Voy a continuar con mi serie de microrrelatos perdedores, que también ellos tienen derecho a ver la luz. Aquí va el siguiente:
Sin saber por qué, le di un puñetazo.
-¿Qué haces, tío? Ésa era la del Rober.
Demasiado tarde. La chapa ya estaba en el aire, girando sobre sí misma y, dibujando una parábola perfecta, se zambulló limpiamente en la birra del Mulo.
Se produjo un silencio. El Mulo me miró desafiante y pronunció
las palabras mágicas:
-¿A que no hay?
Sonreí aceptando el reto. Sabía que él, en el último momento, retiraría su
birra acercándosela, así que recalculé la trayectoria y coloqué en el sitio
adecuado el hueso de aceituna, el palillo y la chapa. Pum, fiiiuuuu, splash.
Una ovación me coronó como Rey de la Chapa y así es como conseguí dejar de ser un pringao.