Me han descubierto. Lo sé por cómo me miran, por cómo me
hablan, por sus silencios... Así que, cual Lázaro de Tormes, les explicaré cómo
llegué hasta aquí, por ver si me gano, al menos, su compasión.
Yo de pequeña no jugaba a las muñecas, ni a papás y a mamás.
Leía.
Mis primeras historias fueron los cuentos tradicionales,
Blancanieves, La Cenicienta... ya saben, los que se cuentan a todos los niños.
Sin embargo, nunca me parecieron historias simples. A mí me provocaban
infinidad de preguntas, tantas que volvía a esos cuentos una y otra vez.
Por ejemplo, no entendía por qué todo el mundo creía que las
protagonistas eran esas muchachas insulsas que, en la mayoría de las ocasiones
apenas hablaban en todo el cuento, ni por qué se condenaba a las verdaderas
protagonistas que ocupaban gran parte de la escena y que tenían siempre una
personalidad compleja y un conflicto interno que intentaban resolver con las
armas que les concedía el argumento.
Porque no me dirán ustedes que no es fascinante el personaje
de la madrastra de Blancanieves. Tan bella, tan hermosa, preocupada únicamente
por mostrarse siempre tan espléndida que bien podría ser la representante del
colectivo de las que antes estériles que culonas. Ahí estaba ella, recién
ascendida a reina sin nada mejor que hacer que pasear palmito y mostrar al
mundo lo bien que quedaba de florero de ese rey que no debía ser muy buen
gobernante ya que como padre dejaba mucho que desear. Menos mal que tenía ese
amigo incondicional para recordarle que era la mujer más bella del reino cada
vez que su ego, debilitado por la ausencia del esposo, necesitaba reafirmarse.
Su vida habría resultado plácidamente aburrida de no ser por aquella mocosa a
la que le dio por crecer y rivalizar en belleza con ella, la reina. Pues nada, a por la aspirante presumida
y boba que no para de abrir la puerta a desconocidos.
¿Y qué me dicen de la madrastra de La Cenicienta? ¿No es la
mujer más ingeniosa de la historia? Esta mujer bien podría representar el lema:
Soluciones para todo. Que mi vida es un asco porque soy una viuda pobre: me
caso con un rico comerciante viudo; que me endosan a una niña con pocas luces y
muy llorona, pues le doy un oficio y de paso gano una criada que el tacaño de
mi marido se ha largado de viaje y me ha dejado sin servicio; que el príncipe
busca esposa: pues yo tengo dos hijas si no es una, la otra y me aseguro la
vejez; que el zapato no entra en el pie
de mi hija mayor porque tiene un talón que parece un espolón de barco: cojo el
cuchillo y fuera talón; que el dedo gordo del pie de mi hija pequeña parece un
puño de Goliat y no permite que entre el dichoso zapatito: cojo el cuchillo y
¡zas! fuera dedo. Lo único que le faltó es haber inventado la técnica del
enviscado para deshacerse de esos
pajaritos bocazas que consiguen que el cegato del príncipe se case con la boba
e insulsa Cenicienta. O bien pensado, Dios los cría y ellos se juntan. Así que
igual, visto lo visto, es probable que dejara pasar la oportunidad en busca de
yernos más avispados.
Otra de mis favoritas es la bruja de Rapónchigo (Rapuntzel
para los de la era Disney). Una mujer que vivía sola y sin que se le conociese
varón que la acompañara, o sea una bruja, a la que le empieza a hacer tic-tac
el reloj biológico y quiere tener un hijo. Así que toda ella determinación y
porque ella lo vale, consigue una hija a la que cuida, quiere y, sobre todo
protege encerrándola en una torre para que no la embauque un tipo sin
escrúpulos como lo había sido su engendrador, le haga un hijo y después lo canjee por un
puñado de rapónchigos y desaparezca para siempre jamás.
O mamá pata la del patito feo que es la versión animal del
belenestebanismo más literal, yo por mis hijos mato, a los demás, que les den morcilla.
Así transcurrió mi infancia y mi adolescencia entre brujas y madrastras de cuento. Luego empecé
a ver películas y series de televisión, sobre todo las del fin de semana en
Antena 3 y casi todas las mujeres que aparecían se asemejaban a las de los
cuentos infantiles: mujeres con historia y personalidad compleja.
Entonces, cuando a mí también me hizo tic-tac el reloj
biológico, busqué en mi interior... y me hice madre adoptiva. Así es como he
llegado a ser la reina de las madrastras.
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