lunes, 24 de agosto de 2015

IR DE COMPRAS: DE ODISEA A CRUZADA

       Definitivamente, lo mío no son las tiendas. Eso o alguien pretende boicotearme, con algún oscuro propósito, cada vez que voy de compras.
       A mí me gusta salir de vez en cuando a hacer algo de ejercicio. No mucho, la verdad. Ni muy a menudo. Pero, a veces, siento la llamada del cuerpo anquilosado y me gusta salir a marchar. Sí, ya sé que el común de los mortales sale a correr, pero yo no pertenezco al común de los mortales, a estas alturas ya casi todo el mundo lo sabe. Y además me encanta ser “rara”. El caso es que me gusta salir a marchar (no confundir con salir de marcha) y por fin había encontrado unas zapatillas que no me provocaban un terrible dolor de tibiales, que no se lo deseo a nadie, por canalla que sea el interfecto. Eso sí, pesaban tres quintales cada una pero como no pretendo competir, sino desentumecerme sin dolor, ese pequeño detalle no importaba demasiado.
       La semana pasada salí a rodar (vocablo del argot atlético que significa salir a hacer kilómetros  y que prefiero a la expresión “ir de marcha”, por razones obvias). Nada más empezar noté que no apoyaba bien, algo no funcionaba como debía. Miré mis zapatillas y ahí estaba el problema: rotas y sin posibilidad de arreglo porque había perdido parte del relleno de la suela (que también se las trae, porque ni son tan viejas ni las he utilizado tanto para que se estropeen de esa manera). El caso es que me había quedado sin zapatillas de deporte y, ya que tenía que comprarme unas, pensé en que fueran aptas para marchar.
       Recordé que este invierno había visto muchas de ellas en una famosa y especializada tienda de deporte, así que hacia allí encaminé mis pasos, confiando en que mi memoria fotográfica me condujese directamente al pasillo y a la estantería en donde las había visto, porque odio ir callejeando sin rumbo entre productos. Pero no. En este tipo de comercios tienen la puñetera manía de cambiar periódicamente la distribución de la mercancía por si eres tonto y picas comprando algo que no necesitas pero mira, ahora que lo ves… Así que, después de dar varias vueltas intentando orientarme entre pasillos y pasillos de estanterías llenas de artículos de toda clase y miles de zapatillas, opté por preguntar a un dependiente:
        ‒Buenas tardes, ¿me puedes ayudar? –Utilicé el tuteo porque era joven.
        ‒Sí, dígame.
       ¡Mierda! Él no me considera joven. Bueno, igual es norma de la casa hablar de usted a todos los clientes, vayamos al grano.
        ‒Mira, busco unas zapatillas para marcha atlética.
       Ante la cara de estupor del chico, pregunto:
        ‒¿Sabes qué es?
       Niega con la cabeza.
        ‒La prueba del atletismo español que más medallas ha dado en europeos, mundiales y Olimpiadas –le digo ya con cierto malhumor porque se supone que es una tienda especializada.
       Como si le hablase en chino. Ante su inutilidad manifiesta, me lleva junto a unos compañeros suyos que, según me dijo, sabían mucho. El comité de sabios estaba reunido al final de un pasillo comentando lo que fuera, eso sí, muy gracioso, cuando les interrumpió el aprendiz:
        ‒Busca zapatillas de…
        ‒Marcha atlética –acabé, dada la imposibilidad del muchacho de repetir tan complicada expresión.
       Al comité de sabios le faltó preguntar, “¿Lo cualo?”, porque me miraron con los ojos tan abiertos y una mirada tan interrogante, que si esto fuera un cómic, toda la viñeta sería el signo de interrogación.
       Yo empezaba a perder la paciencia y se me notaba en la transformación de mi mirada. Ellos detienen a otro sabio que pasaba por allí y le preguntan si sabe qué es la… marcha atlética, volví a decir yo. El individuo, en un alarde de sabiduría, suelta:
        ‒¿No sabéis qué es? ¡Eso que van así! –e imitó el movimiento de culo con el que se suele ridiculizar a los marchadores. Claro que, al ver mi mirada furibunda, decidió empezar a mover los brazos y dejar de mover el culo.
        ‒¿Y tenemos zapatillas para eso? –preguntó el presidente del comité de sabios al Pontifex Maximus.
        ‒Ni idea –respondió encogiéndose de hombros y marchándose con la satisfacción del trabajo bien hecho.
        ‒Sí teníais. Yo vine aquí este invierno y las vi. Estaban al final de una estantería. Y había toda una sección para ellas. Enfrente teníais otras que habíais clasificado como para marcha urbana, y las que yo busco estaban bajo el cartel de marcha atlética y no distinguíais entre hombres y mujeres, mientras que de las de marcha urbana, sí había sección para hombres y sección para mujeres.
       Mientras les abrumaba con tanta información, ellos miraban a todas partes en busca de alguien que los sacara de aquel entuerto. Pasó por allí una dependienta y se agarraron a ella como a un clavo ardiendo. La chica, una vez informada de lo que empezaba a ser una odisea, me dice:
        ‒De eso no tenemos, pero tengo aquí unas zapatillas que te pueden venir bien, porque sirven para lo mismo y no pesan nada y bla, bla, bla, -empezó a decirme mientras me alejaba del comité de sabios, me llevaba al pasillo anterior y se situaba frente a las zapatillas del más naranja fosforescente que he visto en mi vida.
       Se empeñó en que me las probara sin escuchar mis observaciones respecto de que no eran lo que buscaba, ésas eran para correr, por asfalto, eso sí, pero no para marchar, tenían demasiada suela en el talón con lo que el dolor de tibiales estaba asegurado… Nada, no era su intención escucharme así que opté por probármelas y marchar pasillo arriba, pasillo abajo con ellas puestas, hasta que la chica, como yo imaginaba, se aburrió y me dejó para ocuparse a otros menesteres.
       Dejé las maravillosas, carísimas y desajustadas zapatillas en lo que a mis necesidades se referían, en su hueco y me fui yo sola a la aventura de encontrar lo que buscaba. Y lo hallé dos pasillos más atrás. Ahí estaban flamantes ellas, negras y verdes. Me las probé aunque el precio no me convencía mucho porque era excesivo para el uso que yo iba a darles. Eran perfectas. ¡Qué bien se marchaba con ellas! Lástima el precio, pero por no tener dolor…
       Ya iba pasillo abajo hacia la caja con ellas en la mano cuando, dos estanterías más allá, vi las mismas zapatillas, en otro color y mucho más baratas. No podía ser. Las miré por todos lados, incrédula. Me leí todas las especificaciones. Me las probé por si había gato encerrado. No. Eran iguales en todo, salvo el color. Entonces vi el cartel. Eran de otra temporada, por eso eran más baratas. Enarqué las cejas. ¿Cómo? ¿También hay moda en zapatillas para entrenar? ¿Pero no se trataba de que fueran buenas para el deporte que quieres practicar y para tu forma de pisar? Rápidamente las cogí y devolví las otras a su sitio. Me volví a dirigir hacia la caja cuando me interceptó otro amable dependiente al que no había visto hasta ese momento y me preguntó:
        ‒¿Son para usted?
        ‒Sí.
        ‒Es que son de hombre…
        ‒¿De hombre? –Repetí  con los ojos como platos–. ¿Qué quiere decir que son de hombre? ¿También hay zapatillas para hombre o para mujer? ¿Es que hay algo en los pies que nos haga diferentes?
       Yo miraba mis pies buscando en ellos algún indicio de marca sexual, pero no veía nada. Traje a mi memoria todos los pies de mujeres y de hombres que pude y, salvo que los pies de los hombres que pude recordar en ese momento eran más feos y peludos que los de las mujeres, no encontraba nada que pudiera ser tan importante como para distinguir el género de las zapatillas. O… tal vez… Separé los dedos cuanto pude y miré entre ellos a ver si allí se ocultaba el sexo de los pies, pero tampoco. Así que volví a mirar al dependiente que me miraba perplejo, sin entender mi asombro y, menos aún, mi búsqueda interdigital.
       Me señaló la estantería que había frente a las que yo había estado mirando hasta encontrar las zapatillas que pretendía comprar y la recorrió con la mano, cual hombre del tiempo mostrando el mapa que tiene en el plasma a su espalda, mientras mostraba una enorme sonrisa de satisfacción.
       Mis hombros se cayeron al suelo mientras mi cara era la viva imagen de la rendición. No podía ser. ¿De verdad era eso lo que me estaba diciendo? Pero, ¿esto qué puñetas quiere decir? ¿Es una tomadura de pelo o de verdad se creen que somos tan…? Me repuse, hice de tripas, corazón y, con una amable sonrisa, le dije al muchacho:
        ‒Las mujeres podemos ponernos ropa y calzado que no sea rosa.
        ‒Ya, pero son más bonitas.
        ‒No a todas las mujeres nos gusta el rosa. Yo, por ejemplo, lo odio.
        ‒Éstas no son completamente rosas.
        ‒No, son grises y rosa-bebé a partes iguales y hace mucho que dejé de ser bebé.
        ‒Éstas tampoco son rosas.
        ‒En realidad sí, porque el fucsia es una variedad del rosa y son fucsia y negras.
        ‒Pero son de chica.
        ‒No te preocupes –dije ya hastiada–, mi femineidad no va a resentirse por no ir de rosa.

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