miércoles, 25 de noviembre de 2015

EL SILENCIO DE MILENA

      Milena no entendía nada.
      - ¿Por qué a mí? –Se preguntaba.
      Su cabeza era un torbellino de ideas, imágenes y recuerdos en el que lo único que se repetía incesantemente era esa pregunta: “¿Por qué a mí?” Tanto, que se ancló en su cerebro sin dejarla ni avanzar ni retroceder.
      Sonrió un instante al verse a sí misma de niña, tan mona, tan formal. Con su uniforme de colegiala o su vestido de domingo, siempre tan pulcro, tan planchado. Fue una buena niña, buena hija y buena alumna. No recuerda haber hecho ninguna trastada que mereciera un castigo ejemplar, ninguna mala nota. Al contrario, era la niña de la que todo el mundo hablaba con admiración y cariño.
      -¿Por qué a mí?
      Nada cambió con la adolescencia. Nunca una palabra fuera de lugar ni de tono. Buena estudiante, buena hija, buena amiga. Escuchaba las conversaciones de adultos en silencio. Su habitación impecable. Su melena larga.
      -¿Por qué a mí?
      Se ve a sí misma, carpeta en mano, entrando en la universidad. Pantalón vaquero, jersey amplio, melena al viento. Estudió una licenciatura a curso por año, mientras trabajaba en verano y vacaciones para sacarse unas pelas. Nunca una palabra más alta que otra, nunca una palabra fuera de lugar.
      -¿Por qué a mí?
      Tuvo dos novios antes de encontrar al hombre con el que se casó. Un noviazgo formal, sin sustos ni contratiempos. Una boda normal rodeada de familia y amigos. Un trabajo en las oficinas de una empresa, un puesto intermedio.
      -¿Por qué a mí?
      Se le agolpan las frases. “Se te ha desabrochado el botón de la blusa”. “Tendrás que recoser el ojal del segundo botón, porque siempre se desabrocha”. “Así mejor”. “Mejor ese vestido, que con el otro parece que andes buscando guerra”. “Esa amiga tuya no es buena compañía, le caigo mal y quiere separarnos”. “¿Quién era ése?” “Los hombres no son amigos de las mujeres, buscan sexo. Sois tontas y os lo creéis, y de eso se aprovechan. En cuanto te lleve al huerto dejará de ser tu amigo”. “Tus padres me miran raro, no les caigo bien”. “Prefiero que no hables delante de mis amigos, porque les humillas”. “¡Te he dicho que no hables delante de ellos, y menos si no vas a opinar lo mismo!” “¿Por qué no haces lo que las otras mujeres y te vas a la cocina a hablar de vuestras cosas?” “¿Dónde te has creído tú que vas con esa pinta?” “¡Estoy harto de tus dolores de cabeza!” “¡Ven acá!” “¡Quita las manos!”  “¡Levántate!” “¡Apártate de mi vista!”
      -¿Por qué a mí?

      El enfermero le quita la vía y se retira un instante. En ese momento, Milena puede ver que el pitido que lleva tanto rato metido en su cabeza proviene de la raya horizontal del monitor. Luego, NADA.

lunes, 23 de noviembre de 2015

EL ABUSO NUESTRO DE CADA DÍA o el machismo de baja intensidad

      ¡Eh tú! Sí, tú, el tipo que hace más de un lustro que cumplió los setenta. El que me acaba de dar un repaso ocular de arriba abajo con más lascivia en los ojos que la que su cuerpo aguanta. A ti te digo, al que se ha girado, después de habernos cruzado, para mirarme el culo. Mira, baboso, porque casi te resbalas con todo lo que ha caído por tu boca, deja de musitar una y mil formas de quitarme esta falda porque todo lo que vas a conseguir es que te dé un jamacuco por el subidón de lujuria. Esta falda, pedazo de pretencioso, no me la he puesto por ti. ¿De qué vas? Si tú no existías en mi vida hasta hace unos minutos y dejarás de existir en cuanto te diga lo que pienso de ti y de todos los de tu especie. No voy buscando nada, ignorante. Esta falda me la he puesto porque… ¿Y a ti qué puñetas te importa por qué me la he puesto? Porque me ha dado la gana, que no tengo por qué dar explicaciones a nadie.
      ¿Qué derecho crees que tienes para mirarme de esa manera? Quita tus sucios ojos de mi cuerpo y no vuelvas a ponerlos jamás ni en mí, ni en ninguna otra mujer, a menos que ella te haya dado permiso para hacerlo.
      Vete con tus amigos, esos que van en transporte público y deben creer que tienen los testículos de una ballena y se despatarran ocupando su asiento y el de la mujer que tienen al lado; ésos que aprovechan cualquier aglomeración para frotarse contra una mujer, cual osos contra un árbol. Cogeos todos de la mano e id a aliviaros juntos o en solitario, que a estas alturas de la vida ya deberíais saber que lo de los granos o la ceguera es un bulo.
      Y dile al mandril de tu hijo, ése que, conduciendo con la ventanilla bajada y el brazo por fuera, le ha soltado, a una chiquilla de unos quince años, que podía ser su hija, una ristra de obscenidades que harían sonrojar a cualquiera de los que trabajan en la industria del porno, dile que tiene la gracia donde la espalda pierde su honesto nombre y que, como es obvio que su lengua está llena de productos de desecho, la boca no es su sitio, así que dile que se la meta en el orificio al efecto.
También puedes decirle al pandillero de tu nieto mayor que andar tocando las tetas y los culos de las chicas que pasan por su lado, o de las que han tenido que caminar por el pasillo que él y sus monos ríe-gracias les han dejado, es tan divertido como que les den una patada en la zona de la entrepierna donde ellos tienen alojado el cerebro.
Y al pequeñajo, aprendiz de abusador, dile de mi parte que levantarle la falda a las niñas no es un juego divertido; que decirle a niñas más pequeñas que él que, si quieren ser guays, le tienen que enseñar las braguitas, no es de hombres; explícale que el modelo de hombre al que perteneces es un modelo a extinguir, como los dinosaurios, y que su futuro es  la soledad, la infelicidad y el miedo. Dile que si quiere que una mujer esté con él por amor y no por miedo, que si quiere ser respetado y no temido, que si quiere ser aceptado y no mirado con asco, como te miramos a ti, tiene que seguir el camino de los hombres, no el tuyo, de los que respetan y aman, de los que tratan como quieren ser tratados.
      No voy a entrar a explicarte ahora que las mujeres no somos objetos que pertenezcamos a nadie, o que estemos en el mundo para que nos cojan y dejen una vez satisfecha la necesidad puntual que a un macho le pueda sobrevenir. No voy a explicarte que el mundo está cambiando, porque eso tú ya lo sabes, porque tú eres de los que celebras cada asesinato pensando que algo habría hecho la víctima, porque ahora mismo debes estar pensando que te estoy importunando y que merezco que alguien me ponga firme, me meta en vereda. Así que paso de ti porque tú no tienes solución, tú sólo tienes que esperar tu meteorito (o tu sanmartín, tú decides). Escribo esto porque las mujeres estamos hartas de tener que lidiar con babosos, obscenos, abusadores y maltratadores, porque estamos hartas de tener que enseñar a nuestras hijas cómo lidiar con ellos y porque no queremos seguir muriendo a manos de gentuza como esa que, un día se les va la mano, y se auto conceden el derecho de acabar con nuestras vidas. Escribo esto porque aún hay mujeres a las que les habéis robado la conciencia y quisiera que la recobrasen.
      Eso sí, sólo un último mensaje a todos los de tu especie, os agradecemos la lección sobre los usos sexuales de los gorilas, mandriles y otros tipos menos evolucionados de primates, pero os informamos de que las mujeres no tenemos por costumbre aparearnos con especímenes de otras especies y, caso de interesarnos la zoología, la estudiaríamos en las aulas. Muchas gracias.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

VUESTRAS GUERRAS NUESTROS MUERTOS

      Asumámoslo, somos peones. 
      No voy a contaros nada que no sepáis, ni pretendo dar lecciones de moral a nadie, pero sí me gustaría poner las cartas sobre la mesa, llamar a las cosas por su nombre y luego, cada cual, que piense y obre según le parezca. 
      Hay una gran partida de ajedrez que juegan otros, aquellos a los que nunca vemos ni son piezas del tablero. O mejor dicho, hay una partida de Risk en la que, quienes juegan, están fuera del tablero, tienen unos objetivos y establecen unas estrategias para alcanzarlos; y dentro del tablero estamos nosotros, los monigotitos que mueven, cambian y sacrifican en aras del OBJETIVO.
      Entre los monigotitos, claro está, hay categorías. Están los menos prescindibles, los prescindibles y los que a nadie importan un comino. Estos últimos somos nosotros. Tú y yo.
      El ser humano es complejo. Hay para todos los gustos y de eso se aprovechan los jugadores. Los hay malos de cojones, malvados, malandrines, bobos y tontos pelaos, (los buenos no existen porque los jugadores los consideran bobos). Así que los jugadores (en adelante, ELLOS, La mano negra, Los Putos Amos o Cuasidioses), se aprovechan de las características de las fichas del juego para alcanzar su objetivo, que no es otro, que acumular cuanto más dios, quiero decir parné, mejor.
      No es muy difícil conseguir el objetivo porque los monigotitos somos muy predecibles: coges a un malo de cojones y le das dinero y poder para que se convierta en el jefe de los malvados. El malo de cojones se rodea de malvados a los que da poder e inmunidad para desarrollar su maldad sobre malandrines, bobos y tontos pelaos. Mientras tanto, La mano negra, mueve hilos de manipulación y desinformación sobre el tapete de incultura que previamente ha creado. Los malandrines se alían con los malvados por aquello de arrimarse al sol que más calienta. Los bobos nos tragamos toda la tontería que nos dan a comer y reaccionamos como querían Los Putos Amos que hiciéramos. Y los tontos pelaos se ponen al servicio de los malvados para hacer el trabajo sucio. 
      Todo muy fácil. Lo divertido –y lo interesante– es conseguir tu objetivo antes que los demás Cuasidioses. Aquí comienza todo un juego de alianzas, de puñaladas traperas, de pactos… Y aquí, sí hay que valer. No es fácil ser un Puto Amo, reconozcámoslo. Por eso ELLOS viven como dios y a ELLOS no les pasa nada.
      ¿Que hay que hundir un país para ganar más dinero? Pues a la mierda el país. ¿Quiénes lo van a pagar? Los bobos. ¿Quiénes van a caer? Los bobos y algún tonto pelao. Pues ya está.
      ¿Qué hay que sacrificar a unos cuantos monigotitos de los bobos para conseguir más dinero? Pues se coge al malo de cojones de turno y se le ponen las pilas. Éste pegará cuatro gritos a sus malvados, que, a su vez, cabreados como monas, saldrán a la calle a hacer tropelías, comerán el tarro a unos cuantos tontos pelaos que se auto-inmolarán llevándose por delante a unas cuantas decenas de bobos o azuzarán a los malandrines para que asfixien a los bobos, para que les convenzan de que el peligro real está en los bobos de otro color o para que los mareen con mil chorradas, mientras los jugadores se dedican a ganar dinero con cada una de las transacciones. Conclusión: Los Cuasidioses han cambiado monigotitos bobos por dinero y ya están más cerca de ser dioses completos.
      Pero ¿quién es quién en esta partida?
      Los jugadores son como los dioses. Sabemos que existen pero no los podemos ver. Viven como dios, o eso creemos los bobos. ELLOS son intocables, nunca caen.
      Los malos de cojones y los malvados de primera categoría son seres poco prescindibles. Mientras no saquen las patitas del tiesto, no molesten a los Cuasidioses y les resulten útiles, Los Putos Amos no prescindirán de ellos. Esto les hace creer que son superiores, invulnerables. 
     Por cierto, ¿quién puñetas ha decretado que la vida de un presidente de un gobierno o un presidente de un estado vale más que la de las miles de personas con las que comparte espacio físico? ¿De verdad somos tan bobos que a nadie le llama la atención que se evacúe a un tipo mientras se deja a su suerte a los demás? ¿A nadie le cabrea?
      Fin del kit kat, perdón por la digresión. 
      Los malvados de segunda categoría y malandrines, se saben prescindibles. Saben que pueden caer en desgracia, así que ganan puntos de invulnerabilidad haciendo cuanto más daño, mejor. Y si han de morir, se habrán llevado por delante más vidas de las que ellos valen. 
      Los tontos pelaos son unos monicaquitos que nada pueden perder porque nada tienen, ni sentido común, ni dignidad. Son los últimos monos de esta historia, a los que todo el mundo vapulea. Me darían pena si no fuera por el dolor que siembran a su paso, así que lo único que puedo pensar de ellos es que les va el nombre como anillo al dedo. Y es que hay que ser muy tonto para arriesgar –y perder– la vida en aras de alcanzar ¿el cielo? ¿la gloria? Hay que ser muy tonto para obedecer ciegamente a unos tipos a los que les debe  importar un comino el cielo o la gloria ya que nunca arriesgan su vida por esos conceptos. Hay que ser muy tonto para dejar a tu familia en manos de quienes les importabas tan poco que no han dudado ni un segundo en sacrificarte. Hay que ser muy tonto.
      Los bobos somos estos estúpidos a los que no les llama la atención ni les cabrea que su vida importe un pimiento. Somos esos monigotes totalmente prescindibles, intercambiables cual cromos y sacrificables que sólo nos preocupamos de nuestra bicicleta cuando nos la tocan o se la tocan al vecino. Somos esas fichas bobas que nos dedicamos a ir detrás del primer malvado o malandrín que nos venda humo. Somos los monigotes ciegos que no nos damos cuenta de que los monigotes que tenemos delante, aunque sean de un color distinto al nuestro, son igual que nosotros, tan bobos, tan prescindibles, tan intercambiables y tan sacrificables como nosotros.
      Los bobos somos tan bobos que ni siquiera echamos un vistazo al tablero para darnos cuenta de que juntos, seamos del color que seamos, somos muchos más que los malos de cojones, los malvados, los malandrines y los tontos pelaos juntos. Y, desde luego, muchos más que ELLOS, Los Putos Amos. Y mientras no nos demos cuenta, SUYAS serán las guerras y NUESTROS, los muertos.

jueves, 12 de noviembre de 2015

LOS PECADOS DE LA OMS

       Nada, que no hay forma, cuando uno creía haberse liberado del yugo de los pecados capitales de la Santa Madre Iglesia, nos llega la OMS, que, en lugar de amenazarnos con una vida eterna, más allá de la muerte, llena de calamidades y en el infierno, nos amenaza con una muerte horrible, tras una vida llena de dolores varios y con unos dudosos remedios con más efectos secundarios que primarios. Y oiga, no sé qué decirle, pero casi prefiero el pisito en el averno.
       El otro día fue la sal, ahora la carne roja y la procesada… Ya les aviso, cuando acaben con la gula, empezarán por la lujuria, y seguirán, porque ya se han puesto de acuerdo con sus amigos de la OCDE y nos acusan de pereza, los unos con que somos poco productivos y los otros con su matización sobre que el consumo de la carne sólo es mortal si se une al poco ejercicio físico.
       Pero aquí hay gato encerrado, seguro. Y no creo que el problema sea quién está detrás del estudio, como apuntan algunos malpensados, no. El problema radica en otro pecado capital: la envidia.
         Piensen ustedes, ¿dónde está la sede de la OMS? En Ginebra, Suiza. Allí hace una temperatura media inferior a los 10º, según la web Climatedata.eu y tienen unas 1.700  horas de sol al año, y los países en los que, con toda seguridad, viven los representantes de los países miembros que cortan el bacalao están por un estilo. Mientras que en Valencia (España), por ejemplo, la temperatura media es de 18º y subiendo y tenemos unas 3.000 horas anuales de sol. ¿Cómo vas a comparar?
      A esos sesudos señores, que viven en un lugar frío y oscuro, les llega un estudio en el que dice que España es el tercer país del mundo, detrás de San Marino y Japón, en esperanza de vida, y les da un yuyu. Sobre todo cuando se dan un paseo por nuestras tierras para robarnos el secreto de la longevidad y se encuentran con las terrazas de los bares llenas de gente tomando unas cañas con una ración de morro, bien saladito, unos cacaos -cacahuetes para el resto del territorio español- o almendras con más sal que frutos secos, una ración de jamón serrano, queso curado o una de chorizos del infierno. Y, para más inri, todos vociferando eufóricos, a pesar de la que está cayendo en el país. Así que, no sólo comemos lo que nos da la gana y vivimos mucho, sino que, además, nos lo pasamos genial. Una desfachatez.
       Nuestra esperanza de vida y nuestro clima privilegiado serían tolerables si nuestros mayores fueran unos despojos achacosos y no esa panda de descerebrados vejetes bailando todo lo bailable y siguiendo incesantemente la ruta del colesterol, que no es la que existe a las afueras de todos y cada uno de los pueblos de España con el objetivo de que los abuelos paseen, si no la que siguen los autobuses del IMSERSO en sus viajes gastronómicos para catar todas las delicias de este país en el que se come de vicio, la verdad. Y nuestros venerables ancianos pueden ser muchas cosas, pero achacosos no. Están tan en forma que ni Usain Bolt consigue ganar uno de estos abuelos en los 50 metros lisos hacia la barra del bufé libre cuando sacan el jamón.
      Por eso, los sesudos señores de la OMS, verdes de envidia, se han reunido para encontrar la forma de acabar con nosotros y no han encontrado nada mejor que criminalizar nuestros contrastados hábitos saludables y cambiárnoslos por su gastronomía tan triste como sus días cortos y oscuros pensando que así, nos moriremos, aunque sea de aburrimiento.
      Pues conmigo que no cuenten. Hoy es viernes y, para celebrarlo, esta tarde me tomaré una cervecita con una ración de morro a la salud de la OMS, mañana comeré un buen cocido madrileño con su chorizo, su tocino y tantos huesos y carne como quepa en la olla, y el domingo, paella, siesta y, para merendar, una caña y unos cacaos bien rebozaditos de sal.

martes, 10 de noviembre de 2015

LOS CONSEJOS NO PEDIDOS Y LAS MODAS: EL TERROR DE LOS PADRES

      ¿Se acuerdan del cuento del padre y el hijo que van en burra y que todo el mundo tiene que decirles cómo han de ir? Yo lo recordé el otro día por una anécdota y, desde entonces, no paro de darle vueltas.
       Está claro que en la educación de los niños participa la tribu. No puede ser de otra manera porque todo, absolutamente todo, influye en quiénes somos y en cómo somos. Pero también es cierto que, al menos en nuestra sociedad, los últimos responsables o al menos los principales responsables de la educación de nuestros hijos somos los padres. Que menuda tarea nos hemos buscado, la verdad, porque nadie nace aprendido, porque esto no se estudia en ninguna escuela o universidad y porque la única manera de aprender es el ensayo error. ¡Ah! Y porque hemos de asumir que nunca vamos a hacerlo bien y que nuestros hijos nos van a echar en cara el resto de sus vidas todos y cada uno de nuestros errores, así que, cada día hemos de tomar nuestra cucharada de humildad.
       Yo creo que debemos estar haciéndolo realmente mal, porque la tribu se siente en la obligación de estar dándonos consejos constantemente y nadie aconseja al que lo hace bien. Pero lo cierto es que, a veces, estos consejos no pedidos están sometidos al imperio de las modas y hacen más mal que bien.
       Voy a poner algunos ejemplos en los que seguramente se verán reflejados todos mis colegas de profesión (o voluntariado porque lo de ser padres no es retribuido, a pesar de que algunos maestros, a raíz del debate de los últimos días, proponen que a nosotros también se nos baje el sueldo, debe ser que no tienen hijos y no saben que son un saco sin fondo en que no para de entrar dinero pero de donde nunca se saca).
        Parece ser que la cosa empieza cuando una mujer está embarazada. Me cuentan -ya saben que yo cambié el parto por una sentencia-, que últimamente los médicos, matronas y demás personal sanitario les explican los múltiples beneficios de la lactancia materna. Hasta aquí nada que objetar, si no fuera porque algunos profesionales se toman muy a pecho, nunca mejor dicho, la difusión de esta forma tradicional de alimentación y empiezan a gotear consejos, cual estalactitas, para alcanzar la maternidad óptima sobre las cabezas hormonadas de las futuras madres, quienes absorben y a su vez crean estalagmitas maternales que las distinguirán por excelentes frente a aquellas pésimas mujeres y peores madres que no pueden o no quieren dar el pecho a sus retoños.
       Una vez nacida la criatura, se la lleva al pediatra para que la registre –quiero decir, controle–, y me cuenta una amiga que el pediatra le dijo que debía darle el pecho a demanda, así que la pobre iba todo el día con la teta fuera porque debía enchufársela al churumbel cada vez que éste hacía “uec”. Además este amable señor era de la liga antichupete y prefería que el niño de mi amiga chupara pezón, Así que como mi sobrino adoptivo nació en noviembre, mi amiga y casi hermana fue de pulmonía en pulmonía hasta que, en febrero, el pediatra fue sustituido, por ignotas razones, por otro colega al que estas recomendaciones le parecían una solemne tontería que iban a provocar que el niño no tuviese adquirido un horario de comida como dios manda, con lo que le pautó unas horas concretas de alimentación para gran pena del niño que se pasó días llorando sin parar y de la madre que no podía dormir con el llanto de su hijo. Ni qué decir tiene, que el resto de la tribu también opinaba al respecto, pero con la medicina hemos topado y el médico siempre tiene razón.
       Eso sí, que el que no se consuela es porque no quiere y mi amiga decía que al menos ella, como no trabajaba fuera de casa no había tenido que usar ese invento llamado sacaleches.
       ¿Quién no ha oído las maravillosas recomendaciones que todo el mundo nos dedica sobre cómo y dónde debe dormir nuestro hijo? Que si en cama propia, que si en la nuestra, que si a oscuras, que si con luz, que de lado, que boca abajo… ¡Dios mío, cuánta complicación para dormir! Yo opté porque durmiese en su cuarto y le compré una bonita habitación pensando, incluso, en cuando tuviera amigos con los que hacer fiesta de pijamas. Todo iba bien hasta que llegaron los terrores nocturnos. En mitad de la noche, un grito desgarrador nos ponía en pie de un salto y, con los pelos de punta y los ojos cerrados, acudíamos a su habitación entre diez y quince veces por noche. Aguantamos estoicamente durante tres semanas sin más señales que unas ojeras permanentes, una boca siempre bostezante, un par de palillos decorando nuestras pestañas, varios moratones como resultado de las incursiones nocturnas a oscuras en campo enemigo y un mal genio creciente. A la cuarta semana, y viendo que el asunto llevaba trazas de eternizarse, nos reunimos en comité matrimonial para ajustar la estrategia. Lo más urgente: dormir. La solución lógica: pasar al crío gritón a nuestra cama, al menos evitaríamos los golpes. Funcionó. Fue dormir con nosotros y el nano se despertaba, nos abrazaba, pero no gritaba. Mano de santo, oigan.
      La mala suerte quiso que en una visita al pediatra, me preguntasen por el sueño del niño. Al responder yo que no dormía de un tirón, pero que al menos ya no gritaba en mitad de la noche, al pediatra en cuestión comenzó a girarle la cabeza cual niña del exorcista, soltando espumarajos, sapos y culebras por la boca mientras me condenaba por haber cedido al chantaje de mi hijo, por no saber educarle y consentirle los caprichos y por estar rompiendo mi matrimonio por no poder cumplir con las obligaciones derivadas del mismo.
       ¡Horror! Vuelta a convocar asamblea matrimonial. Intentos y más intentos de dormir al niño en su cama. Imposible. El matrimonio no sé, pero mi vida (siempre he querido ser la Bella Durmiente, pero para poder dormir cien años) sí corría peligro: necesitaba dormir. Por fin encontramos una solución razonable: ¡un colchón por turnos! Dormimos al niño en nuestra cama y luego lo pasamos a la suya. Lo probamos y funcionó. El niño se durmió y no se despertó ni siquiera al pasarlo a su cama. Todo iba tan perfectamente que decidimos ponernos al tema y… en mitad de la faena, un grito desgarrador en mitad de la noche, de nuevo carreras por el pasillo a oscuras pero esta vez con la dificultad añadida de ponernos la ropa mientras volábamos a callar al niño antes de que los vecinos avisasen a la policía. Acabamos con una nariz hinchada por pretender entrar por donde no había puerta, un dedo meñique roto al chocar con el marco de la puerta, el niño de nuevo a nuestra cama y la libido a los pies.
       ¿Qué me dicen de los comentarios sobre si lo llevas en brazos o no? Recuerdo a un transeúnte desconocido que se auto-otorgó la libertad de decirme que no tenía que llevar a mi hijo en brazos porque era demasiado mayor (ignoro si se refería al niño o a mí). Pero también hay quien opina que llevarlo en carrito es tan nocivo como no darle el pecho porque no crea vínculo. Y  ¿qué clase de madre soportaría no tener vínculo con su hijo?
       Ni qué decir de los partidarios de la educación tradicional con cachete a tiempo incluido o los partidarios de la felicidad del niño ante todo.
       ¿Y cuando llega al colegio? Entonces entran también los profesores a opinar. Que si sobreproteges al niño, que si pasas de él, que si le apuntas a demasiadas extraescolares, que si no lo estimulas lo suficiente, que si los deberes son asunto del niño, que si no te responsabilizas de que los haga…
      ¡Basta ya! Esto de ser padres es muy difícil y no ayudan nada con tanto consejo contradictorio y tanta moda para ganar dinero vendiendo libros que no pueden proporcionarnos sentido común. Sean prudentes, por favor, nadie sabe con exactitud por qué hemos tomado una determinada decisión como padres, porque nadie está en nuestra piel, pero créannos, podemos ser unos zopencos redomados, unos ignorantes, un producto deformado de la sociedad en la que vivimos, o tan pésimas personas como ustedes quieran decir que somos, pero queremos a nuestros hijos y hacemos lo que, en cada momento, creemos que es lo mejor para ellos y, si nos equivocamos, créannos, somos los primeros en auto-fustigarnos y en padecer las consecuencias.
       Así que, por favor, los consejos no pedidos, guárdenselos y las modas, úsenlas para el vestir. Gracias.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

ENFRENTADOS POR LOS DEBERES

      Llevamos menos de dos meses de curso escolar y me han llegado, por todos los lados imaginables, multitud de artículos, entradas de blog, comentarios escritos o hablados refiriéndose a los deberes escolares, las tareas que deben llevarse los alumnos para casa. Sabes de qué hablo ¿verdad? A ti también te han llegado.
      Me he puesto a leer toda esa opinión vertida desde una y otra parte y, una vez superado el complejo de espectadora de un partido de tenis, sólo se me ocurre hacerme una pregunta:
       ¿A quién, diablos, le interesa que nos pasemos el día peleando padres y profesores?
      Yo soy muy de la teoría de la conspiración. Los que me conocen lo saben, pero es que… a veces me lo ponen muy difícil para no creer en manos ocultas que manejan los hilos de nuestras vidas.
      No voy a incrementar el número de artículos a favor o en contra de los deberes, pretendo sólo reflexionar sobre la lucha que llevamos con las tareas escolares arriba y tareas escolares abajo. Honestamente no puedo hacer otra cosa porque fui maestra y soy madre, así que, como dice la canción, tengo el corazón partío.
     Me gustaría que me acompañaras en esta reflexión y que, por favor, fueras sincero contigo mismo.
      Empezaré con una pregunta que he formulado en repetidas ocasiones y para la que nunca encuentro respuestas sino silencios:
       ¿No se supone que a ambos colectivos, padres y maestros, buscamos lo mismo, que tenemos un interés común que no es otro que el bien y la educación de nuestros hijos y alumnos que, ¡oh casualidad!, son los mismos sujetos? Entonces, ¿qué puñetas hacemos peleándonos?
      Ya sé. En la esencia del ser humano reside la idea de que nadie hace las cosas mejor que uno mismo y que cuando alguien dice en abstracto que algo está equivocado le está diciendo a ese uno mismo que ÉL, ese ser cuasiperfecto está equivocado, y, claro, el ego salta y se pone a la defensiva: ¿Quién puñetas se cree ese mindundi que es para decirme a mí, A MÍ, que estoy haciendo algo mal? ¡Qué sabrá él!
      Venga, pongamos paz y alejemos a los egos durante un rato, que descansen o hagan lo que deseen, pero lejos de este lugar de reflexión y diálogo que pretendo crear.
      Vamos a partir de la base de que en todos sitios cuecen habas y, por tanto, en ambos colectivos, padres y maestros, hay gente para todos los gustos, incluso para gustos pésimos.
      De la misma manera que encontramos padres a los que la paternidad les pilló con el pie cambiado, se les quedó grande o simplemente estaban en el baño cuando en el mundo se repartió la responsabilidad, hay otros que se esfuerzan día a día para ser los padres que exigen los tiempos que corren, que se preocupan por el bienestar físico y emocional de sus hijos, que se informan e intentan aprender, padres que desayunan responsabilidad cada mañana y se acuestan sin que se les haya perdido ni un miligramo de ella por el camino. Así que resulta muy injusto que se les meta a todos en el mismo saco, que se les juzgue y condene con etiquetas peyorativas y que no se les reconozca una gran verdad: SER PADRES ES MUY DIFÍCIL Y NADIE NACE APRENDIDO, no hay libros ni prácticas controladas con las que aprender.
      Igualmente, podemos encontrarnos con maestros y profesores que perdieron el tren de la humanidad y cogieron el de Chusmistán (para saber más de este tremendo país, leer la serie de entradas: MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS I, II, III, IV, V y VI), maestros y profesores cuya profesionalidad, interés por los niños o por aprender, brilla por su ausencia o maestros y profesores que deben su título a gentes sin escrúpulos que les aprobaron (que ellos carguen con sus conciencias que nosotros cargamos con sus consecuencias). Pero también hay maestros que son grandísimos profesionales y mejores personas, que se preocupan por sus alumnos y por su profesión, que buscan la mejor forma de llegar a nuestros hijos y que se pelean con los medios, los malos compañeros y los superiores tóxicos para ayudar a nuestros hijos a convertirse mañana en los adultos responsables y felices que todos queremos que sean. Así que no es justo que les metamos en el mismo saco que a los otros, ni que les obliguemos a pelear también contra nosotros, los padres, porque, pensemos aunque sea egoístamente, les restamos las fuerzas que necesitan para atender a los niños y chavales.
      Bueno, ahora que ambas partes nos hemos legitimado como interlocutores para conversar y nos reconocemos como grupos, con nuestras luces y sombras en ambos colectivos, sentémonos y dialoguemos con una única norma: el respeto.
      Y desde el respeto mutuo, expliquemos nuestras posturas y entendamos las del otro para lograr una zona de entendimiento:
      Porque no hay nadie mejor preparado para enseñar a nuestros hijos que los maestros, y si alguien no lo está, exijamos más formación, pero hagámoslo juntos padres y docentes. Que se enteren los de arriba que nos importa la educación y que no vamos a dejar a nuestros niños en manos de cualquiera, que queremos a los mejores.
      Porque no hay nadie que quiera más a los niños que sus padres, que se preocupe más por su presente y su futuro y nadie más responsable de su educación, y si alguien no se toma en serio esta tarea, afeemos su conducta, pero ambos colectivos juntos.
      Y porque si nos enzarzamos en estas peleas absurdas, sólo va a haber un bando perdedor: el tercer vértice de este triángulo, los niños, que son aquéllos a quienes queremos proteger.
      Y llegados a este punto y viendo que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, vuelvo a preguntarme quiénes son los pescadores y qué ganan con nuestra pérdida. Y la respuesta, francamente, no me gusta.