miércoles, 4 de noviembre de 2020

LIBERTAD DIGITAL

 

¡Maldita sea! Ya ha llegado el otoño. Y no me refiero al del calendario, que ese hace un mes que entró oficialmente en 2020. Me refiero al climatológico. Refresca. Y llueve. De manera que ha llegado el momento de enclaustrar a los pies. 
Tras casi cinco meses de libertad digital gracias al uso de sandalias, los dedos de los pies, otrora felices por poder desparramarse a gusto, han de someterse a las estrechuras de zapatos y zapatillas como pago por mantener cierto grado de calor que evite resfriados. Pues de todo es sabido que esa molesta enfermedad que congestiona la nariz y proporciona malestar generalizado tiene su inicio en unos pies fríos.
Pero digo yo, señores diseñadores de calzado, ¿no podrían adecuar su producto a los tipos de pies existentes en sus clientes, no potenciales, sino reales? Porque es un tributo muy gravoso tener que soportar el dolor en dedos y talones o las heridas provocadas durante la lucha podológica en pos de la libertad perdida y contra los estrechos muros de los materiales por ustedes empleados.
Les ruego que se modernicen, que avancen con los tiempos. Atrás quedaron los “zapatitos de cristal” que, en algunas versiones, calzó la Cenicienta para bailar. ¿Alguien creyó de verdad que se podía danzar grácilmente con semejante objeto de tortura en los pies? Yo siempre lo dudé, quizás, por mi relación especial con los zapatos, a los que siempre consideré un objeto inventado por dios para obligarme a expiar los pecados que mi incredulidad y espíritu crítico (las monjas lo consideraban soberbia) cuestionaban que cometiera. 
El caso es que cuando encontré la versión del cuento sin zapato de cristal, me la creí más. Aunque entonces descubrí que "alguien" había decidido ahorrarnos los detalles que consideraba escabrosos. 
Así pues, ese amable individuo y todos los que perpetuaron su modo de ver el mundo, consideraron que era prescindible, por sádico, contarnos los episodios en los que el cuento nos narra el precio que tuvieron que pagar las hermanastras de Cenicienta para intentar casarse con el príncipe. Y vale, amputarse el pulgar o cercenarse parte del talón es un poco bestia, pero el que algo quiere, algo le cuesta, ¿no? 
La pregunta es por qué colocarse unos zapatos de cristal para bailar durante tres noches con ellos, echar a correr cada vez que suenan las doce campanadas, saltar la tapia del cementerio y trepar a un árbol calzada siempre de esta guisa no se considera otra forma de tortura, similar a la sufrida por las hermanastras, sino el colmo del glamour y el símbolo de la femineidad absoluta. ¿Qué tipo de mente es capaz de inventar semejante barbaridad? ¿Y qué tipo de mentes son las que se creen semejante idea absurda y salvaje? 
Y la siguiente pregunta es si el cristal de esos zapatos era Duralex.
Pero volviendo al tema, les ruego encarecidamente, señores diseñadores de zapatos, que combinen de una vez moda y comodidad y dejen de torturarnos.
Atentamente,
Una pies grandes y cuadrados.