitaríamos los golpes. Funcionó. Fue dormir con nosotros y el nano se despertaba, nos abrazaba, pero no gritaba. Mano de santo, oigan.
      La mala suerte quiso que en una visita al pediatra, me preguntasen por el sueño del niño. Al responder yo que no dormía de un tirón, pero que al menos ya no gritaba en mitad de la noche, al pediatra en cuestión comenzó a girarle la cabeza cual niña del exorcista, soltando espumarajos, sapos y culebras por la boca mientras me condenaba por haber cedido al chantaje de mi hijo, por no saber educarle y consentirle los caprichos y por estar rompiendo mi matrimonio por no poder cumplir con las obligaciones derivadas del mismo.
       ¡Horror! Vuelta a convocar asamblea matrimonial. Intentos y más intentos de dormir al niño en su cama. Imposible. El matrimonio no sé, pero mi vida (siempre he querido ser la Bella Durmiente, pero para poder dormir cien años) sí corría peligro: necesitaba dormir. Por fin encontramos una solución razonable: ¡un colchón por turnos! Dormimos al niño en nuestra cama y luego lo pasamos a la suya. Lo probamos y funcionó. El niño se durmió y no se despertó ni siquiera al pasarlo a su cama. Todo iba tan perfectamente que decidimos ponernos al tema y… en mitad de la faena, un grito desgarrador en mitad de la noche, de nuevo carreras por el pasillo a oscuras pero esta vez con la dificultad añadida de ponernos la ropa mientras volábamos a callar al niño antes de que los vecinos avisasen a la policía. Acabamos con una nariz hinchada por pretender entrar por donde no había puerta, un dedo meñique roto al chocar con el marco de la puerta, el niño de nuevo a nuestra cama y la libido a los pies.
       ¿Qué me dicen de los comentarios sobre si lo llevas en brazos o no? Recuerdo a un transeúnte desconocido que se auto-otorgó la libertad de decirme que no tenía que llevar a mi hijo en brazos porque era demasiado mayor (ignoro si se refería al niño o a mí). Pero también hay quien opina que llevarlo en carrito es tan nocivo como no darle el pecho porque no crea vínculo. Y  ¿qué clase de madre soportaría no tener vínculo con su hijo?
       Ni qué decir de los partidarios de la educación tradicional con cachete a tiempo incluido o los partidarios de la felicidad del niño ante todo.
       ¿Y cuando llega al colegio? Entonces entran también los profesores a opinar. Que si sobreproteges al niño, que si pasas de él, que si le apuntas a demasiadas extraescolares, que si no lo estimulas lo suficiente, que si los deberes son asunto del niño, que si no te responsabilizas de que los haga…
      ¡Basta ya! Esto de ser padres es muy difícil y no ayudan nada con tanto consejo contradictorio y tanta moda para ganar dinero vendiendo libros que no pueden proporcionarnos sentido común. Sean prudentes, por favor, nadie sabe con exactitud por qué hemos tomado una determinada decisión como padres, porque nadie está en nuestra piel, pero créannos, podemos ser unos zopencos redomados, unos ignorantes, un producto deformado de la sociedad en la que vivimos, o tan pésimas personas como ustedes quieran decir que somos, pero queremos a nuestros hijos y hacemos lo que, en cada momento, creemos que es lo mejor para ellos y, si nos equivocamos, créannos, somos los primeros en auto-fustigarnos y en padecer las consecuencias.
       Así que, por favor, los consejos no pedidos, guárdenselos y las modas, úsenlas para el vestir. Gracias.

3 comentarios:

  1. Pues estoy muy de acuerdo contigo, porque vivimos en una sociedad donde muchisima gente se cree con el derecho de decirnos lo que debemos hacer sin haber pedido consejo. Ademas, teniendo en cuenta que lo hacen desconocidos, las personas cercanas, familiares, puedes resultar de insistencia supina, y no contentos con ello, ademas se creen con derecho de sentirse ofendidos si no sigues los sabios consejos que "con toda la buena intencion" han sido ofrecidos.
    Siempre he pensado que los consejos son como aquello que se suele decir de las lentejas "si quieres las comes y si no las dejas" sin dramas, porque nuestras opiniones y formas de actuar, no son universales, cada persona es un mundo con una personalidad equis, y que interactua con la sociedad que le rodea bajo unas circunstancias zetas, que uno puede o no estar de acuerdo, pero el respeto como valor fundamental en cualquier tipo de relacion es de lo mas basico y mas importante para que todo funcione.
    Hay una palabra que a fuerza de tanto escucharla para definir comportamientos como dogmas de fe, es "lo normal" ¿que es lo normal?, creo que lo usamos muy alegremente, para juzgar comportamientos diferentes a los nuestros, y que para nosotros por esto de ser diferentes, "no son normales".
    Asi volviendo al tema del que mas hablas de la maternidad, he visto como mis amigas primerizas llegaban a casa con sus bebes y todo el mundo sabe mas que ellas, en especial padres y suegros que saben de todo, porque ellos criaron a equis hijos hace treinta años, y de esta forma les falta poco para decirles que ellos si que saben de crianza.
    Pues no, en la crianza como en la vida en general, cada uno hace las cosas lo mejor que puede y quiere, y si damos un consejo pedido o no, debemos recordar aquello de las lentejas.

    Un beso Amparo, como siempre genial.

    Inge for you ever.

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  2. Muchas gracias, Inge, por tu comentario. Un día hablaré también de lo que es "lo normal", porque tiene chicha, la verdad. Un beso.

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  3. Me atrevo a sugerirte si me lo permites, que hagas otro sobre otra frase comodin que es "lo que te dicen con buena intencion", porque da la sensacion que una chica (por poner un ejemplo), cualquier dia, va a ir por la calle y va a llegar alguien a dicirle "¡Uy! ¿No tienes hijos aun? pues se te va a pasar el arroz ¿No?." y cuando la susodicha reportera espontanea reciba una respuesta del tipo "¡ Yo uso arroz brillante !" si responde en modo fino, nos deleitara con esa frase maestra que lo puede "casi" todo "Mujer, te lo he dicho sin mala intencion!".

    Inge.

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