miércoles, 25 de noviembre de 2015

EL SILENCIO DE MILENA

      Milena no entendía nada.
      - ¿Por qué a mí? –Se preguntaba.
      Su cabeza era un torbellino de ideas, imágenes y recuerdos en el que lo único que se repetía incesantemente era esa pregunta: “¿Por qué a mí?” Tanto, que se ancló en su cerebro sin dejarla ni avanzar ni retroceder.
      Sonrió un instante al verse a sí misma de niña, tan mona, tan formal. Con su uniforme de colegiala o su vestido de domingo, siempre tan pulcro, tan planchado. Fue una buena niña, buena hija y buena alumna. No recuerda haber hecho ninguna trastada que mereciera un castigo ejemplar, ninguna mala nota. Al contrario, era la niña de la que todo el mundo hablaba con admiración y cariño.
      -¿Por qué a mí?
      Nada cambió con la adolescencia. Nunca una palabra fuera de lugar ni de tono. Buena estudiante, buena hija, buena amiga. Escuchaba las conversaciones de adultos en silencio. Su habitación impecable. Su melena larga.
      -¿Por qué a mí?
      Se ve a sí misma, carpeta en mano, entrando en la universidad. Pantalón vaquero, jersey amplio, melena al viento. Estudió una licenciatura a curso por año, mientras trabajaba en verano y vacaciones para sacarse unas pelas. Nunca una palabra más alta que otra, nunca una palabra fuera de lugar.
      -¿Por qué a mí?
      Tuvo dos novios antes de encontrar al hombre con el que se casó. Un noviazgo formal, sin sustos ni contratiempos. Una boda normal rodeada de familia y amigos. Un trabajo en las oficinas de una empresa, un puesto intermedio.
      -¿Por qué a mí?
      Se le agolpan las frases. “Se te ha desabrochado el botón de la blusa”. “Tendrás que recoser el ojal del segundo botón, porque siempre se desabrocha”. “Así mejor”. “Mejor ese vestido, que con el otro parece que andes buscando guerra”. “Esa amiga tuya no es buena compañía, le caigo mal y quiere separarnos”. “¿Quién era ése?” “Los hombres no son amigos de las mujeres, buscan sexo. Sois tontas y os lo creéis, y de eso se aprovechan. En cuanto te lleve al huerto dejará de ser tu amigo”. “Tus padres me miran raro, no les caigo bien”. “Prefiero que no hables delante de mis amigos, porque les humillas”. “¡Te he dicho que no hables delante de ellos, y menos si no vas a opinar lo mismo!” “¿Por qué no haces lo que las otras mujeres y te vas a la cocina a hablar de vuestras cosas?” “¿Dónde te has creído tú que vas con esa pinta?” “¡Estoy harto de tus dolores de cabeza!” “¡Ven acá!” “¡Quita las manos!”  “¡Levántate!” “¡Apártate de mi vista!”
      -¿Por qué a mí?

      El enfermero le quita la vía y se retira un instante. En ese momento, Milena puede ver que el pitido que lleva tanto rato metido en su cabeza proviene de la raya horizontal del monitor. Luego, NADA.

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