Estoy contando
desde Facebook la guerra de Troya. No es la primera vez que cuento esta
historia porque me gusta mucho. Cuando mi hijo mayor tenía cuatro años, me
escuchó comparar lo que cuenta Homero en la Iliada con lo que nos cuenta la
película Troya y me pidió más porque le parecía muy interesante, así que empecé
como lo estoy haciendo ahora, narrando el suceso de la Manzana de la discordia. Ahora, aprovecho y se la cuento también al
pequeño, que tiene diez años, porque también le parece interesante.
Cuando le
contaba qué prometía cada una de las tres diosas a Paris si era elegida como la
diosa más hermosa, le pregunté a cuál hubiera elegido él, teniendo en cuenta
los dones que le ofrecían. Él me preguntó a su vez si no podía escoger dos
dones.
―No ―respondí―. Sólo puedes escoger un
don.
―Es que ser un general que
gane muchas guerras mola, pero sólo un tiempo. Toda la vida, no. Y tener un
matrimonio feliz que dure siempre también está bien, pero ahora mismo, no me
apetece casarme. Tengo que ser más mayor y hacer muchas cosas antes.
Como me di
cuenta de que obviaba el amor de la mujer más hermosa del mundo, le pregunté si
es que no le interesaba ese don.
―Es que no sé si me va a
parecer hermosa la mujer que la diosa escoja. Igual a mí no me gusta.
―¡Ah, bueno! No te
preocupes, porque lo que la diosa te ofrece es el amor de la mujer que a ti te
parezca la más hermosa del mundo.
―Pues escojo ese don y me
caso con ella y que sea un matrimonio largo y feliz.
―¡Buff! No sé si eso podrá
ser. Igual te casas con ella pero el matrimonio no es largo y feliz, porque ése
era otro don.
―Pues escojo el matrimonio
largo y feliz y me caso con la mujer que a mí me guste.
―Es que igual no te puedes
casar con la que tú quieres…
―Pues no me pienso casar
con alguien que no me guste. Así que no escojo a ninguna diosa.