jueves, 12 de noviembre de 2015

LOS PECADOS DE LA OMS

       Nada, que no hay forma, cuando uno creía haberse liberado del yugo de los pecados capitales de la Santa Madre Iglesia, nos llega la OMS, que, en lugar de amenazarnos con una vida eterna, más allá de la muerte, llena de calamidades y en el infierno, nos amenaza con una muerte horrible, tras una vida llena de dolores varios y con unos dudosos remedios con más efectos secundarios que primarios. Y oiga, no sé qué decirle, pero casi prefiero el pisito en el averno.
       El otro día fue la sal, ahora la carne roja y la procesada… Ya les aviso, cuando acaben con la gula, empezarán por la lujuria, y seguirán, porque ya se han puesto de acuerdo con sus amigos de la OCDE y nos acusan de pereza, los unos con que somos poco productivos y los otros con su matización sobre que el consumo de la carne sólo es mortal si se une al poco ejercicio físico.
       Pero aquí hay gato encerrado, seguro. Y no creo que el problema sea quién está detrás del estudio, como apuntan algunos malpensados, no. El problema radica en otro pecado capital: la envidia.
         Piensen ustedes, ¿dónde está la sede de la OMS? En Ginebra, Suiza. Allí hace una temperatura media inferior a los 10º, según la web Climatedata.eu y tienen unas 1.700  horas de sol al año, y los países en los que, con toda seguridad, viven los representantes de los países miembros que cortan el bacalao están por un estilo. Mientras que en Valencia (España), por ejemplo, la temperatura media es de 18º y subiendo y tenemos unas 3.000 horas anuales de sol. ¿Cómo vas a comparar?
      A esos sesudos señores, que viven en un lugar frío y oscuro, les llega un estudio en el que dice que España es el tercer país del mundo, detrás de San Marino y Japón, en esperanza de vida, y les da un yuyu. Sobre todo cuando se dan un paseo por nuestras tierras para robarnos el secreto de la longevidad y se encuentran con las terrazas de los bares llenas de gente tomando unas cañas con una ración de morro, bien saladito, unos cacaos -cacahuetes para el resto del territorio español- o almendras con más sal que frutos secos, una ración de jamón serrano, queso curado o una de chorizos del infierno. Y, para más inri, todos vociferando eufóricos, a pesar de la que está cayendo en el país. Así que, no sólo comemos lo que nos da la gana y vivimos mucho, sino que, además, nos lo pasamos genial. Una desfachatez.
       Nuestra esperanza de vida y nuestro clima privilegiado serían tolerables si nuestros mayores fueran unos despojos achacosos y no esa panda de descerebrados vejetes bailando todo lo bailable y siguiendo incesantemente la ruta del colesterol, que no es la que existe a las afueras de todos y cada uno de los pueblos de España con el objetivo de que los abuelos paseen, si no la que siguen los autobuses del IMSERSO en sus viajes gastronómicos para catar todas las delicias de este país en el que se come de vicio, la verdad. Y nuestros venerables ancianos pueden ser muchas cosas, pero achacosos no. Están tan en forma que ni Usain Bolt consigue ganar uno de estos abuelos en los 50 metros lisos hacia la barra del bufé libre cuando sacan el jamón.
      Por eso, los sesudos señores de la OMS, verdes de envidia, se han reunido para encontrar la forma de acabar con nosotros y no han encontrado nada mejor que criminalizar nuestros contrastados hábitos saludables y cambiárnoslos por su gastronomía tan triste como sus días cortos y oscuros pensando que así, nos moriremos, aunque sea de aburrimiento.
      Pues conmigo que no cuenten. Hoy es viernes y, para celebrarlo, esta tarde me tomaré una cervecita con una ración de morro a la salud de la OMS, mañana comeré un buen cocido madrileño con su chorizo, su tocino y tantos huesos y carne como quepa en la olla, y el domingo, paella, siesta y, para merendar, una caña y unos cacaos bien rebozaditos de sal.

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