viernes, 4 de marzo de 2016

LOS DISCURSOS DEL PRESIDENTE EN FUNCIONES

      Yo no dudo de que usted, señor Rajoy, o quien le hace los discursos, sean personas de una gran cultura. Así que no hace falta que alardee de ella sembrando el texto de florituras y referentes culturales que, lamentablemente,  ya no poseen la mayoría de sus conciudadanos como consecuencia de los lamentables planes de estudio que nos vienen imponiendo los de su clase. Le reconozco la cultura y, mire usted (esta expresión seguro que le es familiar), la compartimos, será porque soy de naturaleza rebelde y me empeciné en estudiar lo que no se me recomendaba porque no iba a convertirme en máquina de producir en serie.
      Sin embargo, señor Rajoy, sí le recrimino su falta de oratoria, requisito que considero indispensable para el puesto que ha ocupado y parece que pretende seguir ocupando, así, sin hacer nada para conseguirlo, porque le pertenece por derecho propio o como diríamos los ciudadanos de abajo, porque usted lo vale. Vaya, que usted parece creerse un presidente Loreal. Ya imagino que a usted le importa muy poco lo que yo le recrimine o lo que yo considere requisito indispensable y, como mucho, lo despachará con un "¿con qué derecho?" Pues con el que me concede ser uno de sus pagadores. 
      Señor Rajoy, a estas alturas, hasta usted es conocedor de que no sabe hablar en público, ni cuando improvisa, ni cuando repite un discurso que debía haberse aprendido. Y en estos años no ha hecho nada por corregir este defecto, lo cual, en cualquier empresa privada sería motivo de despido, sobre todo por el daño que causan sus errores en la imagen de este país.
      Pero no quiero tampoco a extenderme sobre la forma de los discursos de las sesiones de investidura, voy a hablar del contenido. Francamente,  su soberbia es imperdonable. Y más viniendo de una persona que debería ser humilde, primero porque es un servidor público y segundo porque parece ser el heredero de un ilustre linaje al que también pertenecieron Jaimito, Fernando Morán o los habitantes de Lepe. Es usted una persona que se ha hecho más famosa por sus meteduras de pata, sus comentarios incoherentes o sus lapsus linguae, que por su gobierno del país, un país que, a la fuerza ahorcan, ha aprendido a reírse hasta de sí mismo y le ha convertido en protagonista de sus chistes.
      Sus discursos han resultado prepotentes y faltos de respeto. Así que, según usted, hasta sus colegas le van a entender porque usted se explica muy bien. ¡Pero qué ceguera la suya y qué falta de respeto! Evidentemente, si usted se explica bien, los demás le entenderemos. Y eso hemos hecho: ustedes nos engañaron. ¿A que le he entendido bien? ¿Ve? Cuando habla correctamente,  le entendemos. Otra cosa es que nos guste lo que oimos.