Mostrando entradas con la etiqueta respeto. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta respeto. Mostrar todas las entradas

lunes, 29 de agosto de 2016

ESCENA SEXTA O DE CÓMO LA CULTURA NOS LLEVA A LUGARES CONFORTABLES

      Anteayer llegó a mis manos este artículo de Luis García Montero: Culturas de España
      Lo leí con curiosidad durante uno de esos escasos momentos de paz que nos otorga el verano. Cuando llegué al final me invadió un sentimiento reconfortante, tierno. Respiré hondo y sonreí. Me sentí cercana a un desconocido que acababa de dejar de serlo para mí, porque había descubierto que compartíamos algo que, durante todo el verano, me había separado del resto de gente con la que me encontraba: una visión del mundo, una forma de entenderlo y, sobre todo, de vivirlo. Me reconocí en el amor hacia todas las lenguas y las culturas de España que se respira en ese artículo y que se concreta en los usos familiares de distintas expresiones.
      En mi familia comemos quesus y nos avisamos, felices, si por la ventanilla vemos vaques o muiños; mis hijos se han dormido al son de “El meu xiquet és l’amo” o bromeamos con que kalea no es el nombre de una sino de todas las calles de San Sebastián. Miro con cariño y orgullo materno a mis hijos y lo mismo les llamo alhaja, que perla del Turia a mi mayor o el mi guaje a mi pequeño mientras les aprieto los carrillos o les abrazo.
      Yo siempre he defendido que en todas las escuelas de España debería enseñarse la lengua y cultura de todos los pueblos que componemos este país; una asignatura que nos ayudara a entendernos, a aceptarnos y a respetarnos. Creo que es imprescindible que nuestros hijos sean capaces de aprovechar la riqueza de este país nuestro para sacarlo adelante sin malgastar las fuerzas en luchas intestinas.
      En abril, mi hijo mayor se entrevistó con el jefe de estudios del colegio al que irá el próximo curso, cuando empiece primero de E.S.O. El hombre se dirigió a mi hijo en castellano para saludarle. Mi hijo, que le había escuchado hablar con una profesora en valenciano, le preguntó en qué idioma prefería hablar. El profesor le contestó que en el que él quisiese y mi hijo contestó que él era bilingüe y le daba lo mismo uno que otro, que hablaría en el que el profesor se sintiese más cómodo. El jefe de estudios me miró sonriendo y yo fui la madre más orgullosa del mundo.
      Como lo fui en el castillo de Soutomaior, ante la mujer que había en la recepción, cuando mi hijo, que entonces tendría 8 años, le pidió que le falase en galego porque quería aprender ya que tenía un amigo gallego y quería sorprenderle.
      Si fuésemos capaces de ver riqueza en vez de problemas; si fuésemos capaces de ver oportunidades en vez de contratiempos; si la diversidad fuera una ventaja y no una amenaza, otro gallo nos cantara. Pero para eso, voces como la de Luis García Montero son las que deberíamos oír a diario, no las que oímos.
      Muchas gracias D. Luis por haber hecho del final de mi verano, un lugar confortable.

domingo, 21 de febrero de 2016

CUESTIÓN DE GUSTOS (2ª parte)

      Hay un refrán que dice que Sobre gustos no hay nada escrito. Así que tener buen o mal gusto va a depender del color del cristal con el que se mira y, por tanto, no debería ser condenable. Al menos no para que a uno lo denuncien y llamen a la policía para que se lo lleve al calabozo.
      No sé si la obra de los titiriteros era de buen o de mal gusto. No lo sé y no tengo intención de juzgarla, como no juzgo tantas otras cosas. Pero es obvio que, si a mí algo no me gusta, nadie me obliga a verlo. Si algo no me parece apropiado para mis hijos, me los llevo de allí. No se me ocurriría jamás llamar a la policía ni montar un espectáculo porque lo que se está representando me parezca de mal gusto o inapropiado. Ni aunque esté pagado con dinero público.
      Y no lo digo por decir. Miren, hace cinco años, fuimos a pasar unos días a Asturias. Para que el viaje formase parte de la aventura de viajar, hicimos noche en Burgos, para disfrutar de las tierras del Cid que, por aquel entonces era el personaje favorito de mi hijo mayor. Entramos al museo para ver la Tizona y la Colada y la amable mujer de la entrada nos dijo que también podíamos ver una exposición de pintura religiosa. Lo hicimos. Entramos a la sala con el niño de seis años de la mano y nos topamos de frente con un cuadro en el que se representaba un destripamiento, después otro con una decapitación, otro en el que aparecía una autopsia, crucifixiones y martirios por doquier pintados con esmero y todo lujo de detalles. Pues qué quieren que les diga, en ese momento y ante la multitud de preguntas que me lanzaba mi hijo, la verdad es que pensé que la pintura religiosa, al menos la cristiana de la Edad Media y el Renacimiento, era lo más parecido al cine gore.
      Como a los niños de esa edad les fascinan ese tipo de imágenes para poder recrearlas por la noche y así poblar de pesadillas sus sueños, no había quién moviese a mi hijo de esa sala. Para minimizar el impacto de esas imágenes, comencé a contarle la vida de esos santos mártires para que quedase todo dentro del Érase una vez y del Colorín colorado y, cuando logramos salir del museo, nos despedimos amablemente de la señora. Y esta aventura se ha convertido en una más de las anécdotas de nuestros viajes, sin más relevancia ni misión que la de echarnos unas risas.
      Y sí, era un museo público y no, no había restricción de edad para entrar en ninguna de las salas, ni carteles anunciando que las imágenes podían herir la sensibilidad del espectador. Como no las hay en las iglesias o catedrales en las que entran los niños con sus padres y pueden ver estatuas y pinturas que representan todo tipo de escenas cruentas. Que digo yo, que esos señores que se escandalizan de lo representado por los títeres no llevarán a sus hijos a ver los pasos de Semana Santa, ¿no?

viernes, 19 de febrero de 2016

ÉRASE UNA VEZ… COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO (1ª parte)

      Ahora que ya he podido leer todo lo que se ha publicado, escuchar todo lo que se ha dicho y reflexionar sobre este asunto que, lo reconozco, me ha tenido –y me tiene– preocupada, voy a plasmar por escrito mi opinión.
      Hace mucho, mucho tiempo, escuché una anécdota que narraba, en tono de burla, que cuando a Orson Welles, la noche del 30 de octubre de 1938, se le ocurrió narrar a través de la radio, la adaptación a guión radiofónico que había hecho de la novela La guerra de los mundos, las gentes de Nueva York y Nueva Jersey entraron en un estado de histeria colectiva, el pánico se adueñó de ellos, los teléfonos de la policía se bloquearon por la cantidad de llamadas recibidas, etc.
      Bien, yo creía, como quien me lo contaba, que esas cosas sólo podían ocurrir en Estados Unidos, pero no, también hemos importado esto, pero casi ochenta años después y, como aquí somos más papistas que el papa, además de creernos un teatro, encarcelamos a los comediantes por los delitos de los personajes.
      Vaya por delante que no asistí a la representación teatral con títeres motivo de la polémica, lo único que he visto es un vídeo que han mostrado en algunas cadenas de televisión y en las redes sociales y ni siquiera sé si pertenece a ese día o no, así que no lo voy a tener en consideración. Pero lo que sí sé como persona que consume literatura desde que me alcanza la memoria es que todo lo que se cuenta entre el “Érase una vez” y el “Colorín, colorado, este cuento se ha acabado” es ficción, es falso, no es verdad, es producto de la imaginación, como ustedes prefieran llamarlo. Y lo mismo ocurre con lo narrado o contado entre las tapas de un libro de cualquiera de los géneros literarios, con lo representado entre que se abre y se cierra el telón, con lo que puede verse en una pantalla desde que se apagan las luces hasta que se encienden de nuevo, con lo emitido entre el título y el final o la aparición de los créditos… En fin, en cualquier producto de la imaginación y creación artística humana. Puede parecer verdad, de hecho muchas veces quiere parecerse muchísimo a la verdad, pero no lo es. En eso consiste el pacto que hacemos los usuarios del arte con los creadores. Y el que no lo entienda es que su nivel cultural no alcanza el de cualquier niño pequeño al que le cuentan un cuento y ya sabe que el lobo feroz desaparecerá tras la fórmula de salida que más se use en su tierra del estilo de nuestro “colorín colorado”.
      Yo creía que alguien como un juez o un fiscal debía tener el suficiente sentido común, la suficiente cultura, como para entender algo tan simple y tan viejo como la humanidad. Y me asusta que no lo tengan, porque no me gusta el camino que estamos emprendiendo.
      Cuando era pequeña aprendí que podía pensar lo que quisiera pero no decirlo. Pero es que yo nací cuando aún había una dictadura y me eduqué en un colegio de monjas que no se enteraron de que había llegado la democracia, al menos mientras yo estudié allí. Sentía verdadero terror a que las monjas pudieran leer mi pensamiento, a que mis ojos retransmitieran lo que mi boca callaba y aprendí a mirar al suelo. Luego salí de allí y en el instituto, los profesores me obligaron a manifestar mi opinión y, a partir de entonces, he podido decir lo que pensaba sin miedo a ser castigada por ello.
      Esto se rompió el pasado 6 de febrero cuando me enteré de que dos titiriteros habían sido detenidos y estaban en prisión sin fianza por haber representado una obra de teatro en la que aparecía una pancarta que portaba un títere (imagino que su tamaño sería más el de un cartelito porque los títeres son más bien pequeños) en donde ponía “gora alka-eta”.
      No entendía nada. ¿Qué diablos estaba ocurriendo? Parecía que alguien me hubiese cogido por los hombros y, de un empujón, me hubiese trasladado a 1950. Intentaba escuchar, leer, entender y no salía de mi asombro. No era capaz de entender nada. Sólo sentía miedo, el mismo terror que cuando era niña y miraba al suelo para que nadie pudiera leer en mis ojos lo que pensaba. Tanto miedo que, cuando el viernes 12 de febrero fui a contar cuentos a la biblioteca, comencé recordando a todo el mundo que lo que ocurre entre el “Pues señor, esto era una vez” y el “Colorín, colorado, este cuento se ha acabado” es pura ficción, que nada es cierto y que ningún monstruo se saldrá del cuento, por malo que sea. Francamente, no me sentí libre ni a gusto. Y no quiero perder este derecho. Yo no sé ustedes, pero yo no quiero dejar de ser libre, quiero poder expresar mi opinión, leer, contar las historias que me apetezca, caminar con quien quiera, vestir como quiera, estudiar lo que quiera, trabajar donde quiera, besar a quien quiera y donde quiera… poder escoger a quienes quiero que gobiernen mi país.

lunes, 23 de noviembre de 2015

EL ABUSO NUESTRO DE CADA DÍA o el machismo de baja intensidad

      ¡Eh tú! Sí, tú, el tipo que hace más de un lustro que cumplió los setenta. El que me acaba de dar un repaso ocular de arriba abajo con más lascivia en los ojos que la que su cuerpo aguanta. A ti te digo, al que se ha girado, después de habernos cruzado, para mirarme el culo. Mira, baboso, porque casi te resbalas con todo lo que ha caído por tu boca, deja de musitar una y mil formas de quitarme esta falda porque todo lo que vas a conseguir es que te dé un jamacuco por el subidón de lujuria. Esta falda, pedazo de pretencioso, no me la he puesto por ti. ¿De qué vas? Si tú no existías en mi vida hasta hace unos minutos y dejarás de existir en cuanto te diga lo que pienso de ti y de todos los de tu especie. No voy buscando nada, ignorante. Esta falda me la he puesto porque… ¿Y a ti qué puñetas te importa por qué me la he puesto? Porque me ha dado la gana, que no tengo por qué dar explicaciones a nadie.
      ¿Qué derecho crees que tienes para mirarme de esa manera? Quita tus sucios ojos de mi cuerpo y no vuelvas a ponerlos jamás ni en mí, ni en ninguna otra mujer, a menos que ella te haya dado permiso para hacerlo.
      Vete con tus amigos, esos que van en transporte público y deben creer que tienen los testículos de una ballena y se despatarran ocupando su asiento y el de la mujer que tienen al lado; ésos que aprovechan cualquier aglomeración para frotarse contra una mujer, cual osos contra un árbol. Cogeos todos de la mano e id a aliviaros juntos o en solitario, que a estas alturas de la vida ya deberíais saber que lo de los granos o la ceguera es un bulo.
      Y dile al mandril de tu hijo, ése que, conduciendo con la ventanilla bajada y el brazo por fuera, le ha soltado, a una chiquilla de unos quince años, que podía ser su hija, una ristra de obscenidades que harían sonrojar a cualquiera de los que trabajan en la industria del porno, dile que tiene la gracia donde la espalda pierde su honesto nombre y que, como es obvio que su lengua está llena de productos de desecho, la boca no es su sitio, así que dile que se la meta en el orificio al efecto.
También puedes decirle al pandillero de tu nieto mayor que andar tocando las tetas y los culos de las chicas que pasan por su lado, o de las que han tenido que caminar por el pasillo que él y sus monos ríe-gracias les han dejado, es tan divertido como que les den una patada en la zona de la entrepierna donde ellos tienen alojado el cerebro.
Y al pequeñajo, aprendiz de abusador, dile de mi parte que levantarle la falda a las niñas no es un juego divertido; que decirle a niñas más pequeñas que él que, si quieren ser guays, le tienen que enseñar las braguitas, no es de hombres; explícale que el modelo de hombre al que perteneces es un modelo a extinguir, como los dinosaurios, y que su futuro es  la soledad, la infelicidad y el miedo. Dile que si quiere que una mujer esté con él por amor y no por miedo, que si quiere ser respetado y no temido, que si quiere ser aceptado y no mirado con asco, como te miramos a ti, tiene que seguir el camino de los hombres, no el tuyo, de los que respetan y aman, de los que tratan como quieren ser tratados.
      No voy a entrar a explicarte ahora que las mujeres no somos objetos que pertenezcamos a nadie, o que estemos en el mundo para que nos cojan y dejen una vez satisfecha la necesidad puntual que a un macho le pueda sobrevenir. No voy a explicarte que el mundo está cambiando, porque eso tú ya lo sabes, porque tú eres de los que celebras cada asesinato pensando que algo habría hecho la víctima, porque ahora mismo debes estar pensando que te estoy importunando y que merezco que alguien me ponga firme, me meta en vereda. Así que paso de ti porque tú no tienes solución, tú sólo tienes que esperar tu meteorito (o tu sanmartín, tú decides). Escribo esto porque las mujeres estamos hartas de tener que lidiar con babosos, obscenos, abusadores y maltratadores, porque estamos hartas de tener que enseñar a nuestras hijas cómo lidiar con ellos y porque no queremos seguir muriendo a manos de gentuza como esa que, un día se les va la mano, y se auto conceden el derecho de acabar con nuestras vidas. Escribo esto porque aún hay mujeres a las que les habéis robado la conciencia y quisiera que la recobrasen.
      Eso sí, sólo un último mensaje a todos los de tu especie, os agradecemos la lección sobre los usos sexuales de los gorilas, mandriles y otros tipos menos evolucionados de primates, pero os informamos de que las mujeres no tenemos por costumbre aparearnos con especímenes de otras especies y, caso de interesarnos la zoología, la estudiaríamos en las aulas. Muchas gracias.

martes, 10 de noviembre de 2015

LOS CONSEJOS NO PEDIDOS Y LAS MODAS: EL TERROR DE LOS PADRES

      ¿Se acuerdan del cuento del padre y el hijo que van en burra y que todo el mundo tiene que decirles cómo han de ir? Yo lo recordé el otro día por una anécdota y, desde entonces, no paro de darle vueltas.
       Está claro que en la educación de los niños participa la tribu. No puede ser de otra manera porque todo, absolutamente todo, influye en quiénes somos y en cómo somos. Pero también es cierto que, al menos en nuestra sociedad, los últimos responsables o al menos los principales responsables de la educación de nuestros hijos somos los padres. Que menuda tarea nos hemos buscado, la verdad, porque nadie nace aprendido, porque esto no se estudia en ninguna escuela o universidad y porque la única manera de aprender es el ensayo error. ¡Ah! Y porque hemos de asumir que nunca vamos a hacerlo bien y que nuestros hijos nos van a echar en cara el resto de sus vidas todos y cada uno de nuestros errores, así que, cada día hemos de tomar nuestra cucharada de humildad.
       Yo creo que debemos estar haciéndolo realmente mal, porque la tribu se siente en la obligación de estar dándonos consejos constantemente y nadie aconseja al que lo hace bien. Pero lo cierto es que, a veces, estos consejos no pedidos están sometidos al imperio de las modas y hacen más mal que bien.
       Voy a poner algunos ejemplos en los que seguramente se verán reflejados todos mis colegas de profesión (o voluntariado porque lo de ser padres no es retribuido, a pesar de que algunos maestros, a raíz del debate de los últimos días, proponen que a nosotros también se nos baje el sueldo, debe ser que no tienen hijos y no saben que son un saco sin fondo en que no para de entrar dinero pero de donde nunca se saca).
        Parece ser que la cosa empieza cuando una mujer está embarazada. Me cuentan -ya saben que yo cambié el parto por una sentencia-, que últimamente los médicos, matronas y demás personal sanitario les explican los múltiples beneficios de la lactancia materna. Hasta aquí nada que objetar, si no fuera porque algunos profesionales se toman muy a pecho, nunca mejor dicho, la difusión de esta forma tradicional de alimentación y empiezan a gotear consejos, cual estalactitas, para alcanzar la maternidad óptima sobre las cabezas hormonadas de las futuras madres, quienes absorben y a su vez crean estalagmitas maternales que las distinguirán por excelentes frente a aquellas pésimas mujeres y peores madres que no pueden o no quieren dar el pecho a sus retoños.
       Una vez nacida la criatura, se la lleva al pediatra para que la registre –quiero decir, controle–, y me cuenta una amiga que el pediatra le dijo que debía darle el pecho a demanda, así que la pobre iba todo el día con la teta fuera porque debía enchufársela al churumbel cada vez que éste hacía “uec”. Además este amable señor era de la liga antichupete y prefería que el niño de mi amiga chupara pezón, Así que como mi sobrino adoptivo nació en noviembre, mi amiga y casi hermana fue de pulmonía en pulmonía hasta que, en febrero, el pediatra fue sustituido, por ignotas razones, por otro colega al que estas recomendaciones le parecían una solemne tontería que iban a provocar que el niño no tuviese adquirido un horario de comida como dios manda, con lo que le pautó unas horas concretas de alimentación para gran pena del niño que se pasó días llorando sin parar y de la madre que no podía dormir con el llanto de su hijo. Ni qué decir tiene, que el resto de la tribu también opinaba al respecto, pero con la medicina hemos topado y el médico siempre tiene razón.
       Eso sí, que el que no se consuela es porque no quiere y mi amiga decía que al menos ella, como no trabajaba fuera de casa no había tenido que usar ese invento llamado sacaleches.
       ¿Quién no ha oído las maravillosas recomendaciones que todo el mundo nos dedica sobre cómo y dónde debe dormir nuestro hijo? Que si en cama propia, que si en la nuestra, que si a oscuras, que si con luz, que de lado, que boca abajo… ¡Dios mío, cuánta complicación para dormir! Yo opté porque durmiese en su cuarto y le compré una bonita habitación pensando, incluso, en cuando tuviera amigos con los que hacer fiesta de pijamas. Todo iba bien hasta que llegaron los terrores nocturnos. En mitad de la noche, un grito desgarrador nos ponía en pie de un salto y, con los pelos de punta y los ojos cerrados, acudíamos a su habitación entre diez y quince veces por noche. Aguantamos estoicamente durante tres semanas sin más señales que unas ojeras permanentes, una boca siempre bostezante, un par de palillos decorando nuestras pestañas, varios moratones como resultado de las incursiones nocturnas a oscuras en campo enemigo y un mal genio creciente. A la cuarta semana, y viendo que el asunto llevaba trazas de eternizarse, nos reunimos en comité matrimonial para ajustar la estrategia. Lo más urgente: dormir. La solución lógica: pasar al crío gritón a nuestra cama, al menos evitaríamos los golpes. Funcionó. Fue dormir con nosotros y el nano se despertaba, nos abrazaba, pero no gritaba. Mano de santo, oigan.
      La mala suerte quiso que en una visita al pediatra, me preguntasen por el sueño del niño. Al responder yo que no dormía de un tirón, pero que al menos ya no gritaba en mitad de la noche, al pediatra en cuestión comenzó a girarle la cabeza cual niña del exorcista, soltando espumarajos, sapos y culebras por la boca mientras me condenaba por haber cedido al chantaje de mi hijo, por no saber educarle y consentirle los caprichos y por estar rompiendo mi matrimonio por no poder cumplir con las obligaciones derivadas del mismo.
       ¡Horror! Vuelta a convocar asamblea matrimonial. Intentos y más intentos de dormir al niño en su cama. Imposible. El matrimonio no sé, pero mi vida (siempre he querido ser la Bella Durmiente, pero para poder dormir cien años) sí corría peligro: necesitaba dormir. Por fin encontramos una solución razonable: ¡un colchón por turnos! Dormimos al niño en nuestra cama y luego lo pasamos a la suya. Lo probamos y funcionó. El niño se durmió y no se despertó ni siquiera al pasarlo a su cama. Todo iba tan perfectamente que decidimos ponernos al tema y… en mitad de la faena, un grito desgarrador en mitad de la noche, de nuevo carreras por el pasillo a oscuras pero esta vez con la dificultad añadida de ponernos la ropa mientras volábamos a callar al niño antes de que los vecinos avisasen a la policía. Acabamos con una nariz hinchada por pretender entrar por donde no había puerta, un dedo meñique roto al chocar con el marco de la puerta, el niño de nuevo a nuestra cama y la libido a los pies.
       ¿Qué me dicen de los comentarios sobre si lo llevas en brazos o no? Recuerdo a un transeúnte desconocido que se auto-otorgó la libertad de decirme que no tenía que llevar a mi hijo en brazos porque era demasiado mayor (ignoro si se refería al niño o a mí). Pero también hay quien opina que llevarlo en carrito es tan nocivo como no darle el pecho porque no crea vínculo. Y  ¿qué clase de madre soportaría no tener vínculo con su hijo?
       Ni qué decir de los partidarios de la educación tradicional con cachete a tiempo incluido o los partidarios de la felicidad del niño ante todo.
       ¿Y cuando llega al colegio? Entonces entran también los profesores a opinar. Que si sobreproteges al niño, que si pasas de él, que si le apuntas a demasiadas extraescolares, que si no lo estimulas lo suficiente, que si los deberes son asunto del niño, que si no te responsabilizas de que los haga…
      ¡Basta ya! Esto de ser padres es muy difícil y no ayudan nada con tanto consejo contradictorio y tanta moda para ganar dinero vendiendo libros que no pueden proporcionarnos sentido común. Sean prudentes, por favor, nadie sabe con exactitud por qué hemos tomado una determinada decisión como padres, porque nadie está en nuestra piel, pero créannos, podemos ser unos zopencos redomados, unos ignorantes, un producto deformado de la sociedad en la que vivimos, o tan pésimas personas como ustedes quieran decir que somos, pero queremos a nuestros hijos y hacemos lo que, en cada momento, creemos que es lo mejor para ellos y, si nos equivocamos, créannos, somos los primeros en auto-fustigarnos y en padecer las consecuencias.
       Así que, por favor, los consejos no pedidos, guárdenselos y las modas, úsenlas para el vestir. Gracias.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

ENFRENTADOS POR LOS DEBERES

      Llevamos menos de dos meses de curso escolar y me han llegado, por todos los lados imaginables, multitud de artículos, entradas de blog, comentarios escritos o hablados refiriéndose a los deberes escolares, las tareas que deben llevarse los alumnos para casa. Sabes de qué hablo ¿verdad? A ti también te han llegado.
      Me he puesto a leer toda esa opinión vertida desde una y otra parte y, una vez superado el complejo de espectadora de un partido de tenis, sólo se me ocurre hacerme una pregunta:
       ¿A quién, diablos, le interesa que nos pasemos el día peleando padres y profesores?
      Yo soy muy de la teoría de la conspiración. Los que me conocen lo saben, pero es que… a veces me lo ponen muy difícil para no creer en manos ocultas que manejan los hilos de nuestras vidas.
      No voy a incrementar el número de artículos a favor o en contra de los deberes, pretendo sólo reflexionar sobre la lucha que llevamos con las tareas escolares arriba y tareas escolares abajo. Honestamente no puedo hacer otra cosa porque fui maestra y soy madre, así que, como dice la canción, tengo el corazón partío.
     Me gustaría que me acompañaras en esta reflexión y que, por favor, fueras sincero contigo mismo.
      Empezaré con una pregunta que he formulado en repetidas ocasiones y para la que nunca encuentro respuestas sino silencios:
       ¿No se supone que a ambos colectivos, padres y maestros, buscamos lo mismo, que tenemos un interés común que no es otro que el bien y la educación de nuestros hijos y alumnos que, ¡oh casualidad!, son los mismos sujetos? Entonces, ¿qué puñetas hacemos peleándonos?
      Ya sé. En la esencia del ser humano reside la idea de que nadie hace las cosas mejor que uno mismo y que cuando alguien dice en abstracto que algo está equivocado le está diciendo a ese uno mismo que ÉL, ese ser cuasiperfecto está equivocado, y, claro, el ego salta y se pone a la defensiva: ¿Quién puñetas se cree ese mindundi que es para decirme a mí, A MÍ, que estoy haciendo algo mal? ¡Qué sabrá él!
      Venga, pongamos paz y alejemos a los egos durante un rato, que descansen o hagan lo que deseen, pero lejos de este lugar de reflexión y diálogo que pretendo crear.
      Vamos a partir de la base de que en todos sitios cuecen habas y, por tanto, en ambos colectivos, padres y maestros, hay gente para todos los gustos, incluso para gustos pésimos.
      De la misma manera que encontramos padres a los que la paternidad les pilló con el pie cambiado, se les quedó grande o simplemente estaban en el baño cuando en el mundo se repartió la responsabilidad, hay otros que se esfuerzan día a día para ser los padres que exigen los tiempos que corren, que se preocupan por el bienestar físico y emocional de sus hijos, que se informan e intentan aprender, padres que desayunan responsabilidad cada mañana y se acuestan sin que se les haya perdido ni un miligramo de ella por el camino. Así que resulta muy injusto que se les meta a todos en el mismo saco, que se les juzgue y condene con etiquetas peyorativas y que no se les reconozca una gran verdad: SER PADRES ES MUY DIFÍCIL Y NADIE NACE APRENDIDO, no hay libros ni prácticas controladas con las que aprender.
      Igualmente, podemos encontrarnos con maestros y profesores que perdieron el tren de la humanidad y cogieron el de Chusmistán (para saber más de este tremendo país, leer la serie de entradas: MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS I, II, III, IV, V y VI), maestros y profesores cuya profesionalidad, interés por los niños o por aprender, brilla por su ausencia o maestros y profesores que deben su título a gentes sin escrúpulos que les aprobaron (que ellos carguen con sus conciencias que nosotros cargamos con sus consecuencias). Pero también hay maestros que son grandísimos profesionales y mejores personas, que se preocupan por sus alumnos y por su profesión, que buscan la mejor forma de llegar a nuestros hijos y que se pelean con los medios, los malos compañeros y los superiores tóxicos para ayudar a nuestros hijos a convertirse mañana en los adultos responsables y felices que todos queremos que sean. Así que no es justo que les metamos en el mismo saco que a los otros, ni que les obliguemos a pelear también contra nosotros, los padres, porque, pensemos aunque sea egoístamente, les restamos las fuerzas que necesitan para atender a los niños y chavales.
      Bueno, ahora que ambas partes nos hemos legitimado como interlocutores para conversar y nos reconocemos como grupos, con nuestras luces y sombras en ambos colectivos, sentémonos y dialoguemos con una única norma: el respeto.
      Y desde el respeto mutuo, expliquemos nuestras posturas y entendamos las del otro para lograr una zona de entendimiento:
      Porque no hay nadie mejor preparado para enseñar a nuestros hijos que los maestros, y si alguien no lo está, exijamos más formación, pero hagámoslo juntos padres y docentes. Que se enteren los de arriba que nos importa la educación y que no vamos a dejar a nuestros niños en manos de cualquiera, que queremos a los mejores.
      Porque no hay nadie que quiera más a los niños que sus padres, que se preocupe más por su presente y su futuro y nadie más responsable de su educación, y si alguien no se toma en serio esta tarea, afeemos su conducta, pero ambos colectivos juntos.
      Y porque si nos enzarzamos en estas peleas absurdas, sólo va a haber un bando perdedor: el tercer vértice de este triángulo, los niños, que son aquéllos a quienes queremos proteger.
      Y llegados a este punto y viendo que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, vuelvo a preguntarme quiénes son los pescadores y qué ganan con nuestra pérdida. Y la respuesta, francamente, no me gusta.

jueves, 20 de agosto de 2015

¿HASTA CUÁNDO?

       Ayer sentí miedo. Un miedo que debió instalarse hace mucho, mucho tiempo, en mi código genético. Un miedo irracional, como todos, pero que en otro lugar, en otro tiempo, hubiera marcado la diferencia entre la vida y la muerte, entre salir indemne o marcada para siempre.
       Caminaba por un aparcamiento distraída. De repente vi que tres chicos jóvenes y fuertes se acercaban hacia mí. Mi cuerpo se tensó y mis ojos descubrieron que no había nadie más que ellos y yo. Sentí la adrenalina recorriendo mi cuerpo, todas las señales de alarma activadas, mi cuerpo preparado para la lucha porque ya no había tiempo para huir. Les miré a los ojos para detectar el primer aviso. No hubo nada. Pasaron por mi lado sin mirarme siquiera.
       El miedo cedió paso al enfado. En otro lugar, en otro tiempo yo habría sido una víctima. Como miles de mujeres antes, ahora y…  ¿hasta cuándo?
       Ayer sentí miedo. Un miedo aprendido y heredado. Un miedo de mujer. Miedo por ser una mujer. ¿Hasta cuándo?

jueves, 9 de julio de 2015

MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS VI

Epílogo

      Si usted es un ser humano que escogió ser maestro y tiene la mala suerte de compartir espacio con ese habitante de La Chusma, en cuanto sea testigo de alguno de los pasos del procedimiento, denúncielo, por favor. Usted es bueno y quiso ser maestro porque amaba su profesión y quiere a los niños, proteja a esa criatura y sepárela de su agresor. Él ofende su profesión y también a usted le perjudica.
            Si usted es un ser humano que escogió tener control sobre cualquiera de los aspectos educativos y sobre las personas implicadas en la educación, tenga en cuenta que esto no es una patata caliente, es un niño que tiene derecho a crecer con dignidad y que tiene derecho a ser respetado. No mire hacia otro lado, por favor, sus subordinados tienen el deber de educar y enseñar, y el que no lo hace, incumple con su obligación. Él es quien actúa mal y a quien hay que alejar, no a la víctima. Usted está ahí porque quería velar para que todo funcionase correctamente, no permita que le impidan cumplir con su función.
      Si usted es un ser humano a quien su hijo le cuenta que tiene un compañero al que le pegan o insultan o que este niño se comporta de una manera que, su sentido común de adulto, no puede comprender, hable con los padres del niño y póngase en alerta: su hijo no está en un ambiente adecuado y la culpa no es del otro niño. Algo le ocurre a esa criatura y está pidiendo ayuda a gritos. Y sobre todo, piense que esa criatura podría ser su hijo o podría ser el próximo acosado.
      Si usted es un ser humano cuyo hijo es acosado, no está sólo, no es culpa de su hijo y usted tampoco tiene la culpa, todo ello a pesar de lo que quieran hacerle creer los eternos aspirantes a humano que se empeñan en destruir a nuestros niños.
      Y si eres un ser humano al que está acosando esa chusma, tú no eres el problema, no eres raro, ni nocivo. Puede que seas distinto, pero todos somos distintos, afortunadamente. Eres maravillosamente distinto y te damos las gracias por enriquecernos. Sé fuerte, pide ayuda y aléjate de esos eternos aspirantes a ser humano, porque ellos son los tóxicos. Y llegará el día, en el que tú brillarás como el extraordinario ser humano que eres.

miércoles, 8 de julio de 2015

MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS V

Los daños colaterales.

       Como en toda historia de dolor, en ésta también hay daños colaterales. En esta historia los daños colaterales son los padres y la familia de la víctima, de nuestra criatura, de aquél al que todos debiéramos proteger. Y lo son los amigos.
       Hace poco leí un texto en el que preguntaban, ante el suicidio de una adolescente acosada, qué es lo que habían hecho sus padres ante el acoso escolar y alguna vez me lo han preguntado directamente. La respuesta de todas las madres de víctimas con las que he hablado de este tema ha sido unánime: intentar poner algo de cordura en esta tremenda historia. Escuchamos a nuestros hijos y a sus profesores y nos hacemos una idea de lo que ocurre analizando los puntos de coincidencia entre las versiones. Con la conclusión extraída, intentamos dar herramientas a nuestro hijo para que pueda moverse en ese mundo hostil en que se ha convertido la escuela. Hablamos con el colegio para encontrar soluciones. Aceptamos con resignación la opacidad del colegio que nos impide ser testigos y nos obliga a movernos en un mundo de versiones interesadas. Vemos las heridas físicas y psicológicas de nuestro hijo e intentamos curarlas, pero cuando comprendemos que nada va a arreglarse, buscamos documentarlas ya que nos encontramos ante la negación del colegio de cualquier evidencia. Lo niegan todo a pesar de que las heridas dejan huella. Y soportamos con estoicismo todos los juicios y prejuicios sobre nuestro hijo y sobre nosotros. Por último, nos toca tomar la última y más dura decisión, si es que nuestro hijo es pequeño: sacarlo del colegio, a pesar de lo injusto que es que sea la víctima quien tenga que abandonar su espacio, o dejarlo en él con las nefastas consecuencias que ya conocemos.
       Permítanme que haga un inciso sobre el hecho de escuchar a nuestros hijos porque me toca muy de cerca, ya que me han acusado por la espalda varias veces de ello, a mí y a todas las madres con las que he hablado, y necesito dar la respuesta que me han negado sistemáticamente porque jamás nadie se ha atrevido a decírmelo a la cara. Sí. Escucho a mi hijo, como también escucho a sus profesores. Y además le curo las heridas producidas por los golpes y examino si es posible que se las haya hecho de forma fortuita, en cuyo caso, o en caso de que haya la más mínima duda, nunca iré a quejarme al colegio. Sólo he ido a contarles cuando es más que evidente que son heridas y moratones provocados por puñetazos y patadas.Ya sé que a ustedes, los habitantes de La Chusma, les gustaría que no le escuchase, que sólo les escuchase a ustedes y me creyese a pies juntillas su versión de los hechos. Pero no puedo evitarlo. Es mi obligación, como madre, escuchar a mi hijo, sobre todo cuando veo las señales producidas por las palizas o por los insultos y vejaciones. ¿Saben ustedes que también dejan señal la humillación y los desprecios constantes? Le escucho sobre todo cuando mi hijo se niega a contarme qué le ha ocurrido porque está aterrorizado, o qué es lo que le ha hecho cambiar su carácter; le escucho cuando se niega a estudiar, cuando le oigo llorar por las noches, o cuando se despierta aterrorizado por las pesadillas, le escucho cuando veo comportamientos extraños a su alrededor, o cuando me hace preguntas sobre qué pasaría si se muriera, o sobre si hubiese preferido otro hijo sin problemas. Le escucho a pesar de que no le creo todo, ¿cómo creerle si a veces cuenta cosas increíbles por absurdas? El problema está en que también les escucho a ustedes, eternos aspirantes a humanos, entidades carbónicas que imitaron perfectamente la forma humana pero se olvidaron de clonar nuestra esencia. Y al escucharles, descubro que mucho de lo que no creí porque me parecía absurdo, era cierto; que sus respuestas son, por supuesto, respuestas de parte; que me niegan información; descubro sus prejuicios y sus miedos; y descubro que ustedes no tienen miedo a maltratarme en público, de faltarme el respeto, así que infiero que tampoco lo tendrán en maltratar a mi hijo en privado o con sus compañeros de clase como únicos testigos. El problema, señores o lo que ustedes sean, es que tengo criterio, y eso a ustedes les molesta mucho, porque no me pueden manejar ni pueden hacerme comulgar con ruedas de molino. Por eso ustedes se dedican a hablar mal de mí, a intentar destruir mi credibilidad. Nuestra credibilidad porque somos tantos los que coincidimos, los que somos sus daños colaterales... Pero bueno, tenemos algo que ustedes jamás podrán tener: humanidad.
       Pero hay más daños colaterales, la familia que asiste muda a la degradación de uno de sus seres queridos: hermano, nieto, sobrino... ; que asiste impotente a la degradación del buen ambiente familiar, porque esto pasa factura; porque los ánimos se crispan; porque hay que mantener las normas y evitar la tendencia a caer en el victimismo, que, por otro lado es humana, aunque indeseable. Porque todo es muy difícil.
       Y, por último los amigos de las víctimas. Sí, también existen. Son los valientes que no miran hacia otro lado pero a los que no se les da armas para rebelarse ante lo que consideran injusto. Recuerden que están al cargo del acosador y que muchos de los adultos que tienen cerca, la panda de secuaces del eterno aspirante a ser humano, miran hacia otro lado. Son los que hacen lo que pueden: contar lo que ven, intentar que no peguen a su amigo, hablar con él, empeñarse en que juegue... Ser sus AMIGOS. Gracias a ellos la víctima tiene momentos de paz y un espejo que le dice que no es mala persona. Ellos también viven en un ambiente donde la violencia física, psicológica y verbal rige las relaciones. No va dirigida a ellos, de momento, pero viven con el miedo a ser las siguientes víctimas. Y son los que pierden al amigo cuando se va del colegio... o se suicida.

martes, 7 de julio de 2015

MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS IV

       La víctima.

      La criatura que sufre esto, no entiende por qué le están pasando esas cosas. No entiende qué hace mal. No sabe cómo agradar a ese alienígena que le ha tocado como profesor. No hace nada bien y eso es desolador. Su autoestima se va mermando a pasos agigantados porque no olvidemos que está formándose su autoimagen.
      El aislamiento a que se ve sometido le va restando habilidades sociales y capacidad para desarrollarlas, además de contribuir a que la imagen que los coetáneos le transmiten también sea negativa. Todos se acostumbran a que sea el marginado y, como algunos hacen sus pinitos en rechazarle y maltratarle con el beneplácito del habitante de Chusmistán, los roles, las formas de relacionarse y los comportamientos tóxicos se consolidan.
       La víctima puede reaccionar huyendo, intentando desaparecer o actuando con violencia. Cualquier camino lleva a una vía muerta. Desaparecer es imposible, huir genera victimización, la violencia engendra violencia y todo ello da razones a los acosadores. No hay salida.
      Su capacidad de aprendizaje se reduce, porque la víctima vive en un estado permanente de alerta que le garantiza la supervivencia y por todos es sabido que nadie filosofa mientras huye de los leones. 
      Comienza a tener miedo de cualquiera. Huye, se protege o se defiende cada vez que alguien se le acerca porque va perdiendo la capacidad de discernir si el acercamiento es amistoso o no. 
      Las noches se convierten en el momento más temido porque en ellas señorean la oscuridad y el sueño que permiten que campen a sus anchas las más terroríficas pesadillas.
      Cada mañana, al despertar, se preguntará si llegará vivo a la noche. Y empezará a fantasear con la muerte a la que ve como única salida. La definitiva. Si él o ella muere, acaban los problemas. 
      Deja de jugar con otros niños, por decisión propia. Se rinde. No quiere seguir enfrentándose a los golpes, a las humillaciones, a los insultos, a las vejaciones, porque el recreo es una extensión del aula en el que tienen vía libre los continuadores de la obra de la chusma. Prefiere estar solo y así refuerza, sin quererlo, la imagen de raro, de distinto que sobre él tienen los demás.
       Muchas de esas víctimas tuvieron que dejar ya un colegio por culpa del acoso escolar antes de los ocho años. Dejaron atrás algunos amigos, pero el maltrato ya ha hecho efecto en sus vidas y no les será fácil superarlo. En demasiadas ocasiones, vuelve a repetirse. En el nuevo colegio se encuentran con un eterno aspirante a ser humano que no logra entender las heridas de la víctima y que necesita tiempo, amor y respeto para curarlas, así que se iniciará el procedimiento acosador de nuevo. Será devastador para la criatura. Aprenderá que, efectivamente, no hay salida y asumirá que no merece ser respetado, que allá donde vaya será maltratado y que todo es culpa suya.
      Podría seguir describiendo el infierno, pero si han llegado hasta aquí, es porque lo conocen o lo imaginan, así que lo dejaré aquí: el eterno aspirante a ser humano y sus acólitos logran anular y destruir a su víctima, que no es sino una criatura.



domingo, 5 de julio de 2015

MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS II

La creación del ambiente propicio.

Pongan ustedes en un colegio a uno de esos profesores eternos aspirantes a ser humano de los que hablaba en el otro artículo. Rodéenlo de profesores irresponsables o canallas que se dedican a mirar hacia otro lado ante las actuaciones del compañero que nunca llegará a ser humano. Y, como por arte de magia, tendrán ustedes el paraíso de los acosadores.
Ahora sólo tienen que colocar en la clase asignada al que tampoco merece ser llamado profesor, a un niño cuyas capacidades no entren en la cuña de la media, o que tenga alguna discapacidad física o sensorial, que tenga el síndrome de Asperger, o que tenga un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, o que sea inmaduro, o de una etnia maldita, o que provenga de un país maldito, o que esté viviendo un duelo, o que sea adoptado, o que en su casa algo no funcione bien, o que tenga limitadas sus habilidades sociales o que sea muy tímido… Déjenlos convivir unos cinco minutos en el aula y serán testigos de la gestación del acoso escolar.
Y es que todos tenemos nuestras manías (ésas que según el dicho popular, no curan los médicos), nuestros miedos inconfesables y nuestros prejuicios, sólo que algunos los controlamos y mantenemos a raya porque son nuestros y nadie, y menos aún un niño, tiene por qué cargar con nuestros miedos, manías o prejuicios o ser la víctima de ellos.
Sin embargo, el profesor que sólo ha logrado tener apariencia humana, encontrará a su víctima, aquél al que no puede soportar ver y dirigirá toda su mala leche alienígena contra el desafortunado. Da igual lo que haga la víctima, es más, mejor que no haga nada que pueda demostrar que su profesor está equivocado, porque aún cargará con más furia contra él.

jueves, 21 de mayo de 2015

A DIOS PONGO POR TESTIGO

Ayer comencé haciendo referencia a la literatura picaresca aludiendo a Lázaro de Tormes, hoy, si me lo permiten, haré referencia al cine y, emulando a Scarlet O’Hara, diré:

¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré... a dar una explicación!

A todos aquellos que por no haber parido y amamantado a mis hijos:

Me consideran una madre de segunda categoría.
Creen que no existe vínculo entre mis hijos y yo.
Consideran que no puedo quererles como una madre.
Piensan o me dicen que estoy haciendo una obra de caridad.
Me compadecen porque no he llegado a ser una mujer completa.
Se refieren a la engendradora de mis hijos como su madre verdadera, como si yo fuera la madre falsa.
Hablan de sus hijos como hijos propios como si los míos fueran impropios o robados.
Me preguntan si son hermanos de verdad, como si se pudiera ser hermanos de mentira.
Se atreven a opinar sobre mi forma de educar a mis hijos dándome consejos no pedidos.
Afirman que los sobreprotejo porque me consideran incapaz de educarlos.
Aseguran que mis hijos me manipulan porque, al ser media mujer, también debo ser medio tonta.
Se permiten el lujo de pensar que mis hijos son monstruos malvados que se aprovechan de mí y por tanto sienten lástima.
Creen que soy mala persona y seguro que escondo algo o maltrato a mis hijos...
A todos ellos y otros semejantes, iba dirigido mi escrito de ayer. Y a todos ellos prometo contestarles a partir de ahora que yo al menos he conseguido ser algo importante en la vida, justo lo que quería ser: la reina de las madrastras. ¿Os animáis el resto de madres?

miércoles, 22 de abril de 2015

EL VALOR TERAPÉUTICO DE LAS PALABRAS

¿Quién no recuerda “Curita sana  / curita sana / si no te curas hoy / te curarás mañana” en cualquiera de sus variantes? Esa retahíla infantil, acompañada por unas caricias y seguida de un beso, tiene el poder de curar todo dolor físico infantil.

¿Cuántos hemos salido del pozo de la tristeza o de la melancolía al escuchar un “Te quiero”?

¿Cuántos hemos recuperado nuestra autoestima alcanzando lo que minutos antes creíamos inalcanzable tras escuchar un “Tú puedes”?

Las palabras curan, tienen el poder de cambiar nuestro ánimo, de hacernos sentir, de humanizarnos y humanizar al otro. Las palabras también pueden unirnos y sanar esta sociedad que, evidentemente,  está enferma.

¿Sabéis qué palabras echo de menos? “Lo siento” o “Perdón”. Son palabras que racaneamos y, sin embargo, son, para el alma, lo que el “Curita sana” es para el cuerpo. No hay dolor del alma que se resista a un “Perdón” dicho con el corazón, ¿por qué, entonces, escatimarlo?

martes, 26 de agosto de 2014

LA ADOPCIÓN: Un roto para un descosido

A ser padres se ha llegado desde siempre por dos vías: la biológica y la adoptiva. Baste con leer la historia, la literatura o los libros sagrados, por ejemplo, para encontrar familias constituidas de las dos maneras. Y fíjense que, viniendo como viene de tan antiguo, la adoptiva todavía hoy es considerada por algunos como una vía de segunda clase. Lamentable.
La decisión de ser padres adoptivos responde a diferentes motivos, todos ellos –o casi todos, porque imagino que de todo tiene que haber en la viña del señor– tan dignos y respetables como los que llevan a optar por ser padres biológicos. La única diferencia es que, de entrada, los padres adoptivos decidimos serlo de niños que han sufrido más de lo que nadie debiera haberlo hecho jamás.
Porque no nos engañemos, a la adopción se llega tras un gran dolor.
Duele no poder engendrar, pero duele, imagino, mucho más haber sido abandonado por aquellos que te engendraron o haber sido separado del mundo que conocías. De manera que, quizá, lo que nos une a padres e hijos adoptivos es que unos, los padres, estamos rotos, y otros, los hijos, han sido descosidos, así que la figura de la adopción lo que hace es encontrar el roto que mejor se ajusta al descosido. Y es que hay que recordar que lo que se busca es unos padres para un niño que los necesita –y a los que tiene derecho–, no al revés.
¿Quién decide qué padres se ajustan más? En nuestro país, los organismos públicos creados al efecto. Su labor es difícil y delicada. Toca muchas teclas sensibles. Y hoy en día, en los tiempos que corren, aún es más complicada su labor.Eso sí, yo tengo algo claro, en mi caso particular, lograron que rotos y descosidos encajáramos a la perfección. Así que: MUCHAS GRACIAS.

jueves, 29 de agosto de 2013

DESPRECIO INTELECTUAL

Viniendo, como vengo, de una familia en la que todos –menos yo-  son de ciencias, estoy más que acostumbrada a escuchar el consabido “El que vale, a ciencias y el que no, a letras” así que ya estoy inmunizada contra ese tipo de comentarios. Por eso, ayer me limité a sonreír cuando alguien se metió en tremendo berenjenal e, intentando ensalzar la asignatura que estaba preparando y a sus futuros alumnos, comentó que éstos eran ingenieros técnicos, no filólogos...
Mi pregunta “¿Qué tienes tú contra los filólogos?” formulada sin ninguna acritud y todavía con la media sonrisa puesta, le hizo caer en la cuenta de la metedura de pata. Seguimos hablando: ella no tenía ni idea de lo que se estudia en Filología, como yo no la tengo de lo que se estudia en una Ingeniería. La diferencia entre nosotras radica en que yo no pienso que lo que se estudie allí sea fácil, baladí o inútil y, obviamente, ella sí.
Ella comenzó basando su argumentación sobre la supuesta facilidad con la que se puede obtener el título de filólogo en la supuesta también subjetividad de los conocimientos impartidos en Filología y que amplió, en busca de salida rápida del berenjenal, a Historia o Filosofía (que, para más inri, son, siempre según ella, estudios básicamente memorísticos), frente a la objetividad de los datos en una ingeniería. Por supuesto, respondí y lo hice con una calma y pedagogía que hasta a mí me sorprendió, la verdad.
Ya empezamos desde puntos de partida distantes:
Ni considero que sean estudios básicamente memorísticos, ni creo que memorizar sea fácil. Lo será para quien tenga una memoria impresionante y ganas de invertir su tiempo memorizando datos, pero si no se dan ambas cuestiones, memorizar puede ser una tortura. Es más, yo reconozco haber memorizado todos y cada uno de los resultados de los problemas del libro de Física de 2º de B.U.P. pero se debía a mi absoluta incapacidad para entender la Física, no a que esos estudios fuesen “básicamente memorísticos”  y menos aún se me ocurriría de tacharlos de fáciles.
Pero es que además, y si me centro en lo que conozco, que es la Filología, sus estudios se basan en unos códigos que hay que interpretar, como todos los estudios, vaya. Así que de igual modo que, donde yo veo una sucesión de letras, números y otros signos sin sentido alguno y colocados, al parecer, de forma aleatoria, ella ve un código que transmite una orden para que una máquina actúe de una determinada manera, donde ella sólo ve una sucesión de palabras colocadas de una forma más o menos armoniosa (si es que es capaz de detectar la armonía), yo veo un código que transmite un mensaje que va a modificar la conducta, la percepción o la voluntad del que lo recibe.
En cualquier caso, para poder interpretar los códigos se necesita en principio cierta estructura mental, y después, años de estudio que nos permitan conocer los mencionados códigos.
Entonces surgió lo que yo creo que es el verdadero origen de su pensamiento: ella suspendió (muy suspendido) un examen sobre un comentario de texto cuando el "más zopenco" de su clase sacó un notable, y ella sólo encuentra justificación para tal injusticia en el hecho de que ella redacta mal y él redactaba bien y, como un comentario de texto es subjetivo, le convenció más al profesor el examen del susodicho "zopenco". De ahí su rabia y desprecio, supongo yo, hacia lo subjetivo.  
Miren, fue el único momento en que se me borró la sonrisa condescendiente de los labios y mi tono adquirió la firmeza que, en mi humilde opinión, merecía la respuesta:
-Jamás me han suspendido un comentario de texto por opinar distinto a como opinaba el profesor y jamás he suspendido a un alumno por no estar de acuerdo con su opinión. Cualquier opinión, si está lo suficientemente argumentada, es válida, la compartamos o no. Evidentemente, una buena redacción ayuda mucho a entender el hilo de la argumentación y una mala redacción, probablemente, sea pobre en argumentos y explicaciones. Es como si uno se dejase las operaciones sin resolver sólo porque ya las ha planteado. En cualquier caso, para hacer un comentario de texto, sólo hay que saber leer e interpretar el código que hay escrito y una muchacha en una fuente siempre ha significado lo mismo porque así lo decidimos los humanos en su día, de igual modo que, también en su día, decidimos que a 3’141592 le llamaríamos π.
Una de las cosas que aprendí en Filología y que me hizo crecer como ser humano es el respeto hacia el otro. Lo aprendí como se aprenden las cosas realmente importantes de la vida, a través del ejemplo. Mis profesores más sabios eran, a la vez, los más respetuosos  (incluso con los alumnos de primer curso, de quienes también he oído menosprecios). Denigrar cualquier estudio, oficio o habilidad, dice muy poco de quien lo hace, y lo poco que dice no es nada halagüeño.

viernes, 30 de noviembre de 2012

El otro también es un ser humano


Vaya por delante que entiendo que para ejercer ciertas profesiones sin caer en una profunda depresión uno debe distanciarse del otro y que sé perfectamente qué es un argot, pero tanto la distancia como el lenguaje deben estar sometidos al respeto y por tanto debemos exigirlo. Fíjense que no pretendo la empatía, sino sólo el respeto.

Comenzaré por poner un ejemplo que creo que, precisamente por resultar muy bestia, puede ser muy clarificador:

En una situación de guerra mi enemigo es eso: mi enemigo. Y es lógico que si nos encontramos, todo se reduzca a un o tú o yo. De manera que no pretendo que antes de matarme se pare a pensar en si tengo o no hijos que alimentar, padres a los que cuidar o pareja a la que amar. No pretendo que analice si la causa por la que estamos enfrentados vale realmente la pena o no, no le pido que me mire a los ojos y decida dejarme vivir. No, le pido que si ha de matarme, lo haga, pero con respeto. Que no me torture, ni me viole ni arrastre mi cadáver o lo pisotee, porque eso sólo le convertirá en un ser miserable.

Dicho esto, sigo con otras profesiones:

Entiendo que para algunos sólo seamos números y que no quieran ver al ser que tiene asignado ese número para que las circunstancias que rodean a cada persona no alteren su misión. Pero si has decidido que yo sea una más de tantas víctimas económicas de esta guerra, no insultes mi inteligencia con explicaciones que no hay quien se crea, ni me restriegues por la cara tu larga y esplendorosa vida mientras me das el tiro de gracia para acabar con la mía; no me quites la palabra ni me prohíbas la queja porque lo único que me queda es el derecho al pataleo. Teniendo en cuenta que la atalaya en la que estás subido y desde la que ni siquiera logras verme está cimentada sobre los cuerpos de miles de seres como yo, negar la evidencia sólo te hace resultar patético.

Si soy atendida por algún tipo de personal sanitario, no espero que empaticen conmigo y mi enfermedad y me digan algo así como “¡pobrecita mía, con lo malita que está y lo poquito que se queja!”, ni que me den la mano para aliviar mi mal. Pretendo que comiencen por presentarse para que yo sepa si me está atendiendo un médico, un enfermero, un auxiliar o un celador; pretendo que me miren y me escuchen, que crean lo que les cuento y no me prejuzguen; pretendo que me expliquen qué creen que tengo con palabras que pueda entender y qué tengo que hacer para curarme, si es que me puedo curar, y si no saben qué tengo, que me lo digan, porque nadie es omnisciente y puedo comprenderlo; pretendo que sean profesionales y hagan bien su labor; pretendo que me hablen con respeto porque yo soy una persona, no un cuerpo sobre el que elucubrar. Y no, señores que dicen tener un título, no soy una desquiciada, soy una mujer que puedo o no tener problemas que alteren mi conducta; no soy un borracho, soy alguien que ha bebido demasiado y necesita atención sanitaria; y, sobre todo, no soy “esto”. Soy una persona que se ha muerto y que tiene familia que llorará su ausencia. Cosificarme no le convierte a usted en más capaz de soportar los envites de su profesión, le convierte en alguien despreciable.

jueves, 27 de septiembre de 2012

HISTORIAS DE VERANO (III)

Hoy me he acordado de algo que pasó también en aquellas vacaciones de hace cinco años. Tras las lágrimas derramadas por la mañana al descubrir lo que habían hecho con el bosque de mi adolescencia, la tarde vino repleta de sonoras carcajadas. Éste es un mundo de contrastes y nadie sabe qué le espera a la vuelta de la esquina.
No teníamos pensado ir a esa localidad: Ribadavia. Llegamos allí porque nos lo recomendó la amable chica de la oficina de turismo del pueblo de mi adolescencia, justo antes de que mi gozo se hundiera en un pozo. Cambiamos, pues, la ruta prevista y nos acercamos a ese pequeño municipio de calles medievales y se supone que apasionante historia. Un lugar nuevo, virgen de recuerdos. Aparcamos y nos encaminamos hacia la oficina de turismo. Otra pareja se nos adelantó y les atendió una amable mujer que parecía conocer muy bien su oficio y la población. Al cabo de un tiempo indefinido entre los 10 minutos y el cuarto de hora, una jovencita que parecía recién salida del instituto aunque debía bordear la veintena tuvo a bien dejar de lado la observación de los gambusinos alojados en la nada y atendernos. ¡Vaya, qué mala suerte! No tenía demasiadas ganas y se le notó en la parca información que nos ofreció y que se limitó a un plano del pueblo donde, explicó, estaban indicados los lugares de interés. Yo acababa de escuchar cómo a la otra pareja les comentaban que había una visita guiada esa misma tarde, así que directamente le pregunté si no había visitas guiadas. Asintió de no muy buena gana y nos avisó de que comenzaba en 10 minutos y de que valía la "despreciable" cantidad de 3 euros por barba que pagamos religiosamente con la intención de que nos acompañaran en nuestra visita y nos explicaran todo aquello que debíamos saber y ver de la población.
Diez minutos más tarde, nos juntamos con otras ocho personas en el lugar de encuentro y con... tachín, tachán, la incalificable señorita que nos había ¿atendido? y cobrado los 6 euros que, por si alguien lo ha olvidado, son 1000 de las antiguas pesetas, usease, una pasta. "¡Vaya, qué mala suerte!" -volví a pensar-.
La muchachita en cuestión decidió de motu propio tutearnos sin importarle lo más mínimo la edad, más que avanzada, de algunos de los turistas a los que se disponía a ¿guiar? Se presentó y nos autorizó para plantearle cuantas preguntas quisiéramos formularle y nosotros, ingenuos, la creímos.
Comenzó a caminar sin encomendarse a dios ni al diablo, ni dignarse siquiera a hacernos una seña para que la siguiésemos, pero decidimos hacerlo cual ovejitas mansas que siguen al pastor. El silencio señoreaba en el grupo. Tres calles más abajo y algo cabreada decidí romperlo con uno de mis irónicos comentarios: "¡Uy, qué balcón más bonito! Seguro que ese artesonado tan rico significa algo, pero nunca lo sabremos porque no tiene a bien contárnoslo... ¡Oh, fíjate, costillo mío, un escudo sobre una puerta! Debe ser una casa importante, pero tampoco lo sabremos jamás, porque no lo considera digno de mención...".
El silencio fue lo que obtuve por toda respuesta. De repente, mientras giraba una esquina, encontró algo interesante que decir: "Ahí tenéis una tienda con productos típicos de Ribadavia". Dirigimos nuestras miradas hacia donde su dedo había señalado y allí había una planta baja con camisetas de ésas que hay en todas las tiendas turísticas colgadas en la puerta. Nos miramos sorprendidos. Vaya, las camisetas de algodón se hacen en Ribadavia, son típicas de allí y las exportan al resto del mundo. Mmmmm qué interesante.
Tras la esquina se alzaba una iglesia. Aquí quiero hacer un inciso. Vaya por delante que mi cultura en historia del arte se limita a lo que di en Historia de 1º y 3º de BUP como parte de la Historia del Mundo, porque en COU escogí Griego y no Historia del Arte, así que no voy a juzgar en absoluto los contenidos de la exposición de la muchacha (que por otra parte se juzgan por sí solos) sino que me limitaré a reproducir aproximadamente lo que nos explicó una y otra vez.
Se detuvo ante la fachada y nos detuvimos tras ella. "Ésta es la iglesia de la orden de los hospitalarios de San Juan. Se les llama hospitalarios porque tenían un hospital donde cuidaban... enfermos y así. Tiene un arco de medio punto, con dos columnas a los lados y está decorado con elementos decorativos vegetales y hojas de acanto y un rosetón arriba que da luminosidad al interior y arriba del todo hay la cabeza de un cordero que es porque son de San Juan que se le representaba con un cordero." Y abrió la puerta para que accediéramos al interior del templo. "La iglesia se ha mantenido tal y como estaba de siempre. Está dividida en tres partes que se ven en el techo: de madera, la bóveda de cañón y el altar".
Yo me asomé a ver qué diferenciaba el techo de piedra de la bóveda de cañón del que había sobre el altar, pero no descubrí nada.
-¿El dintel de la puerta no es más nuevo? -preguntó uno de los componentes del grupo. --Sí -dijo ella-.
-¿Y no decías que estaba igual? -insistió él-.
-La reformaron, pero no la tiraron abajo y la volvieron a hacer -se limitó a contestar con el mayor de los descaros.
La iglesia no debía tener nada más que le pareciera digno de indicar (porque como leéis se limitaba a señalar aquello que había, lo que cualquiera podía ver, sin explicación ninguna) y nos invitó a salir mudamente, es decir salió y metió las llaves en la cerradura en un claro signo de "o salís u os quedáis aquí encerrados, vosotros mismos, hatajo de fastidia-apacibles-y-calurosas-tardes".
Mis orejas comenzaron a ponerse puntiagudas, mi cara, a enrojecer, los ojos se me inyectaron en sangre, el pelo a erizarse, todos los músculos de mi cuerpo se tensaron de forma más que evidente, en concreto los del cuello que intentaban contener el claro ataque de ira que me estaba sobreviniendo. La miré furibunda y amenazante (yo también sé hacer signos tan claros como mudos, ¿qué se había creído?) mientras le decía sin hablar: “¿Me estás viendo? ¿Ves cómo me estoy transformando? Juega, juega, que estás jugando con fuego...” y salí de la iglesia.
Comenzamos a caminar, de nuevo abandonados a la soledad de las calles. De repente, se detuvo ante una fachada que nos cortaba el paso y nos dijo:
-Este era el hospital donde cuidaban... -Supongo que enfermos, vamos, digo yo que ésa es la misión de los hospitales, pero claro, no hagáis mucho caso porque son sólo suposiciones mías, ella lo dejó así, en el aire, a completar por nuestra fértil imaginación-. Los hospitalarios esos de la iglesia que acabamos de ver... –Supongo de nuevo que esos hospitalarios serían los cuidadores, pero también nosotros debíamos acabar la frase, porque, como se puede observar, era una visita para fomentar la imaginación de cada cual-. Ahora es el Consejo Regulador de la Denominación de Origen del vino de Ribeiro -las mayúsculas las pongo yo porque dudo que ella supiera que las llevaba, veréis por qué-, vaya, donde hacen las etiquetas -¡sí señor, eso es sintetizar, y lo demás son cuentos! ¡Dios mío lo que ha creado la LOGSE!-.
Y tras su elocuente explicación siguió caminando complacida por haber satisfecho mi necesidad de que se me comentase algo interesante del pueblo.
Un poco más adelante, doblamos una esquina y nos hizo detener para, en un alarde de generosidad, explicarnos que la casa que teníamos a nuestra derecha (la localización también la pongo yo, ella sólo señaló) había sido sede del Tribunal de la Santa Inquisición (también pongo yo las mayúsculas y lo de Tribunal de la Santa, que, aunque no me parece que sea muy apropiado, lo de santa digo, es como se llamaba). Y para que fuésemos conscientes de su generosidad nos dijo que comentarnos eso no entraba en la visita (¡de 3 euros!), pero que, bueno, lo comentaba.
Una incauta se escandalizó en vez de mostrar el más profundo de los agradecimientos y le preguntó que qué era, pues, lo que entraba. La magnánima guía que nos había tocado en ¿suerte?, le explicó con absoluta condescendencia a su supina ignorancia que la nuestra era una visita de iglesias, que la de las calles judías (también llamadas por algunos “pedantes” juderías) había sido por la mañana. Tras lo cual todos le dijimos cuán agradecidos estábamos por su generosidad y ella, en otro alarde de prodigalidad, nos explicó que en la fachada había tres escudos (debía pensar que además de idiotas por seguir a esas alturas todavía en la visita, éramos invidentes), uno de ellos, continuó pertenecía a la familia de los Sarmiento, señores de Ribadavia, que unas veces tiene trece puntos (no los conté) como símbolo de su fortuna y otras está en blanco.
-¿Por qué? –preguntó el mismo hombre del dintel de la puerta.
-Está documentado que no se sabe por qué.
Enarqué las cejas, en señal de asombro, bajé el párpado de un ojo, en señal de incredulidad y volví a mirarla furibunda. Ella continuó sin prestarme más atención de la de “espera que te voy a contar algo muy interesante”:
-El otro escudo es el de los dueños de la casa y el otro el de la Inquisición.
Y tras semejante esplendidez, siguió caminando orgullosa de sí misma, mientras insistía:
-Esto se ve mejor en la otra visita.
Todos nos arrodillamos y fuimos tras ella besando el suelo que pisaba como muestra de agradecimiento. Y entonces, ocurrió. Fue como un milagro. ¿Cómo no nos habíamos dado cuenta antes? La muchacha sólo necesitaba que le rindiésemos pleitesía para desbordarnos con su elocuencia y su saber. Así que siguió:
-Ribadavia era muy importante en la Edad Media. Aquí vinieron muchos judíos y se quedaron para explotar las viñas porque el vino era muy importante en esa época y se exportaba a Inglaterra sobre todo.
Que digo yo que debían ser los únicos judíos del mundo que en aquella época tenían tierras, porque yo tenía entendido que el derecho romano les prohibía poseer tierras desde que fueron expulsados de Jerusalén... Pero no dije nada por si acaso.
-Estas calles es donde vivían. Luego, cuando los echaron, algunos se marcharon y otros se quedaron. Por eso estas casas tienen los típicos patios de Ribadavia que son los típicos patios de las casas judías. -Que, vaya, era la primera noticia que tenía de que las casas podían profesar alguna religión-.
Yo miraba con curiosidad las jambas de las puertas de aquellas casas que nos señalaba y juro que no había ni rastro del hueco practicado en la piedra para introducir los rollos de La Torá que los judíos colocan para que protejan sus casas. Estos eran unos judíos muy, muy raros....
Volvió al silencio para que pudiera sumirme en estas reflexiones. De repente, y sin detener el paso señaló a su izquierda y, como el que no quiere la cosa, soltó:
-Ahí podéis ver uno de los patios típicos de los judíos de Ribadavia.
Mi costillo y yo, que íbamos justo detrás de ella en ese momento, miramos hacia donde señalaba y... Bien, voy a ver si soy capaz de explicar lo que vimos. No crean ustedes (regreso al ustedes porque veo que hay nuevas incorporaciones al blog) que es fácil describir el típico patio de una casa de judíos de Ribadavia y, sin embargo, me gustaría que a través de mis palabras ustedes también lo vieran. Por favor, hagan un esfuerzo para imaginar lo que les voy a contar y suplan mis deficiencias. A ver, allí había una casa de pueblo, con fachada de piedra gris y una puerta de madera de esas que puede abrirse la mitad de arriba y mantener cerrada la mitad inferior. Pues así mismo se encontraba ésa: abierta sólo la parte superior para que pudiésemos descubrir el típico patio de las casas de los judíos de Ribadavia. Miramos a través de la abertura y... vimos la oscuridad más absoluta que se puedan imaginar. Un agujero negro seguro que es más claro que la oscuridad que desbordaba aquella puerta y que devoraba cualquier rayo de luz que se aproximara a menos de diez metros a la redonda. Era la misma boca del lobo. En mi vida he visto nada más negro. Como dice mi costillo, era un patio en el que entras y no sabes cómo vas a salir de él sino es apaleado y desnudo como castigo a tu osadía. ¡Señor! Si daba miedo sólo mirarlo... ¿Cómo es posible que haya en el mundo algo tan oscuro? ¿Y eso era un patio? ¿No les dije que eran una gente muy rara?
Mi costillo y yo nos miramos y lo comprendimos todo en un instante: lo que habíamos pagado era una entrada para el circo en la calle. Tenía que ser eso. Comenzamos a reír, primero con cierto disimulo mal disimulado y luego a mandíbula batiente. Y así se me pasó el cabreo y pude disfrutar de lo que quedaba de visita.

lunes, 9 de julio de 2012

Tiempo de estupideces

Intento no ser soez pero no puedo evitar indicarles que hubiera preferido otro sustantivo mucho más contundente para el complemento del nombre del título. Seguro que me entienden a pesar de lo mal que me explico y seguro que cuando acaben de leer, estarán de acuerdo conmigo en que merecía algo más fuerte –o no–, pero ¿qué le vamos a hacer? La impronta de mis años de escolarización es imborrable.
A lo que vamos, no sé si es por el calor que dicen que hace (yo, que comparto genes con los lagartos, no lo siento) y que licua las neuronas, no sé si es algo estacional y puesto que nos bombardean con que el verano es tiempo de desinhibición y relax, se desinhibe la lengua y se relaja el filtro, no sé si es que tengo los oídos especialmente sensibles y detectan y magnifican cualquier signo de estupidez, no sé si es que yo soy la rara y el resto de personal totalmente normal, que es lo más probable… De cualquier forma, aquí les dejo una selección de las perlas que he ido escuchando estos días y juzguen por sí mismos:

1. Estaba yo intranquilamente en el parque con mis hijos. No puedo entender al resto de progenitores que están tan tranquilos charlando mientras yo observo con un ojo cómo el mayor recorre los pasadizos, puentes tibetanos y resto de artilugios que les ponen a los niños en los parques, con el otro, al pequeño que va tras cualquier juguete que le resulte apetecible, de reojo, controlo el cochecito del pequeño, juego a pillar con el mayor y cuantos críos se apuntan, persigo al pequeño para que no salga corriendo tras coger un juguete que no es suyo, evito que los espabilados que bamban sin vigilancia de ningún adulto se propasen con los míos a los que impongo un respeto a todas luces pasado de moda… Vaya, que el parque es lo más estresante que conozco, la verdad. Pues eso, estaba yo intranquilamente en el parque con mis hijos y el pequeño se pone a jugar con una niña de su edad. La madre me pregunta si ha entrado en el cole para el año que viene (como hay carestía de plazas, es el tema estrella en esta época), le digo que sí e inmediatamente comienza a contarme la suerte que ha tenido ella porque su hija ha podido entrar en el colegio X y no la han metido en el colegio Y. Yo, con los ojos a la virulé porque ya sólo faltaba tener que atender a una desconocida que me habla, le digo que parecía que el colegio X se había puesto de moda y todo el mundo quería ir allí y no al Y. No le dije, pero me sorprendía porque cuando yo estuve mirando colegios el año pasado, el colegio X era como si a mi colegio (al que fui en la década de los 70) no le hubieran hecho ni un solo retoque desde entonces, todo lleno de desconchados, viejo como el mundo y con unos libros en la biblioteca… era como entrar en el pasado de repente, mientras que el colegio Y había sido reformado, estaba limpio, con aulas enormes recién pintadas, mesas y sillas nuevas… La tipa, entonces va y me contesta toda pita ella que claro que todo el mundo quería ir al colegio X porque a una pobre niña (pobre por su desgracia no por causas económicas) de su patio, le había tocado el colegio Y y estaban ella y otra niña solas. Mis ojos se convirtieron en dos huevos fritos en mi cara que detuvo su girar compulsivo siempre tras mis hijos, para mirarla con tal mezcla de incredulidad, asombro y perplejidad que debía ser un poema. Ella prosiguió tras una breve pausa: “Todo lo demás son inmigrantes”. Acabáramos, pensé yo, pobrecitas niñas urbanitas que han tenido la mala suerte de ser admitidas en una granja escuela con 28 bichos, en vez de en un colegio de “humanos” como sus padres querían…

2. Me cuenta mi amiga que su hermana ha tenido la primera reunión en el que será el cole de su sobrino el año próximo y que ya ha tenido su primer desencuentro con la profesora porque entre las normas impuestas en el centro escolar está la prohibición de llevar ropa, calzado o material escolar alguno “de marca” (a lo mejor se piensa esta señora que nisupu no es una marca…) para “evitar que los niños sepan que hay clases sociales”… Ni clases sociales, ni bichos ¡Ah!, perdón, seres venidos de otros lugares del mundo, ni historia, ni lengua castellana, ni literatura, ni geografía de más allá de su terruño ni nada de nada, no vaya a ser que piensen por sí mismos y sufran evitando ser tratados como borregos…

3. Recibo un correo electrónico en el que me informa una clienta de que va a dejar de serlo. Dado que ya su abuelo era cliente de mi padre y que con ella he tenido mucho trato, profesional, se entiende. La llamo por teléfono para decirle que me doy por enterada pero que me sorprende que no me lo haya dicho personalmente. Empieza a quejarse por vicio y a mentir cual bellaca respecto a mi trabajo y como le rebato todas y cada una de las mentiras, puesto que ambas sabíamos que lo eran, la individua, procedente de los arrabales de cualquier ciudad, a quien en otro tiempo hubieran obligado a vestir con prendas acabadas en picos, que, por supuesto y dada su procedencia, hubieran sido pardos, me suelta que no me lo quería decir pero que no quiere trabajar conmigo porque no le gusta cómo hablo (entiéndase que le diga que no es legal algo o que yo no soy su enemiga y no me tiene porque insultar o maltratar verbalmente si la ley no le permite hacer algo). Pues no pasa nada, le contesto tranquila y suavemente, a mí también hay cosas que no me gustan. Ella contesta soltando sapos y culebras por su boca que como ella me paga puede hablarme como le dé la gana y yo tengo que aguantar, cumpliéndose de nuevo el dicho de no sirvas a quien sirvió, pues a pesar de ser ahora (aunque por poco tiempo a tenor de lo rápido que está acabando con la empresa que ha heredado) una empresaria antes trabajó en trabajos para los que no se requería ninguna cualificación ya que no podía acceder a ningún otro puesto. Pues bien doña arrabalera que a tu lado las dependientas de las verdulerías se convierten en damas, no es cierto que el dinero te permita ser soez, maleducada y déspota, porque, como te dije, yo tengo el derecho de no querer como clientas a gente como tú que me espantan a los buenos clientes. Y es que la imagen es muy importante…

4. Caminaba el otro día por la calle y delante de mí iba una pareja cogida de la mano. De repente ella tropieza con el bordillo de la acera y se cae al suelo. Él le pregunta muy enfadado: “¿Es que no has visto el escalón?” Claro que lo ha visto, so merluzo, ¿cómo no lo ha de ver si va marcado con banderines rojos y un luminoso intermitente que señala parpadeante: “escalón”? Lo que ocurre es que la chica ha querido probar la experiencia de caerse en mitad de la calle, dejarse manos y rodillas como las del ecce homo, los dientes en la acera, la falda por capa… y ver la cara de imbécil que se te queda cuando te das cuenta de que el tanga tan chulo que le regalaste ha dejado de ser una prenda íntima y la hemos podido ver todos los transeúntes, incluido ese jovenassssso que ha acudido presto a ayudarla a levantarse mirándola con ojos golositos y al que ella ha respondido con una sonrisa de agradecimiento, mitad pícara, mitad coqueta, mientras que a ti te ha fulminado con la mirada. Y sí, tal vez, repita la experiencia, o tal vez no porque decida irse con el jovenassssssso y dejarte plantado.