domingo, 18 de abril de 2021

EL DOLOR NO ENTIENDE DE PRISIONES

Cuando la mujer logró parapetar sus ojos tras un grueso cristal que impidiese que el dolor se le desbordara por los lacrimales, comenzó a taparse la boca a cada poco en un intento de evitar que el grito se le escapara. Entonces, el dolor se atoró en su garganta y ella se vio obligada a tragar una y otra vez hasta que, por fin, consiguió que le descendiera hacia el pecho creyendo que allí desaparecería o, al menos, dejaría de sentirlo. Pensaba que allí estaría  lo suficientemente profundo. Pero el dolor no soporta estar preso, así que comenzó a golpear las paredes de aquella cárcel corporal hasta abrirse paso y volar libre en busca de otro huésped.


lunes, 12 de abril de 2021

SOBRE PREJUICIOS LINGÜÍSTICOS

 No sé si la vigilancia a la que me somete “el Gran Hermano” tiene que ver con el artículo que me fue sugerido hace un par de semanas, pero desde luego esta vez apuntó bastante bien. El artículo activó completamente mis ganas de contraargumentar y comencé a redactar mentalmente posibles respuestas. 

Antes de comenzar, explicaré que el artículo en cuestión manifiesta una queja por lo que el autor considera una injusticia y que no es otra que la exigencia de una titulación que demuestre un conocimiento del valenciano para aquellos que pretenden obtener una plaza como funcionarios públicos en la Comunidad Valenciana. Pongo el enlace al artículo por si quieren leerlo antes de leerme a mí y así sabrán a qué respondo. Pinche aquí

Lo primero que me llama la atención es el asunto mismo de la queja. No entiendo la razón por la cual algo que ya desde la Edad Media era un asunto asumido y aceptado por los funcionarios de la Corona de Aragón, puede convertirse hoy en motivo de queja o protesta. Hasta donde llegan mis conocimientos, y por lo que pude comprobar en las fuentes a las que tuve acceso, los notarios de la antigua Corona de Aragón, es decir, los funcionarios por excelencia, debían conocer las tres lenguas habladas en el territorio de la Corona, lo cual es absolutamente lógico y comprensible pues, si son retribuidos con dinero público (léase con los impuestos de todos los habitantes del Reino), lo justo es que puedan entenderse con todos ellos. No tiene mucho sentido que el que paga, además, deba aprender la lengua del empleado. Claro, que alguien me podrá decir que la mencionada Corona ya no existe y que los habitantes de los territorios que hoy se quejan, no pertenecieron a ese Reino. Cierto es, aunque no del todo, porque hay quejas por doquier. En cualquier caso, aunque ya no exista el Reino de Aragón, administrativamente hablando, sí existen sus lenguas y los impuestos con los que se paga a los funcionarios siguen saliendo de personas que las hablan, así que, a mi entender, lo que fue justo antaño, sigue siéndolo en la actualidad. Y respecto a que antaño no pertenecían a la Corona, ¿qué quieren que les diga? Cuando uno se casa (cualquiera que sea la fórmula empleada para la convivencia) con alguien, lo hace para lo bueno y para lo malo, ¿no? Pues cuando decidieron unirse a lo que hoy llamamos Comunidad Valenciana, ya sabían que aquí se hablaban dos lenguas, nadie les engañó. Aparte de que aprender la lengua de tu vecino ni es tan complicado ni te va a marcar de por vida como un ser diferente al resto de los humanos. Sólo es cuestión de respeto mutuo y como la mayoría de los valencianohablantes llevan siglos aprendiendo el castellano, entendiéndolo y hablándolo cuando tienen a un castellanohablante delante, parece de justicia (o de respeto) que estos últimos hagan lo mismo cuando se encuentran con uno de los primeros.

Pero vayamos al artículo en cuestión. El autor, que se define como Maestro de Inglés de Primaria, demuestra sus conocimientos en producción textual realizando un alegato en contra de lo que él denomina endogamia y que no es otra cosa que intentar, según sus palabras, resucitar una lengua moribunda. Sin embargo, la presunción de ignorancia de sus lectores tiene algo de irritante que no le ayuda a captar seguidores. Por otra parte, es obvio el dominio de los géneros discursivos por parte del autor, aunque, en ocasiones, el exceso de recursos estilísticos dificulta que tanto él mismo como sus lectores podamos seguir sin dificultad el hilo argumentativo.

Comienza el autor hablando de dos genios de la literatura, pertenecientes ambos a la generación del 98, para, a través de las vicisitudes de sus vidas, concluir que, si hubieran vivido hoy, ninguno de estos dos escritores, Machado y Unamuno, habría podido ejercer en la Comunidad Valenciana. Se lamenta el autor de la pérdida del talento que provoca lo que él denomina “intención plenamente endogámica” y que yo imagino que debe referirse a la exigencia de que los profesores de la Comunidad Valenciana deban acreditar su conocimiento del valenciano ya que la anécdota que cuenta de esos dos grandes autores tiene que ver con haber dado clases, Machado en Soria y Baeza y Unamuno en Salamanca. Y argumenta el autor del artículo que “resucitar y afianzar el idioma valenciano […] no tiene que llevar implícito el sello del destierro de todos aquellos que no tengan la habilidad de hablarlo”.  Pues bien, no tuve el placer de conocer a estas dos eminencias de la literatura española, de manera que no puedo saber si tenían o no habilidad para hablar el valenciano, pero puedo intuir que no habrían puesto peros para aprenderlo, puesto que todos los que amamos las letras, amamos también las lenguas, sabemos de su importancia como manifestación de una cultura y la gran pérdida que supone la desaparición de una de ellas. Es más, si hubiesen vivido hoy en día, sabrían que lo de la “habilidad” para hablar cualquier lengua no es más que un prejuicio lingüístico, ya que las lenguas se aprenden –o no– dependiendo de lo útiles que resulten para quien las ha de aprender. 

Como digo, no puedo saber cómo eran estos dos grandes hombres, pero puedo intuirlo porque Antonio Machado vivió en Valencia, de manera que imagino que se encontraría con valencianohablantes y entablaría algún tipo de conversación con ellos, de la misma manera que debió aprender francés para comunicarse con los habitantes del último lugar donde residió. Y de Unamuno…, ya que, como bien dice el autor del artículo, era catedrático de griego, ¿cómo vamos a dudar de su amor por las lenguas?

Al llegar al siguiente párrafo de la carta al director, podemos observar que yo no andaba desencaminada en mis elucubraciones sobre por dónde discurría la queja del autor. Comienza explicando el resultado de no se sabe qué prueba y que, según sus propias palabras, ha sido “repartirse entre los poseedores de un título de valenciano las plazas de funcionariado de toda una Comunidad Autónoma, sin vergüenza de no respetar la identidad histórica de los últimos 300 años en esos lugares como…” y aquí mezcla territorios que sufrieron efectivamente una castellanización desde hace aproximadamente trescientos años, con territorios que, por su condición de fronterizos, fueron pasando de un reino a otro durante toda su historia hasta que, finalmente, en el siglo XIX se adscribieron a esta comunidad autónoma. A este argumento ya contesté al principio, de manera que no me repetiré. Sí comentaré, en cambio y por alusiones, que en las calles de algunos de los territorios que menciona, hay niños que juegan en castellano y niños que juegan en valenciano, no hay más que pasear por los parques para comprobarlo, aunque cierto es que predomina el castellano en algunos de ellos, no lo voy a negar. Lo mismo ocurre con las riñas de las madres y los padres, las hay en las dos lenguas. Y he de añadir que también las madres y los padres son amables y dicen cosas hermosas a sus hijos en las dos lenguas, no sólo los riñen. En cualquier caso, que los profesores sepan hablar valenciano, y puedan acreditarlo, o que en la escuela se enseñe valenciano, no es en absoluto causa de la defunción del castellano como parece creer el autor del texto. Se trata de respeto hacia los alumnos que hablan ese idioma.

El siguiente párrafo del artículo me resulta un enigma. Ignoro la conexión con el resto del texto y estoy segura de que debe tenerla. Nos habla en él de endogamia, de biología y de la dinastía de los Austria como ejemplo de la penalización de la endogamia por parte de la naturaleza.  Aun siendo cierto todo ello, no puedo entender qué pretende decirnos con estos argumentos, porque la lengua que utilizan los hablantes, nada tiene que ver con su biología. La denominamos lengua materna, pero no se hereda genéticamente a través de la madre. La llamamos así porque durante muchísimo tiempo fue la mujer que ejercía de madre quien enseñaba la lengua de su clan a los bebés que tenía a su cargo. Ya se demostró hace mucho tiempo, con experimentos absolutamente crueles, que si a un recién nacido se le priva de contacto humano que le hable, crece sin tener una lengua con la que comunicarse. Por tanto, hablar una lengua no va a hacer otra cosa que integrar al individuo en un grupo. No lo va a debilitar hasta morir por no poder reproducirse. Incluso me atrevería a decir que aprender una lengua va a incrementar sus posibilidades de encontrar pareja.

Continúa el autor de la carta en su recorrido histórico recordándonos que Diego Velázquez comenzó a desplegar su talento tras su primer viaje a Italia y que la famosa Residencia de Estudiantes de Madrid, fundada por Giner de los Ríos en 1910, reunió a la flor y nata de los intelectuales y artistas de principios del siglo XX cosa que, según él, habría resultado imposible de “habérseles pedido un requisito lingüístico”.  Poco puedo contraargumentar aquí, porque, de nuevo, no llegué a conocer a tan ilustres personajes, aunque deduzco que a Velázquez sí se le exigiría un requisito lingüístico en Italia porque no creo que todos aquellos con los que se encontrara durante ese viaje le hablaran en castellano. Presumo que debió aprender italiano, ¿no creen? En cuanto a los alumnos de la Residencia de Estudiantes, dado que estaba en Madrid, supongo que se les exigiría el requisito lingüístico de saber castellano además de sus propios idiomas, si es que tenían otros, porque imagino que Dalí hablaría catalán. 

En cualquier caso sí puedo afirmar que estos encuentros, a pesar de lo que se afirma en el texto, sí pueden darse –y de hecho se dan– en la Comunidad Valenciana. Y voy a contar aquello que conozco de primera mano. Mi profesor de Literatura Galaico-Portuguesa durante el primer cuatrimestre era portugués y daba sus clases en esa lengua. Aprendimos lengua y literatura portuguesa sin que nos explotara la cabeza ni se nos tiñesen de verde las orejas. No fue ningún problema, la verdad. He asistido a muchos congresos en Valencia (no todos sobre lengua y literatura) en los que los ponentes venían de distintas partes del mundo e hicieron sus intervenciones en sus lenguas maternas. Nadie puso el grito en el cielo. Nos pareció a todos lo más normal. De hecho, esta semana están teniendo lugar unas jornadas (unas presenciales y otras virtuales, por cortesía del COVID) con expertos en distintas materias. Conozco personalmente a una de las ponentes y me atreví a preguntarle en qué lengua iba a hablar para poderlo exponer en este texto. Me contestó que en “portuñol” que es la lengua que dice  utilizar habitualmente y es la forma en que los portugueses denominan al portugués hablado en Brasil y que utilizan cuando se comunican con castellanohablantes. Como ven, es falsa esa idea que pretende transmitirnos el artículo publicado en el Periódico de Villena: que se exija el mismo respeto para el valenciano que para el castellano no va a impedir que vengan a esta Comunidad Autónoma personas ilustres de otros lugares del mundo. Aún diré más: durante el tiempo que estuve encuestando con el Seminario Menéndez Pidal para recoger romances de la tradición oral moderna, en Zamora, Salamanca y Huesca, como base para una investigación que se estaba llevando a cabo, componíamos el equipo sobre todo profesores y alumnos de la Universidad Complutense, pero también de otras universidades de España, Portugal y Estados Unidos. Recuerdo que, al finalizar el día, cuando nos juntábamos en el hostal para cenar y compartir las experiencias del día, aquello parecía una hermosa Torre de Babel. Dado que yo, con mis prejuicios lingüísticos a cuestas, hablaba castellano con mis compañeros de ambas Castillas, algunos de ellos me preguntaron extrañados si es que no conocía el valenciano. Al decirles que sí, me instaron a utilizarlo con normalidad en las conversaciones con todos.

En fin, que la diversidad cultural enriquece al ser humano es algo indiscutible y con lo que estoy de acuerdo con el autor. No hay por qué temer a que vengan de fuera, como él dice, “para darnos conocimiento y para darles, también”. Aunque difícilmente podremos darles ningún conocimiento si renunciamos a nuestra lengua y a nuestra cultura, si las dejamos morir por desidia, por la asunción de diferentes prejuicios o por sumisión a una lengua y cultura dominantes.

La carta continúa con una serie de preguntas retóricas que suelen utilizarse siempre que se trata el tema de las lenguas minoritarias y a las que voy a intentar dar respuesta: 

“¿Qué hay de esa generación perdida que, por culpa del requisito lingüístico, está dando clases en Londres, Malta, Canarias, Melilla, Andalucía o Madrid?”  Pues supongo que está donde quiere estar y que el requisito lingüístico sobre el conocimiento del valenciano no habrá tenido nada que ver con su elección del lugar en el que están ejerciendo los componentes de lo que él llama “generación perdida” no sé muy bien por qué. Desde luego, seguro que no lo ha sido para quienes emigraron a Londres o Malta, porque para ejercer allí habrán tenido que someterse al requisito lingüístico de aprender inglés o maltés. 

“¿Con qué finalidad nos la estamos perdiendo?” Como bien dice el autor en otros momentos de su carta, emigrar es una tendencia del ser humano desde el Paleolítico, por tanto entra dentro de su libertad individual escoger el lugar al que quiere ir. Así pues, nada podemos hacer como sociedad para evitar las decisiones individuales. Si nos la estamos perdiendo no es por algo que nosotros hagamos o dejemos de hacer. 

“¿Depende el idioma valenciano del sacrificio lingüístico de esas mentes prodigiosas que, sin miedo a emigrar, invierten su tiempo en aprender el idioma en el que están escritos los artículos de investigación internacionales y, una vez en tierra ajena, descubren, como antaño hicieran Billy Wilder, Fritz Lang o Ernst Lubitsch, que, en tierras abiertas de libertades, sin imposiciones lingüísticas, tampoco se está tan mal?” Afirmar que quienes no vienen o no se quedan en la Comunidad Valenciana son todos “mentes prodigiosas” que prefieren emigrar antes de someterse al “sacrificio lingüístico” es, cuando menos, ofensivo para los que deciden quedarse aquí. ¿Quiere decirnos que el conocimiento del valenciano incapacita a los seres humanos para tener una mente prodigiosa? ¿Acaso esas denominadas mentes prodigiosas están limitadas de alguna manera para aprender más de una lengua y por eso no pueden aprender el valenciano? ¿O es que su desprecio por esta lengua y cultura es tan grande que no tienen intención de “invertir su tiempo” en aprender la lengua de esta Comunidad? Quizá consideren que más que invertirlo, lo están perdiendo puesto que no parece que tengan problema por aprender el idioma “en el que están escritos los artículos de investigación internacionales”. Como dije al principio, aprender una lengua no depende de ninguna habilidad sino de la motivación que se tenga. Y si esto es así, entonces puedo contestar que sí, la supervivencia del valenciano depende de aceptar más desprecios o negarse a seguir consintiéndolos. De manera que, si esas supuestas mentes prodigiosas pero cargadas de prejuicios prefieren someterse al requisito lingüístico del inglés en los estados Unidos como las personas que nombra el autor en su artículo, no veo la razón por la que debamos echarlas de menos. Eso sí, que no nos vendan la burra de que aquélla es una tierra de libertades sin imposiciones lingüísticas, porque no es cierto. Habrán tenido, como mínimo, que demostrar su conocimiento del inglés.

“¿Quién querrías que atendiera a tu hija en una mesa de operaciones, un médico valenciano parlante, el mejor de los valenciano parlantes, o el mejor del mundo?” ¿Acaso es incompatible? Vuelve el autor a mostrarnos sus propios prejuicios según los cuales ningún valencianohablante puede ser el mejor del mundo en algo. Y eso que son evidentes sus conocimientos de esta lengua ya que utiliza constantemente el término “valenciano parlante” –ignoro por qué separa en dos lo que es una palabra compuesta–, pese a escribir en castellano donde la expresión correcta es valencianohablante (parlar es la palabra valenciana que se traduce por hablar). Pero bueno, aceptando barco como animal acuático, esto es, valencianohablante como profesional mediocre, cuando no directamente malo, a la pregunta del autor responderé que prefiero que a mi hija –o hijo, para ser más exacta– la atienda el médico que la entienda. Porque, por mucho que sepa, si no hablamos el mismo idioma, difícilmente vamos a poder explicarle los síntomas para que emita un diagnóstico correcto.

“¿Y quién quieres que enseñe a esa futura cirujana que te atenderá alguna vez en el futuro, y de quien dependerá tu vida: alguien que sea el mejor del mundo, que se haya nutrido de sus experiencias en otras latitudes, o la que mejor había de las valenciano parlantes?” ¿También es incompatible? ¿Acaso los valencianohablantes tenemos prohibido viajar a otras latitudes para nutrirnos de experiencias? ¿Es que el hecho de hablar valenciano y castellano nos impide aprender una tercera lengua? ¿De verdad cree el autor que los humanos no podemos hablar más de dos lenguas? La verdad es que me da igual quién enseñe a esa futura cirujana siempre y cuando ambos hablen el mismo idioma y se entiendan, porque de nada sirve ser el mejor en algo si no puedes comunicarte con los demás; ni de nada sirve ser alumno del mejor del mundo si no entiendes su idioma. Así que espero que tanto maestro como alumna sean respetuosos con las lenguas y sientan el suficiente amor por ellas como para aprenderlas.

En fin, que crecer no es opuesto a mantener nuestras raíces y a exigir respeto por nosotros mismos. Y, si bien es cierto que en esta Comunidad Autónoma hay personas castellanohablantes, también lo es que las hay valencianohablantes y tienen el mismo derecho unas y otras a que sus profesores, sus médicos y demás funcionarios les hablen en su idioma, por lo que estos funcionarios tendrán que aprender las lenguas de los habitantes de este territorio, vengan de donde vengan. Porque es lo mismo que haríamos nosotros si fuéramos a cualquier lugar del mundo a vivir o a trabajar: aprender la lengua que allí se habla. Y es lo mismo que he visto hacer a tantos inmigrantes subsaharianos que no han tenido ningún problema en aprender a hablar valenciano sin ser funcionarios públicos. ¿Por qué entonces no pedirlo a quienes cobran su salario gracias a nuestros impuestos?