miércoles, 4 de noviembre de 2015

ENFRENTADOS POR LOS DEBERES

      Llevamos menos de dos meses de curso escolar y me han llegado, por todos los lados imaginables, multitud de artículos, entradas de blog, comentarios escritos o hablados refiriéndose a los deberes escolares, las tareas que deben llevarse los alumnos para casa. Sabes de qué hablo ¿verdad? A ti también te han llegado.
      Me he puesto a leer toda esa opinión vertida desde una y otra parte y, una vez superado el complejo de espectadora de un partido de tenis, sólo se me ocurre hacerme una pregunta:
       ¿A quién, diablos, le interesa que nos pasemos el día peleando padres y profesores?
      Yo soy muy de la teoría de la conspiración. Los que me conocen lo saben, pero es que… a veces me lo ponen muy difícil para no creer en manos ocultas que manejan los hilos de nuestras vidas.
      No voy a incrementar el número de artículos a favor o en contra de los deberes, pretendo sólo reflexionar sobre la lucha que llevamos con las tareas escolares arriba y tareas escolares abajo. Honestamente no puedo hacer otra cosa porque fui maestra y soy madre, así que, como dice la canción, tengo el corazón partío.
     Me gustaría que me acompañaras en esta reflexión y que, por favor, fueras sincero contigo mismo.
      Empezaré con una pregunta que he formulado en repetidas ocasiones y para la que nunca encuentro respuestas sino silencios:
       ¿No se supone que a ambos colectivos, padres y maestros, buscamos lo mismo, que tenemos un interés común que no es otro que el bien y la educación de nuestros hijos y alumnos que, ¡oh casualidad!, son los mismos sujetos? Entonces, ¿qué puñetas hacemos peleándonos?
      Ya sé. En la esencia del ser humano reside la idea de que nadie hace las cosas mejor que uno mismo y que cuando alguien dice en abstracto que algo está equivocado le está diciendo a ese uno mismo que ÉL, ese ser cuasiperfecto está equivocado, y, claro, el ego salta y se pone a la defensiva: ¿Quién puñetas se cree ese mindundi que es para decirme a mí, A MÍ, que estoy haciendo algo mal? ¡Qué sabrá él!
      Venga, pongamos paz y alejemos a los egos durante un rato, que descansen o hagan lo que deseen, pero lejos de este lugar de reflexión y diálogo que pretendo crear.
      Vamos a partir de la base de que en todos sitios cuecen habas y, por tanto, en ambos colectivos, padres y maestros, hay gente para todos los gustos, incluso para gustos pésimos.
      De la misma manera que encontramos padres a los que la paternidad les pilló con el pie cambiado, se les quedó grande o simplemente estaban en el baño cuando en el mundo se repartió la responsabilidad, hay otros que se esfuerzan día a día para ser los padres que exigen los tiempos que corren, que se preocupan por el bienestar físico y emocional de sus hijos, que se informan e intentan aprender, padres que desayunan responsabilidad cada mañana y se acuestan sin que se les haya perdido ni un miligramo de ella por el camino. Así que resulta muy injusto que se les meta a todos en el mismo saco, que se les juzgue y condene con etiquetas peyorativas y que no se les reconozca una gran verdad: SER PADRES ES MUY DIFÍCIL Y NADIE NACE APRENDIDO, no hay libros ni prácticas controladas con las que aprender.
      Igualmente, podemos encontrarnos con maestros y profesores que perdieron el tren de la humanidad y cogieron el de Chusmistán (para saber más de este tremendo país, leer la serie de entradas: MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS I, II, III, IV, V y VI), maestros y profesores cuya profesionalidad, interés por los niños o por aprender, brilla por su ausencia o maestros y profesores que deben su título a gentes sin escrúpulos que les aprobaron (que ellos carguen con sus conciencias que nosotros cargamos con sus consecuencias). Pero también hay maestros que son grandísimos profesionales y mejores personas, que se preocupan por sus alumnos y por su profesión, que buscan la mejor forma de llegar a nuestros hijos y que se pelean con los medios, los malos compañeros y los superiores tóxicos para ayudar a nuestros hijos a convertirse mañana en los adultos responsables y felices que todos queremos que sean. Así que no es justo que les metamos en el mismo saco que a los otros, ni que les obliguemos a pelear también contra nosotros, los padres, porque, pensemos aunque sea egoístamente, les restamos las fuerzas que necesitan para atender a los niños y chavales.
      Bueno, ahora que ambas partes nos hemos legitimado como interlocutores para conversar y nos reconocemos como grupos, con nuestras luces y sombras en ambos colectivos, sentémonos y dialoguemos con una única norma: el respeto.
      Y desde el respeto mutuo, expliquemos nuestras posturas y entendamos las del otro para lograr una zona de entendimiento:
      Porque no hay nadie mejor preparado para enseñar a nuestros hijos que los maestros, y si alguien no lo está, exijamos más formación, pero hagámoslo juntos padres y docentes. Que se enteren los de arriba que nos importa la educación y que no vamos a dejar a nuestros niños en manos de cualquiera, que queremos a los mejores.
      Porque no hay nadie que quiera más a los niños que sus padres, que se preocupe más por su presente y su futuro y nadie más responsable de su educación, y si alguien no se toma en serio esta tarea, afeemos su conducta, pero ambos colectivos juntos.
      Y porque si nos enzarzamos en estas peleas absurdas, sólo va a haber un bando perdedor: el tercer vértice de este triángulo, los niños, que son aquéllos a quienes queremos proteger.
      Y llegados a este punto y viendo que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, vuelvo a preguntarme quiénes son los pescadores y qué ganan con nuestra pérdida. Y la respuesta, francamente, no me gusta.

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