jueves, 31 de diciembre de 2015

MUCHA SUERTE, PABLO

      Ayer vino a despedirse. Se va a Chile por dos años. Allí sí tienen un proyecto de país que sabe aprovechar el talento. Maldigo al mío que no sabe hacerlo.
      Le conozco desde que él tenía diez años. Han pasado veintitrés. Era un niño tímido, con muchas más cualidades de las que jamás creyó tener.
      Entró en el ránking nacional a los 12 años. Corría y saltaba como pocos aunque su falta de confianza en sí mismo le jugó malas pasadas. El salto más largo de su vida lo hizo lesionado.
      Recuerdo cómo sus compañeros lo admiraban mientras él pensaba que no valía lo suficiente y se esforzaba por mejorar.
      Le he visto conseguir un premio al mejor expediente académico de B.U.P. y C.O.U., licenciarse en Biología y doctorarse. Se marchó a Inglaterra a estudiar…
      Le he visto crecer, hacerse el hombre culto, sabio y humilde que hoy es. Y se va. Se tiene que ir porque aquí no hay trabajo para él. No hay trabajo para los mejores. ¿En qué mierda de país vivimos?
      Tengo a casi toda mi gente, aquel grupo tan fantástico de atletas que tuve la suerte de entrenar desde que eran niños, repartidos por el mundo: Canadá, Francia, Suiza y, ahora, Chile.
      Ayer vino a despedirse, le hubiera abrazado hasta estrujarlo. Tuve que contener las lágrimas todo el tiempo, porque sé que es lo mejor para él, pero a mí me duele tanto…
      Ni te imaginas, Pablo, cuánto te agradezco que vinieras, me sentí afortunada por tener tu cariño. Te deseo todo lo mejor en esta nueva etapa. Te lo mereces. Ojalá la vida te dé ya, de una vez por todas, todo lo que te debe.
      Un besazo y buen viaje.

CARTA A LOS REYES MAGOS (o mis deseos para el 2016)

      Queridos Magos:

      Ya sé que llevo mucho tiempo sin escribiros, pero como parece que algunos ciudadanos hemos recuperado la ilusión perdida y os considero más magos que reyes, quiero recuperar esta tradición a ver si, con un poco de nuestra parte y algo de la vuestra, conseguimos un país en el que se pueda vivir.
      Lo primero que me pido para este año son unos políticos preparados. No puede ser que se le pida más a un auxiliar administrativo que a alguien que pretende gobernar un país.
      Quiero que todos tengan estudios universitarios, Ciencias Políticas obligatoriamente (¡qué menos!) y se valorará que tengan otros títulos universitarios.
      Quiero que dominen, además de todas las lenguas del estado (es lo mínimo si nos quieren representar a todos), dos lenguas extranjeras.
      Quiero que sepan debatir y comunicar. No quiero volver a escuchar insultos ni palabras soeces, estoy harta del infantil “y tú más”. Quiero poder escuchar las argumentaciones de cada uno sin tener que discriminarlas entre la algarabía que se forma con las constantes interrupciones.
      Quiero que las personas que pretenden gobernar mi país lo hagan con humildad y respeto, porque nosotros les pagamos, así que, por favor, que no vuelvan a mentirnos, ni a insultar nuestra inteligencia, ni a tratarnos con desprecio.
      Quiero que tengan los pies en el suelo, que vivan como cualquier ciudadano, que sepan cuánto cuesta llegar a fin de mes para que valoren el esfuerzo que hacemos pagándoles el salario.
      Quiero que sean capaces de consensuar unas políticas comunes en educación, bienestar social y sanidad para que todos los españoles seamos iguales y caminemos juntos hacia el futuro. Esto es demasiado serio como para seguir bailando la Yenka.
      Y, por favor, que se les borre la cara de prepotencia y soberbia, ya no toca.
      Quiero un país en el que esté erradicada la desfachatez. Comentarios como los que hemos tenido que oír en grabaciones telefónicas, en declaraciones ante los jueces, ante las cámaras, etc., pueden ser graciosas en un chiste, fuera de ese contexto, son una desvergüenza que, como sociedad, no podemos ya tolerar.
      Quiero un país en el que contribuya todo el mundo según sus ingresos, quiero que se elimine, por justicia, el fraude fiscal y la ingeniería fiscal, que será legal pero no ética. No es justo que el país lo llevemos sobre nuestras espaldas los que tenemos un poco. Y si alguien ha defraudado, que pague lo que debe y contribuya como buen ciudadano. Ya está bien de patriotas a voz en grito pero con el monedero cerrado o en otra parte.
      Quiero tantas cosas: justicia social, derechos mínimos garantizados, que se erradique cualquier forma de violencia…, pero bueno, empecemos por aquí, y poco a poco, que somos una gente con muchos recursos y, si nos dejan, sabremos salir de ésta.

lunes, 28 de diciembre de 2015

¿INGOBERNABLE?

      Llevo una semana escuchando, cual mantra, eso de que, tras el resultado de las elecciones, España resulta ingobernable. Pues perdonen los sesudos oradores mi supina ignorancia y mi cortedad de entendederas, pero no veo yo la razón de tal ingobernabilidad. Si me apuran soy capaz de entender que resulta ahora mucho más difícil que antes. ¡Acabáramos! Es que lo de antes podía llamarse de muchas maneras pero democracia… más bien no. Y me explico:
      Creerse legitimado para el ordeno y mando cuando se han obtenido prácticamente el mismo número de votos que entre abstenciones, votos nulos y votos en blanco, como ocurrió en las pasadas elecciones, no parece muy razonable. Y aún menos si, como ocurrió en el año 2000, se obtienen 834.000 votos menos que la suma de abstenciones, votos nulos y votos en blanco.
      Imponer una forma de gobierno y unas leyes cuando se han obtenido menos de un tercio de los votos del censo electoral, no parece muy ético o al menos no es razonable porque el partido del gobierno no cuenta con el respaldo real de los votantes.
      Sin embargo, así se ha hecho Y cómodo, desde luego que lo era. Práctico, es evidente que no, porque las leyes se cambiaban cada vez que cambiaba el gobierno y así no se puede avanzar.
      Parece que a los votantes nos ha cansado este juego absurdo. Parece que hemos dicho que ya está bien de jugar al “ahora mando yo y hago lo que me viene en gana”. Así que señores políticos, dejen de hacerse las víctimas y comiencen a gobernar como les hemos pedido. Se sientan ustedes, negocian y pactan. Y una vez alcanzados los acuerdos, salen ustedes a los medios de comunicación y nos los explican, que aquí somos ya todos muy mayorcitos para entender que en una negociación todos pierden algo y todos ganan algo. Pero pacten, de una vez por todas, unas políticas en las que estemos de acuerdo todos y que nos permitan ser un país serio que camina en la dirección que hemos decidido entre todos.
      Y, si no se sienten capaces de hacer lo que les hemos encomendado, ahórrennos el bochorno de verles convocar nuevas elecciones para intentar forzarnos a aceptar barco como animal acuático, presenten su baja voluntaria por incompetencia para el puesto de trabajo, con los mismos derechos que cualquier otro trabajador que solicite su baja voluntaria en la empresa, y ya buscaremos otros más preparados para el reto de gobernar un país.

martes, 22 de diciembre de 2015

HIELO EN EL CORAZÓN

      El niño se volvió, por última vez, con la mirada dura y desafiante de quien tiene más dolor del que le cabe en el cuerpo y ya sólo le queda el orgullo para contenerlo. Luego se marchó con paso firme.
      La madre lo vio alejarse con el corazón atravesado por aquella mirada y el frío de la mañana colándosele por la herida abierta.  Luego, el suelo se abrió bajo sus pies.

sábado, 12 de diciembre de 2015

PARA LAUREN SOUTHERN

     (Pincha aquí para ver el vídeo)

      Hoy voy a escribir esta entrada en respuesta a la mujer joven, blanca, de larga melena rubia y probablemente estadounidense cuyo vídeo circula por youtube. Bueno, en realidad es una respuesta a los subtítulos porque no entiendo tu idioma, Lauren.
      Yo también creo en la igualdad, no en los privilegios ni en la supremacía de nadie frente a nadie, ni por razón de sexo, edad, raza, religión o lo que sea.
      Lamento mucho que recibieras críticas por haber expresado públicamente que no eres feminista y más aún, si algunas fueron irrespetuosas. Creo en el derecho de todo el mundo a expresar su opinión libremente.
      Yo voy a contestarte y espero que no te lo tomes a mal porque únicamente pretendo charlar sobre lo que dices en tu vídeo (o lo que dicen los subtítulos, ya sabes).
      Dices que la tercera ola del feminismo no busca la igualdad porque:
         a)      No se ve representación igualitaria de los problemas de hombres y mujeres, y
         b)      Porque no se ve feministas quejándose por los beneficios que las mujeres tienen sobre los hombres en algunas situaciones.
      Lauren, en mi opinión, es injusto que acuses al feminismo de la tercera ola de no buscar la igualdad por esas dos razones porque ésa es precisamente su meta: que un día podamos hablar de los problemas y beneficios de ambos géneros en igualdad de condiciones, pero mientras no exista esa igualdad, hay que hacer visible al género invisible y dar la voz al género que no la tiene. Y mira que hablo de género y no de sexo con toda la intención del mundo. Desde mi punto de vista, partimos de una situación de desigualdad. Desigualdad en problemas, en situaciones, en derechos y en tantas otras cosas. Y, hasta donde yo sé y por lo que he podido leer, que tampoco soy sabia ni experta en la materia, sólo soy alguien que se interesa por el tema, el feminismo de la tercera ola pretende que, se sea como se sea, se goce de los mismos derechos y oportunidades.
      No me puedes negar que la realidad sobre la que se sustenta el mundo en el que habitamos tú, yo y cualquier persona de cualquier otro continente, es la de una sociedad patriarcal. Una sociedad en la que los hombres viven lo público y a los que se les exige ciertas capacidades y cualidades, y en la que a las mujeres se les reserva el ámbito de lo privado y se les exige ciertas capacidades y cualidades. También estarás conmigo en que lo prestigiado es lo público porque es en donde están las esferas de poder. El mundo de lo privado fue desposeído de cualquier relevancia en el mismo momento en que no se le concedió valor, no se le otorgó un precio. En el espacio privado, nada es remunerado y, por tanto, no genera independencia y no permite sobrevivir si no es supeditado a quien habita lo público.
      Cuando a la mujer se la privó del derecho a mantenerse con el fruto de su trabajo, cuando se la prohibió trabajar fuera del hogar y, por tanto, se le impidió ganar dinero, se la condenó a depender del hombre y eso generó desigualdades. Generó una situación en la que el varón tenía el poder y la mujer estaba sometida. Y, querida, quien tiene el poder, legisla y otorga los derechos. Así que los varones se concedieron los derechos y privilegios que consideraron oportunos y desposeyeron a las mujeres de los que quisieron.
      Pero todo esto tú ya lo sabes, por eso voy a tus afirmaciones:
      Como esta sociedad patriarcal exige capacidades y cualidades a ambos géneros, aquéllos que no las poseen, lo pasan mal porque no encajan. Y, de la misma manera que hay mujeres que no se conforman con la esfera privada y aspiran a salir a lo público, a trabajar y ganar dinero por su trabajo, a expresar su opinión y que sea tenida en cuenta, a gobernar y a tener los mismos derechos y oportunidades que los hombres y durante mucho tiempo –y aún hoy– se las tilda de poco femeninas, cuando no directamente de marimachos, también hay hombres que expresan sus sentimientos, que aman a su mujer y a sus hijos sin complejos, que respetan a los otros, que no se consideran superiores ni van agrediendo a nadie y, por esa razón son tachados de poco masculinos por quienes están dentro del sistema patriarcal y viven cómodos en él.
      Me horroriza que alguien, hombre o mujer, sea violado. Hay pocas cosas más crueles en las que se haga patente la dominación del otro. Y estarás conmigo, en que quienes violan en las cárceles a los hombres que mencionas en tu vídeo, son también hombres. Este afán de dominación forma parte de la construcción de lo masculino en la sociedad patriarcal.
      Ignoro si son ciertas o no las cifras que aportas sobre abuso doméstico en Estados Unidos y Canadá, pero no voy a entrar a valorarlas porque aunque sólo hubiera un caso, ya estaría mal. Nadie tiene derecho a abusar de nadie ni a agredir a nadie. Y es que la maldad no entiende de sexo. Hay hombres malvados y mujeres malvadas. Hay gente a la que parece gustarles hacer daño a los demás; o que son incapaces de sentir piedad por el otro; o que disfrutan humillando o vejando a los débiles. Y eso es absolutamente condenable y debemos luchar para que se condene a los malvados y se proteja y defienda a las víctimas.
      Sin embargo, nada tiene que ver con la violencia de género, que es la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres no porque sean malvados o enfermos mentales, sino porque creen tener derecho sobre ellas. Creen que la mujer está a su servicio, es una extensión de sí mismo, un objeto para usar y tirar. Están convencidos de que, por el mero hecho de ser hombres, tienen  derecho a usar, abusar, agredir, maltratar, violar y matar a las mujeres. Y eso es radicalmente opuesto a la igualdad. Es creer que los hombres son superiores a las mujeres, por eso estoy segura de que me entiendes y condenas este tipo de violencia; estoy segura de que luchas contra la violencia de género porque tú afirmas que crees en la igualdad, y, desde este punto de vista, seguro que entiendes que se tomen medidas de protección a la mujer y de asesoramiento legal que las ayude a salir de la opresión a la que las someten quienes debían ser sus parejas y se han autodenominado sus amos.
      Este mundo no es perfecto y hay muchas cosas que mejorar, es cierto, pero hay que empezar por alguna y comenzar por algo que afecta a más de la mitad de la población mundial es una razón objetiva de peso ¿no crees?
      Siguiendo con tus cifras, citas el altísimo porcentaje de muertes que hay entre los hombres por suicidio, por accidentes laborales, en guerras o víctimas de homicidio. Y tienes razón, es intolerable que se produzcan muertes violentas o prematuras. Pero fíjate que todas las muertes que nombras tienen que ver con la esencia misma de la sociedad patriarcal. Son los hombres quienes inician las guerras y quienes van mayoritariamente a ellas (hasta hace relativamente poco las mujeres tenían vetado el acceso al ejército), por eso es normal que mueran ellos mayoritariamente en las guerras, si contabilizamos las muertes de civiles durante los conflictos bélicos, observaremos que mayoritariamente son mujeres y niños. ¿Ves? Volvemos a la explicación de la ocupación de las esferas por razón de género.
      Lo mismo ocurre con las muertes por accidente laboral, dado que las tareas domésticas no tienen la consideración de trabajo porque no está remunerado, los accidentes que se producen en la esfera de lo privado no están contabilizados en las estadísticas laborales y dado que en el mercado laboral del mundo la presencia femenina es minoritaria, también es lógico que el porcentaje de accidentes en cómputo global sea inferior al de los hombres.
      Como la mayoría de los homicidios se producen en la calle, lugar público por excelencia y, por tanto, ocupado por los hombres, ¿cómo no iban a ser ellos mayoritariamente los muertos? No quiero decir con esto que no haya que intentar evitarlas, y en eso se está también. Existen leyes para vigilar y cuidar la salud laboral, para prevenir los accidentes, para hacer las calles más seguras y, desde luego, las mujeres feministas también apoyan estas leyes, de igual manera que se manifiestan contra las guerras, como no podía ser de otra manera porque, a pesar de lo que dices, el feminismo sí lucha por la igualdad, pero sobre todo contra la desaparición de la sociedad patriarcal que es lo que nos va a permitir crecer como sociedad. Es lo que nos va a permitir eliminar esos estándares sociales que necesariamente hay que cumplir y que producen tanta infelicidad en ambos géneros. Porque no, el feminismo de tercera generación no considera que todos los hombres sean unos privilegiados ni todas las mujeres estén oprimidas. No es eso. Después de todo lo que he comentado ya, creo que queda claro que el problema está en el sistema. Y, efectivamente, quien sabe navegar dentro del sistema, quien encaja en los límites que plantea la sociedad patriarcal, goza de privilegios y quien no, queda marginado y sufre por ello. Independientemente de que el sistema premia al varón que se ajusta a sus cánones y se lo pone más difícil a las mujeres.
      Por último hablas de los privilegios que tienen las mujeres y no los voy a negar. Al burro de carga se le da comida y un techo para que no muera y siga siendo productivo; a los esclavos se les daba alojamiento y manutención antes, durante y después de su vida productiva para asegurarse su docilidad. Pero nadie es capaz de vivir eternamente aplastado. Uno lucha y gana derechos a base de robárselos a la clase dominante, en este caso al género dominante.
      En algunos países las mujeres han conseguido la custodia de los hijos, cierto, pero no en todo el mundo, no lo olvides. Y, en mi modesta opinión, es una concesión de los varones porque no les importaba mucho concederla. Los hijos son una responsabilidad que hasta hace muy poco los hombres no querían asumir. Ellos preferían ser libres y hacer lo que deseasen en cada momento. Ahora, afortunadamente, las cosas están cambiando y los hombres aman a sus hijos y quieren cuidarlos y educarlos, así que están luchando por la custodia compartida, de hecho en mi país está extendiéndose esta modalidad.
      Ignoro si en tu país existe un sistema de cuotas para acceder a trabajos para el gobierno o para el ejército, si es así, no dudes de que se trata de una lucha de las mujeres por hacerse visibles y de un privilegio concedido para poder callar la boca a la mayoría, porque la realidad es que hay un techo de cristal para las mujeres, que las mujeres lo tienen peor para el acceso a la vida laboral, acceden a peores contratos y peor pagados, se les exige más que a sus compañeros varones y, en la mayoría de los casos sus jornadas laborales son larguísimas porque a las horas de trabajo remunerado hay que añadir las tareas domésticas de las que, aún hoy en los países más desarrollados, siguen ocupándose mayoritariamente ellas. No sé, sin embargo, si has oído a las mujeres que han entrado en el ejército hablar de las vejaciones y de las humillaciones a las que han sido sometidas única y exclusivamente por ser mujeres que han “osado” entrar en un mundo tradicionalmente masculino y lo abandonadas que se sienten por una sociedad que no las respalda sino que justifica a sus agresores, varones todos ellos, por supuesto.
      Dices que a las mujeres se las cree cuando denuncian una violación, ¿sabes cuánto se ha luchado para conseguir esto? Hasta hace nada –y todavía sigue ocurriendo en muchísimos países–, se culpabilizaba a las mujeres de su propia violación. De hecho, incluso en los países más avanzados, todavía encontramos especimenes que las culpan, que justifican a los violadores, que no las creen. Que esto también les ocurra a los hombres violados no implica que las mujeres seamos unas privilegiadas, significa que hemos luchado mucho y hemos ganado espacio, pero tenemos que seguir luchando para que el sistema no culpe al débil, sea hombre o mujer, de los actos del fuerte.
       Lo que comentas de la mitad de la condena por el mismo delito, pues, francamente, cuéntaselo a las mujeres condenadas a muerte por adúlteras mientras que sus parejas o sus violadores, se salen de rositas, cuéntaselo a las mujeres condenadas a ser violadas públicamente por un grupo de hombres, a ser paseadas desnudas y fustigadas por un delito que cometió su hermano.
      Yo también quiero ganarme mi trabajo, no quiero regalos. Pero quiero tener las mismas oportunidades para acceder a él como cualquier compañero varón. No quiero que se me exija el doble, no quiero tener que demostrar todo el tiempo que sé, mientras a mi compañero se le da por supuesto. Y quiero ser remunerada de manera justa.
      Tampoco quiero un mundo de sexismo en el que hombres y mujeres tengamos que seguir luchando eternamente. Quiero un mundo de personas en el que cada cual pueda ser lo que desee ser y sea respetado y valorado, sin que haya nadie que se crea superior a otro. Por eso soy feminista y quiero cambiar la sociedad patriarcal por una más justa en la que quepamos todos en igualdad y justicia. ¿Te apuntas?


martes, 1 de diciembre de 2015

CASTIGO VS. REFUERZO POSITIVO

      Seguramente habrán oído hablar de distintas técnicas para educar a nuestros vástagos, para conseguir que dejen de ser salvajitos deambulando libremente por el mundo y se comporten de manera socialmente aceptable.
      Y seguramente habrán oído hablar de que, para evitar que se repitan aquellas conductas no deseables ustedes pueden castigar a su vástago enviándolo al rincón de pensar o prohibiéndole que realice alguna actividad que al vástago le resulte agradable o apetecible.
      De igual forma, es seguro que se habrán encontrado con representantes de la otra tendencia educativa. La que afirma que es mejor premiar las conductas deseables e ignorar las indeseables. Es decir, su vástago hallará en usted sonrisas, alabanzas y cualquier otro premio cada vez que su comportamiento sea el que usted espera de él, y la más absoluta indiferencia cada vez que actúe de manera inapropiada.
      Bueno, esto era lo que yo creía, pero es que, en realidad, soy una ignorante que no sabe pedagogía, así que no me hagan mucho caso. Y, si por azar, ustedes opinaban lo mismo que yo, sigan leyendo y saldrán de su error... o no.

      Mi costillo y yo tenemos la mala costumbre de apelar al sentido común en la educación de nuestros vástagos y, claro, en ocasiones chocamos con la lógica del común de los mortales y salimos electrocutados.
      Es lo que nos ocurrió el otro día cuando tuvimos una conversación muy interesante sobre este tema del castigo vs. refuerzo positivo con la P.T. del colegio de nuestros hijos. Para los legos en la materia como era yo, hasta hace nada, les traduzco al castellano de a pie las siglas, para que también ustedes puedan ser modernos y hablar como ellos, P.T. corresponde a Pedagoga Terapéutica, es decir, la docente que atiende a los niños con alguna dificultad en el aprendizaje.
      La conversación derivó a esos derroteros, tras pasar por las quejas de la profesional sobre la escasa atención de mi hijo pequeño, que se distrae con facilidad y se mueve mucho. Yo escuchaba sus quejas ojiplática y sin llegar a entender si la docente era consciente de los requisitos de su profesión. Es como si un médico se quejase de que el señor que ha entrado a su consulta está enfermo.
      De repente, interrumpe su quejoso discurso para preguntarnos qué es lo que más le gusta a nuestro hijo.
      -Los coches -responde mi costillo sin acabar de entender adónde nos quería llevar.
      -Perfecto, pues vamos a utilizar el refuerzo positivo -dice ella- y le vamos a quitar los coches, si no atiende o no se porta bien, porque castigar no es bueno, es mejor el refuerzo positivo.
      Sobre mi cabeza apareció un enorme interrogante y, tratando de disiparlo le insinué:
      -Pero eso es un castigo ¿no?
      -No -afirmó ella con rotundidad-. En pedagogía eso es un refuerzo positivo.
      -Entonces, ¿qué es un castigo? -pregunté yo con verdadero interés en aprender.
      -Un castigo sería dejarle sin patio -dijo ella-, porque a él le da igual pero yo me quedo también sin patio y encima él como no ha salido a desahogarse (que eso es muy malo para los niños), luego se porta aún peor porque necesita moverse, y, claro, yo tengo que lidiar con él y, claro.
      Comprendo, un castigo es si la afectada es ella, es decir, si es ella la que padece los efectos del castigo, ahora si los efectos los padece el niño, se llama refuerzo positivo.
      Intentaré explicarlo con su propio ejemplo a ver si lo consigo:

      Castigo: dejo al niño sin patio y como el maldito no puede estar solo, me tengo que quedar con él y me auto-castigo sin patio. Encima, el puñetero se pone insoportable por no salir a correr y se porta peor, con lo que me vuelvo a castigar teniendo que aguantarle.
      Refuerzo positivo: les digo a sus padres que se ha portado mal y que tienen que quitarle los coches, así que aguanten ellos sus lloros y sus rabietas que para eso son sus padres.

      ¿A que nos ha quedado muy claro? ¿No? Venga, cierren la boca que se les va a desencajar la mandíbula y les digo, por experiencia, que es muy doloroso y que entran moscas.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

EL SILENCIO DE MILENA

      Milena no entendía nada.
      - ¿Por qué a mí? –Se preguntaba.
      Su cabeza era un torbellino de ideas, imágenes y recuerdos en el que lo único que se repetía incesantemente era esa pregunta: “¿Por qué a mí?” Tanto, que se ancló en su cerebro sin dejarla ni avanzar ni retroceder.
      Sonrió un instante al verse a sí misma de niña, tan mona, tan formal. Con su uniforme de colegiala o su vestido de domingo, siempre tan pulcro, tan planchado. Fue una buena niña, buena hija y buena alumna. No recuerda haber hecho ninguna trastada que mereciera un castigo ejemplar, ninguna mala nota. Al contrario, era la niña de la que todo el mundo hablaba con admiración y cariño.
      -¿Por qué a mí?
      Nada cambió con la adolescencia. Nunca una palabra fuera de lugar ni de tono. Buena estudiante, buena hija, buena amiga. Escuchaba las conversaciones de adultos en silencio. Su habitación impecable. Su melena larga.
      -¿Por qué a mí?
      Se ve a sí misma, carpeta en mano, entrando en la universidad. Pantalón vaquero, jersey amplio, melena al viento. Estudió una licenciatura a curso por año, mientras trabajaba en verano y vacaciones para sacarse unas pelas. Nunca una palabra más alta que otra, nunca una palabra fuera de lugar.
      -¿Por qué a mí?
      Tuvo dos novios antes de encontrar al hombre con el que se casó. Un noviazgo formal, sin sustos ni contratiempos. Una boda normal rodeada de familia y amigos. Un trabajo en las oficinas de una empresa, un puesto intermedio.
      -¿Por qué a mí?
      Se le agolpan las frases. “Se te ha desabrochado el botón de la blusa”. “Tendrás que recoser el ojal del segundo botón, porque siempre se desabrocha”. “Así mejor”. “Mejor ese vestido, que con el otro parece que andes buscando guerra”. “Esa amiga tuya no es buena compañía, le caigo mal y quiere separarnos”. “¿Quién era ése?” “Los hombres no son amigos de las mujeres, buscan sexo. Sois tontas y os lo creéis, y de eso se aprovechan. En cuanto te lleve al huerto dejará de ser tu amigo”. “Tus padres me miran raro, no les caigo bien”. “Prefiero que no hables delante de mis amigos, porque les humillas”. “¡Te he dicho que no hables delante de ellos, y menos si no vas a opinar lo mismo!” “¿Por qué no haces lo que las otras mujeres y te vas a la cocina a hablar de vuestras cosas?” “¿Dónde te has creído tú que vas con esa pinta?” “¡Estoy harto de tus dolores de cabeza!” “¡Ven acá!” “¡Quita las manos!”  “¡Levántate!” “¡Apártate de mi vista!”
      -¿Por qué a mí?

      El enfermero le quita la vía y se retira un instante. En ese momento, Milena puede ver que el pitido que lleva tanto rato metido en su cabeza proviene de la raya horizontal del monitor. Luego, NADA.

lunes, 23 de noviembre de 2015

EL ABUSO NUESTRO DE CADA DÍA o el machismo de baja intensidad

      ¡Eh tú! Sí, tú, el tipo que hace más de un lustro que cumplió los setenta. El que me acaba de dar un repaso ocular de arriba abajo con más lascivia en los ojos que la que su cuerpo aguanta. A ti te digo, al que se ha girado, después de habernos cruzado, para mirarme el culo. Mira, baboso, porque casi te resbalas con todo lo que ha caído por tu boca, deja de musitar una y mil formas de quitarme esta falda porque todo lo que vas a conseguir es que te dé un jamacuco por el subidón de lujuria. Esta falda, pedazo de pretencioso, no me la he puesto por ti. ¿De qué vas? Si tú no existías en mi vida hasta hace unos minutos y dejarás de existir en cuanto te diga lo que pienso de ti y de todos los de tu especie. No voy buscando nada, ignorante. Esta falda me la he puesto porque… ¿Y a ti qué puñetas te importa por qué me la he puesto? Porque me ha dado la gana, que no tengo por qué dar explicaciones a nadie.
      ¿Qué derecho crees que tienes para mirarme de esa manera? Quita tus sucios ojos de mi cuerpo y no vuelvas a ponerlos jamás ni en mí, ni en ninguna otra mujer, a menos que ella te haya dado permiso para hacerlo.
      Vete con tus amigos, esos que van en transporte público y deben creer que tienen los testículos de una ballena y se despatarran ocupando su asiento y el de la mujer que tienen al lado; ésos que aprovechan cualquier aglomeración para frotarse contra una mujer, cual osos contra un árbol. Cogeos todos de la mano e id a aliviaros juntos o en solitario, que a estas alturas de la vida ya deberíais saber que lo de los granos o la ceguera es un bulo.
      Y dile al mandril de tu hijo, ése que, conduciendo con la ventanilla bajada y el brazo por fuera, le ha soltado, a una chiquilla de unos quince años, que podía ser su hija, una ristra de obscenidades que harían sonrojar a cualquiera de los que trabajan en la industria del porno, dile que tiene la gracia donde la espalda pierde su honesto nombre y que, como es obvio que su lengua está llena de productos de desecho, la boca no es su sitio, así que dile que se la meta en el orificio al efecto.
También puedes decirle al pandillero de tu nieto mayor que andar tocando las tetas y los culos de las chicas que pasan por su lado, o de las que han tenido que caminar por el pasillo que él y sus monos ríe-gracias les han dejado, es tan divertido como que les den una patada en la zona de la entrepierna donde ellos tienen alojado el cerebro.
Y al pequeñajo, aprendiz de abusador, dile de mi parte que levantarle la falda a las niñas no es un juego divertido; que decirle a niñas más pequeñas que él que, si quieren ser guays, le tienen que enseñar las braguitas, no es de hombres; explícale que el modelo de hombre al que perteneces es un modelo a extinguir, como los dinosaurios, y que su futuro es  la soledad, la infelicidad y el miedo. Dile que si quiere que una mujer esté con él por amor y no por miedo, que si quiere ser respetado y no temido, que si quiere ser aceptado y no mirado con asco, como te miramos a ti, tiene que seguir el camino de los hombres, no el tuyo, de los que respetan y aman, de los que tratan como quieren ser tratados.
      No voy a entrar a explicarte ahora que las mujeres no somos objetos que pertenezcamos a nadie, o que estemos en el mundo para que nos cojan y dejen una vez satisfecha la necesidad puntual que a un macho le pueda sobrevenir. No voy a explicarte que el mundo está cambiando, porque eso tú ya lo sabes, porque tú eres de los que celebras cada asesinato pensando que algo habría hecho la víctima, porque ahora mismo debes estar pensando que te estoy importunando y que merezco que alguien me ponga firme, me meta en vereda. Así que paso de ti porque tú no tienes solución, tú sólo tienes que esperar tu meteorito (o tu sanmartín, tú decides). Escribo esto porque las mujeres estamos hartas de tener que lidiar con babosos, obscenos, abusadores y maltratadores, porque estamos hartas de tener que enseñar a nuestras hijas cómo lidiar con ellos y porque no queremos seguir muriendo a manos de gentuza como esa que, un día se les va la mano, y se auto conceden el derecho de acabar con nuestras vidas. Escribo esto porque aún hay mujeres a las que les habéis robado la conciencia y quisiera que la recobrasen.
      Eso sí, sólo un último mensaje a todos los de tu especie, os agradecemos la lección sobre los usos sexuales de los gorilas, mandriles y otros tipos menos evolucionados de primates, pero os informamos de que las mujeres no tenemos por costumbre aparearnos con especímenes de otras especies y, caso de interesarnos la zoología, la estudiaríamos en las aulas. Muchas gracias.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

VUESTRAS GUERRAS NUESTROS MUERTOS

      Asumámoslo, somos peones. 
      No voy a contaros nada que no sepáis, ni pretendo dar lecciones de moral a nadie, pero sí me gustaría poner las cartas sobre la mesa, llamar a las cosas por su nombre y luego, cada cual, que piense y obre según le parezca. 
      Hay una gran partida de ajedrez que juegan otros, aquellos a los que nunca vemos ni son piezas del tablero. O mejor dicho, hay una partida de Risk en la que, quienes juegan, están fuera del tablero, tienen unos objetivos y establecen unas estrategias para alcanzarlos; y dentro del tablero estamos nosotros, los monigotitos que mueven, cambian y sacrifican en aras del OBJETIVO.
      Entre los monigotitos, claro está, hay categorías. Están los menos prescindibles, los prescindibles y los que a nadie importan un comino. Estos últimos somos nosotros. Tú y yo.
      El ser humano es complejo. Hay para todos los gustos y de eso se aprovechan los jugadores. Los hay malos de cojones, malvados, malandrines, bobos y tontos pelaos, (los buenos no existen porque los jugadores los consideran bobos). Así que los jugadores (en adelante, ELLOS, La mano negra, Los Putos Amos o Cuasidioses), se aprovechan de las características de las fichas del juego para alcanzar su objetivo, que no es otro, que acumular cuanto más dios, quiero decir parné, mejor.
      No es muy difícil conseguir el objetivo porque los monigotitos somos muy predecibles: coges a un malo de cojones y le das dinero y poder para que se convierta en el jefe de los malvados. El malo de cojones se rodea de malvados a los que da poder e inmunidad para desarrollar su maldad sobre malandrines, bobos y tontos pelaos. Mientras tanto, La mano negra, mueve hilos de manipulación y desinformación sobre el tapete de incultura que previamente ha creado. Los malandrines se alían con los malvados por aquello de arrimarse al sol que más calienta. Los bobos nos tragamos toda la tontería que nos dan a comer y reaccionamos como querían Los Putos Amos que hiciéramos. Y los tontos pelaos se ponen al servicio de los malvados para hacer el trabajo sucio. 
      Todo muy fácil. Lo divertido –y lo interesante– es conseguir tu objetivo antes que los demás Cuasidioses. Aquí comienza todo un juego de alianzas, de puñaladas traperas, de pactos… Y aquí, sí hay que valer. No es fácil ser un Puto Amo, reconozcámoslo. Por eso ELLOS viven como dios y a ELLOS no les pasa nada.
      ¿Que hay que hundir un país para ganar más dinero? Pues a la mierda el país. ¿Quiénes lo van a pagar? Los bobos. ¿Quiénes van a caer? Los bobos y algún tonto pelao. Pues ya está.
      ¿Qué hay que sacrificar a unos cuantos monigotitos de los bobos para conseguir más dinero? Pues se coge al malo de cojones de turno y se le ponen las pilas. Éste pegará cuatro gritos a sus malvados, que, a su vez, cabreados como monas, saldrán a la calle a hacer tropelías, comerán el tarro a unos cuantos tontos pelaos que se auto-inmolarán llevándose por delante a unas cuantas decenas de bobos o azuzarán a los malandrines para que asfixien a los bobos, para que les convenzan de que el peligro real está en los bobos de otro color o para que los mareen con mil chorradas, mientras los jugadores se dedican a ganar dinero con cada una de las transacciones. Conclusión: Los Cuasidioses han cambiado monigotitos bobos por dinero y ya están más cerca de ser dioses completos.
      Pero ¿quién es quién en esta partida?
      Los jugadores son como los dioses. Sabemos que existen pero no los podemos ver. Viven como dios, o eso creemos los bobos. ELLOS son intocables, nunca caen.
      Los malos de cojones y los malvados de primera categoría son seres poco prescindibles. Mientras no saquen las patitas del tiesto, no molesten a los Cuasidioses y les resulten útiles, Los Putos Amos no prescindirán de ellos. Esto les hace creer que son superiores, invulnerables. 
     Por cierto, ¿quién puñetas ha decretado que la vida de un presidente de un gobierno o un presidente de un estado vale más que la de las miles de personas con las que comparte espacio físico? ¿De verdad somos tan bobos que a nadie le llama la atención que se evacúe a un tipo mientras se deja a su suerte a los demás? ¿A nadie le cabrea?
      Fin del kit kat, perdón por la digresión. 
      Los malvados de segunda categoría y malandrines, se saben prescindibles. Saben que pueden caer en desgracia, así que ganan puntos de invulnerabilidad haciendo cuanto más daño, mejor. Y si han de morir, se habrán llevado por delante más vidas de las que ellos valen. 
      Los tontos pelaos son unos monicaquitos que nada pueden perder porque nada tienen, ni sentido común, ni dignidad. Son los últimos monos de esta historia, a los que todo el mundo vapulea. Me darían pena si no fuera por el dolor que siembran a su paso, así que lo único que puedo pensar de ellos es que les va el nombre como anillo al dedo. Y es que hay que ser muy tonto para arriesgar –y perder– la vida en aras de alcanzar ¿el cielo? ¿la gloria? Hay que ser muy tonto para obedecer ciegamente a unos tipos a los que les debe  importar un comino el cielo o la gloria ya que nunca arriesgan su vida por esos conceptos. Hay que ser muy tonto para dejar a tu familia en manos de quienes les importabas tan poco que no han dudado ni un segundo en sacrificarte. Hay que ser muy tonto.
      Los bobos somos estos estúpidos a los que no les llama la atención ni les cabrea que su vida importe un pimiento. Somos esos monigotes totalmente prescindibles, intercambiables cual cromos y sacrificables que sólo nos preocupamos de nuestra bicicleta cuando nos la tocan o se la tocan al vecino. Somos esas fichas bobas que nos dedicamos a ir detrás del primer malvado o malandrín que nos venda humo. Somos los monigotes ciegos que no nos damos cuenta de que los monigotes que tenemos delante, aunque sean de un color distinto al nuestro, son igual que nosotros, tan bobos, tan prescindibles, tan intercambiables y tan sacrificables como nosotros.
      Los bobos somos tan bobos que ni siquiera echamos un vistazo al tablero para darnos cuenta de que juntos, seamos del color que seamos, somos muchos más que los malos de cojones, los malvados, los malandrines y los tontos pelaos juntos. Y, desde luego, muchos más que ELLOS, Los Putos Amos. Y mientras no nos demos cuenta, SUYAS serán las guerras y NUESTROS, los muertos.

jueves, 12 de noviembre de 2015

LOS PECADOS DE LA OMS

       Nada, que no hay forma, cuando uno creía haberse liberado del yugo de los pecados capitales de la Santa Madre Iglesia, nos llega la OMS, que, en lugar de amenazarnos con una vida eterna, más allá de la muerte, llena de calamidades y en el infierno, nos amenaza con una muerte horrible, tras una vida llena de dolores varios y con unos dudosos remedios con más efectos secundarios que primarios. Y oiga, no sé qué decirle, pero casi prefiero el pisito en el averno.
       El otro día fue la sal, ahora la carne roja y la procesada… Ya les aviso, cuando acaben con la gula, empezarán por la lujuria, y seguirán, porque ya se han puesto de acuerdo con sus amigos de la OCDE y nos acusan de pereza, los unos con que somos poco productivos y los otros con su matización sobre que el consumo de la carne sólo es mortal si se une al poco ejercicio físico.
       Pero aquí hay gato encerrado, seguro. Y no creo que el problema sea quién está detrás del estudio, como apuntan algunos malpensados, no. El problema radica en otro pecado capital: la envidia.
         Piensen ustedes, ¿dónde está la sede de la OMS? En Ginebra, Suiza. Allí hace una temperatura media inferior a los 10º, según la web Climatedata.eu y tienen unas 1.700  horas de sol al año, y los países en los que, con toda seguridad, viven los representantes de los países miembros que cortan el bacalao están por un estilo. Mientras que en Valencia (España), por ejemplo, la temperatura media es de 18º y subiendo y tenemos unas 3.000 horas anuales de sol. ¿Cómo vas a comparar?
      A esos sesudos señores, que viven en un lugar frío y oscuro, les llega un estudio en el que dice que España es el tercer país del mundo, detrás de San Marino y Japón, en esperanza de vida, y les da un yuyu. Sobre todo cuando se dan un paseo por nuestras tierras para robarnos el secreto de la longevidad y se encuentran con las terrazas de los bares llenas de gente tomando unas cañas con una ración de morro, bien saladito, unos cacaos -cacahuetes para el resto del territorio español- o almendras con más sal que frutos secos, una ración de jamón serrano, queso curado o una de chorizos del infierno. Y, para más inri, todos vociferando eufóricos, a pesar de la que está cayendo en el país. Así que, no sólo comemos lo que nos da la gana y vivimos mucho, sino que, además, nos lo pasamos genial. Una desfachatez.
       Nuestra esperanza de vida y nuestro clima privilegiado serían tolerables si nuestros mayores fueran unos despojos achacosos y no esa panda de descerebrados vejetes bailando todo lo bailable y siguiendo incesantemente la ruta del colesterol, que no es la que existe a las afueras de todos y cada uno de los pueblos de España con el objetivo de que los abuelos paseen, si no la que siguen los autobuses del IMSERSO en sus viajes gastronómicos para catar todas las delicias de este país en el que se come de vicio, la verdad. Y nuestros venerables ancianos pueden ser muchas cosas, pero achacosos no. Están tan en forma que ni Usain Bolt consigue ganar uno de estos abuelos en los 50 metros lisos hacia la barra del bufé libre cuando sacan el jamón.
      Por eso, los sesudos señores de la OMS, verdes de envidia, se han reunido para encontrar la forma de acabar con nosotros y no han encontrado nada mejor que criminalizar nuestros contrastados hábitos saludables y cambiárnoslos por su gastronomía tan triste como sus días cortos y oscuros pensando que así, nos moriremos, aunque sea de aburrimiento.
      Pues conmigo que no cuenten. Hoy es viernes y, para celebrarlo, esta tarde me tomaré una cervecita con una ración de morro a la salud de la OMS, mañana comeré un buen cocido madrileño con su chorizo, su tocino y tantos huesos y carne como quepa en la olla, y el domingo, paella, siesta y, para merendar, una caña y unos cacaos bien rebozaditos de sal.

martes, 10 de noviembre de 2015

LOS CONSEJOS NO PEDIDOS Y LAS MODAS: EL TERROR DE LOS PADRES

      ¿Se acuerdan del cuento del padre y el hijo que van en burra y que todo el mundo tiene que decirles cómo han de ir? Yo lo recordé el otro día por una anécdota y, desde entonces, no paro de darle vueltas.
       Está claro que en la educación de los niños participa la tribu. No puede ser de otra manera porque todo, absolutamente todo, influye en quiénes somos y en cómo somos. Pero también es cierto que, al menos en nuestra sociedad, los últimos responsables o al menos los principales responsables de la educación de nuestros hijos somos los padres. Que menuda tarea nos hemos buscado, la verdad, porque nadie nace aprendido, porque esto no se estudia en ninguna escuela o universidad y porque la única manera de aprender es el ensayo error. ¡Ah! Y porque hemos de asumir que nunca vamos a hacerlo bien y que nuestros hijos nos van a echar en cara el resto de sus vidas todos y cada uno de nuestros errores, así que, cada día hemos de tomar nuestra cucharada de humildad.
       Yo creo que debemos estar haciéndolo realmente mal, porque la tribu se siente en la obligación de estar dándonos consejos constantemente y nadie aconseja al que lo hace bien. Pero lo cierto es que, a veces, estos consejos no pedidos están sometidos al imperio de las modas y hacen más mal que bien.
       Voy a poner algunos ejemplos en los que seguramente se verán reflejados todos mis colegas de profesión (o voluntariado porque lo de ser padres no es retribuido, a pesar de que algunos maestros, a raíz del debate de los últimos días, proponen que a nosotros también se nos baje el sueldo, debe ser que no tienen hijos y no saben que son un saco sin fondo en que no para de entrar dinero pero de donde nunca se saca).
        Parece ser que la cosa empieza cuando una mujer está embarazada. Me cuentan -ya saben que yo cambié el parto por una sentencia-, que últimamente los médicos, matronas y demás personal sanitario les explican los múltiples beneficios de la lactancia materna. Hasta aquí nada que objetar, si no fuera porque algunos profesionales se toman muy a pecho, nunca mejor dicho, la difusión de esta forma tradicional de alimentación y empiezan a gotear consejos, cual estalactitas, para alcanzar la maternidad óptima sobre las cabezas hormonadas de las futuras madres, quienes absorben y a su vez crean estalagmitas maternales que las distinguirán por excelentes frente a aquellas pésimas mujeres y peores madres que no pueden o no quieren dar el pecho a sus retoños.
       Una vez nacida la criatura, se la lleva al pediatra para que la registre –quiero decir, controle–, y me cuenta una amiga que el pediatra le dijo que debía darle el pecho a demanda, así que la pobre iba todo el día con la teta fuera porque debía enchufársela al churumbel cada vez que éste hacía “uec”. Además este amable señor era de la liga antichupete y prefería que el niño de mi amiga chupara pezón, Así que como mi sobrino adoptivo nació en noviembre, mi amiga y casi hermana fue de pulmonía en pulmonía hasta que, en febrero, el pediatra fue sustituido, por ignotas razones, por otro colega al que estas recomendaciones le parecían una solemne tontería que iban a provocar que el niño no tuviese adquirido un horario de comida como dios manda, con lo que le pautó unas horas concretas de alimentación para gran pena del niño que se pasó días llorando sin parar y de la madre que no podía dormir con el llanto de su hijo. Ni qué decir tiene, que el resto de la tribu también opinaba al respecto, pero con la medicina hemos topado y el médico siempre tiene razón.
       Eso sí, que el que no se consuela es porque no quiere y mi amiga decía que al menos ella, como no trabajaba fuera de casa no había tenido que usar ese invento llamado sacaleches.
       ¿Quién no ha oído las maravillosas recomendaciones que todo el mundo nos dedica sobre cómo y dónde debe dormir nuestro hijo? Que si en cama propia, que si en la nuestra, que si a oscuras, que si con luz, que de lado, que boca abajo… ¡Dios mío, cuánta complicación para dormir! Yo opté porque durmiese en su cuarto y le compré una bonita habitación pensando, incluso, en cuando tuviera amigos con los que hacer fiesta de pijamas. Todo iba bien hasta que llegaron los terrores nocturnos. En mitad de la noche, un grito desgarrador nos ponía en pie de un salto y, con los pelos de punta y los ojos cerrados, acudíamos a su habitación entre diez y quince veces por noche. Aguantamos estoicamente durante tres semanas sin más señales que unas ojeras permanentes, una boca siempre bostezante, un par de palillos decorando nuestras pestañas, varios moratones como resultado de las incursiones nocturnas a oscuras en campo enemigo y un mal genio creciente. A la cuarta semana, y viendo que el asunto llevaba trazas de eternizarse, nos reunimos en comité matrimonial para ajustar la estrategia. Lo más urgente: dormir. La solución lógica: pasar al crío gritón a nuestra cama, al menos evitaríamos los golpes. Funcionó. Fue dormir con nosotros y el nano se despertaba, nos abrazaba, pero no gritaba. Mano de santo, oigan.
      La mala suerte quiso que en una visita al pediatra, me preguntasen por el sueño del niño. Al responder yo que no dormía de un tirón, pero que al menos ya no gritaba en mitad de la noche, al pediatra en cuestión comenzó a girarle la cabeza cual niña del exorcista, soltando espumarajos, sapos y culebras por la boca mientras me condenaba por haber cedido al chantaje de mi hijo, por no saber educarle y consentirle los caprichos y por estar rompiendo mi matrimonio por no poder cumplir con las obligaciones derivadas del mismo.
       ¡Horror! Vuelta a convocar asamblea matrimonial. Intentos y más intentos de dormir al niño en su cama. Imposible. El matrimonio no sé, pero mi vida (siempre he querido ser la Bella Durmiente, pero para poder dormir cien años) sí corría peligro: necesitaba dormir. Por fin encontramos una solución razonable: ¡un colchón por turnos! Dormimos al niño en nuestra cama y luego lo pasamos a la suya. Lo probamos y funcionó. El niño se durmió y no se despertó ni siquiera al pasarlo a su cama. Todo iba tan perfectamente que decidimos ponernos al tema y… en mitad de la faena, un grito desgarrador en mitad de la noche, de nuevo carreras por el pasillo a oscuras pero esta vez con la dificultad añadida de ponernos la ropa mientras volábamos a callar al niño antes de que los vecinos avisasen a la policía. Acabamos con una nariz hinchada por pretender entrar por donde no había puerta, un dedo meñique roto al chocar con el marco de la puerta, el niño de nuevo a nuestra cama y la libido a los pies.
       ¿Qué me dicen de los comentarios sobre si lo llevas en brazos o no? Recuerdo a un transeúnte desconocido que se auto-otorgó la libertad de decirme que no tenía que llevar a mi hijo en brazos porque era demasiado mayor (ignoro si se refería al niño o a mí). Pero también hay quien opina que llevarlo en carrito es tan nocivo como no darle el pecho porque no crea vínculo. Y  ¿qué clase de madre soportaría no tener vínculo con su hijo?
       Ni qué decir de los partidarios de la educación tradicional con cachete a tiempo incluido o los partidarios de la felicidad del niño ante todo.
       ¿Y cuando llega al colegio? Entonces entran también los profesores a opinar. Que si sobreproteges al niño, que si pasas de él, que si le apuntas a demasiadas extraescolares, que si no lo estimulas lo suficiente, que si los deberes son asunto del niño, que si no te responsabilizas de que los haga…
      ¡Basta ya! Esto de ser padres es muy difícil y no ayudan nada con tanto consejo contradictorio y tanta moda para ganar dinero vendiendo libros que no pueden proporcionarnos sentido común. Sean prudentes, por favor, nadie sabe con exactitud por qué hemos tomado una determinada decisión como padres, porque nadie está en nuestra piel, pero créannos, podemos ser unos zopencos redomados, unos ignorantes, un producto deformado de la sociedad en la que vivimos, o tan pésimas personas como ustedes quieran decir que somos, pero queremos a nuestros hijos y hacemos lo que, en cada momento, creemos que es lo mejor para ellos y, si nos equivocamos, créannos, somos los primeros en auto-fustigarnos y en padecer las consecuencias.
       Así que, por favor, los consejos no pedidos, guárdenselos y las modas, úsenlas para el vestir. Gracias.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

ENFRENTADOS POR LOS DEBERES

      Llevamos menos de dos meses de curso escolar y me han llegado, por todos los lados imaginables, multitud de artículos, entradas de blog, comentarios escritos o hablados refiriéndose a los deberes escolares, las tareas que deben llevarse los alumnos para casa. Sabes de qué hablo ¿verdad? A ti también te han llegado.
      Me he puesto a leer toda esa opinión vertida desde una y otra parte y, una vez superado el complejo de espectadora de un partido de tenis, sólo se me ocurre hacerme una pregunta:
       ¿A quién, diablos, le interesa que nos pasemos el día peleando padres y profesores?
      Yo soy muy de la teoría de la conspiración. Los que me conocen lo saben, pero es que… a veces me lo ponen muy difícil para no creer en manos ocultas que manejan los hilos de nuestras vidas.
      No voy a incrementar el número de artículos a favor o en contra de los deberes, pretendo sólo reflexionar sobre la lucha que llevamos con las tareas escolares arriba y tareas escolares abajo. Honestamente no puedo hacer otra cosa porque fui maestra y soy madre, así que, como dice la canción, tengo el corazón partío.
     Me gustaría que me acompañaras en esta reflexión y que, por favor, fueras sincero contigo mismo.
      Empezaré con una pregunta que he formulado en repetidas ocasiones y para la que nunca encuentro respuestas sino silencios:
       ¿No se supone que a ambos colectivos, padres y maestros, buscamos lo mismo, que tenemos un interés común que no es otro que el bien y la educación de nuestros hijos y alumnos que, ¡oh casualidad!, son los mismos sujetos? Entonces, ¿qué puñetas hacemos peleándonos?
      Ya sé. En la esencia del ser humano reside la idea de que nadie hace las cosas mejor que uno mismo y que cuando alguien dice en abstracto que algo está equivocado le está diciendo a ese uno mismo que ÉL, ese ser cuasiperfecto está equivocado, y, claro, el ego salta y se pone a la defensiva: ¿Quién puñetas se cree ese mindundi que es para decirme a mí, A MÍ, que estoy haciendo algo mal? ¡Qué sabrá él!
      Venga, pongamos paz y alejemos a los egos durante un rato, que descansen o hagan lo que deseen, pero lejos de este lugar de reflexión y diálogo que pretendo crear.
      Vamos a partir de la base de que en todos sitios cuecen habas y, por tanto, en ambos colectivos, padres y maestros, hay gente para todos los gustos, incluso para gustos pésimos.
      De la misma manera que encontramos padres a los que la paternidad les pilló con el pie cambiado, se les quedó grande o simplemente estaban en el baño cuando en el mundo se repartió la responsabilidad, hay otros que se esfuerzan día a día para ser los padres que exigen los tiempos que corren, que se preocupan por el bienestar físico y emocional de sus hijos, que se informan e intentan aprender, padres que desayunan responsabilidad cada mañana y se acuestan sin que se les haya perdido ni un miligramo de ella por el camino. Así que resulta muy injusto que se les meta a todos en el mismo saco, que se les juzgue y condene con etiquetas peyorativas y que no se les reconozca una gran verdad: SER PADRES ES MUY DIFÍCIL Y NADIE NACE APRENDIDO, no hay libros ni prácticas controladas con las que aprender.
      Igualmente, podemos encontrarnos con maestros y profesores que perdieron el tren de la humanidad y cogieron el de Chusmistán (para saber más de este tremendo país, leer la serie de entradas: MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS I, II, III, IV, V y VI), maestros y profesores cuya profesionalidad, interés por los niños o por aprender, brilla por su ausencia o maestros y profesores que deben su título a gentes sin escrúpulos que les aprobaron (que ellos carguen con sus conciencias que nosotros cargamos con sus consecuencias). Pero también hay maestros que son grandísimos profesionales y mejores personas, que se preocupan por sus alumnos y por su profesión, que buscan la mejor forma de llegar a nuestros hijos y que se pelean con los medios, los malos compañeros y los superiores tóxicos para ayudar a nuestros hijos a convertirse mañana en los adultos responsables y felices que todos queremos que sean. Así que no es justo que les metamos en el mismo saco que a los otros, ni que les obliguemos a pelear también contra nosotros, los padres, porque, pensemos aunque sea egoístamente, les restamos las fuerzas que necesitan para atender a los niños y chavales.
      Bueno, ahora que ambas partes nos hemos legitimado como interlocutores para conversar y nos reconocemos como grupos, con nuestras luces y sombras en ambos colectivos, sentémonos y dialoguemos con una única norma: el respeto.
      Y desde el respeto mutuo, expliquemos nuestras posturas y entendamos las del otro para lograr una zona de entendimiento:
      Porque no hay nadie mejor preparado para enseñar a nuestros hijos que los maestros, y si alguien no lo está, exijamos más formación, pero hagámoslo juntos padres y docentes. Que se enteren los de arriba que nos importa la educación y que no vamos a dejar a nuestros niños en manos de cualquiera, que queremos a los mejores.
      Porque no hay nadie que quiera más a los niños que sus padres, que se preocupe más por su presente y su futuro y nadie más responsable de su educación, y si alguien no se toma en serio esta tarea, afeemos su conducta, pero ambos colectivos juntos.
      Y porque si nos enzarzamos en estas peleas absurdas, sólo va a haber un bando perdedor: el tercer vértice de este triángulo, los niños, que son aquéllos a quienes queremos proteger.
      Y llegados a este punto y viendo que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, vuelvo a preguntarme quiénes son los pescadores y qué ganan con nuestra pérdida. Y la respuesta, francamente, no me gusta.

miércoles, 28 de octubre de 2015

ROMPO UNA LANZA A FAVOR DE LAS TRES PERIODISTAS

     A mí también me ha dejado un sabor agrio ese acuerdo, pero es que yo no soy parte y me puedo permitir ese lujo. Quizás ellas tengan ahora un regusto amargo y no puedan deshacerse de él. Si ése es el caso, flaco favor les hacen gentes que llenan las redes sociales con comentarios en los que expresan su desconcierto o su desilusión.
     ¿Quién sabe qué pasó en la antesala del juicio? ¿Quién sabe cómo se sintieron las tres periodistas demandantes? ¿Quién sabe si solamente pudieron elegir entre malo o peor?
     Si algo he aprendido en los juzgados es que, a veces, es mejor “perder que más perder” y que lo justo, lo ético y lo legal son conceptos que no siempre van unidos. Así que no es fácil ponerse en la piel de las personas que, siendo parte, han de decidir en cuestión de minutos y basándose en las impresiones que dejan el lenguaje no verbal y las palabras dejadas caer.
     No yo quisiera encontrarme en una tesitura en la que tuviera que decidir entre mis valores o la nada. ¿Y ustedes?
     Claro que nos queda un sabor agrio. Claro que no nos gusta este final. Claro que nos deja perplejos o desolados y que sentimos que se traiciona la lucha de tantas mujeres, de los valores en que nos sustentamos como sociedad. Pero esto es así y las quejas, al sistema judicial, no a las mujeres porque ellas estaban allí y eran parte, nosotros no.

domingo, 4 de octubre de 2015

¿DÓNDE ESTÁN LOS REFUGIADOS?

      ¿Han desaparecido tragados por las fauces de algún animal mitológico? ¿Han regresado a sus casas cambiando el sentido de sus propias caravanas? ¿Han sido aceptados e integrados por todos y cada uno de los gobiernos y habitantes de los países por los que pasaban o hacia los que se dirigían?
      Tras la entrada en la que me quejaba de que ésta no es la Europa que yo quiero, empecé a alegrarme porque salieron a los medios de comunicación y a las redes sociales multitud de ejemplos de gente como tú y como yo que se organizaba para atenderles y llevarles agua y alimentos; porque había gente mejor que yo que arriesgaba su libertad ofreciéndose a trasladarles gratis hacia el país que tenían como destino final; voluntarios médicos les atendían y curaban; cuentacuentos y payasos jugaban con los niños logrando hacerles sonreír...
      Los ciudadanos de la Europa que yo tengo como modelo daban una lección magistral a sus políticos mostrándoles cuán inútiles son y cuán alejados están del sentir de la gente a la que dicen representar pero a la que, obviamente no representan. Y, claro, algunos, los que disimulan un poco más, se dieron cuenta de que había que hacer algo con esta crisis que les estaba estallando en la cara. Muy en su papel, decidieron hacer lo de siempre: una reunión. ¡Ah, no!, que se llama cumbre porque ellos son “altos” dignatarios y están arriba, en la cumbre, por eso no se juntan con nosotros, los de abajo, que sólo servimos para pagarles esos sueldazos, perdón, sueldos acordes con la responsabilidad que tienen, pero no servimos para pedirles que nos rindan cuentas. Pues eso, montaron una cumbre en la que habla, bla, bla, blan durante horas y horas para no llegar a ningún acuerdo y quedan para seguir en su cumbre otro día más para seguir habla, bla, bla, blando hasta que a los de abajo, que somos de memoria frágil, se nos olvida el tema y ellos, los de arriba, pueden irse tranquilamente a su casa. Y si, como ha pasado esta vez, somos muy pero que muy pesados y nos da por actuar y juntarnos para ser más efectivos, cogen a sus amigos de la prensa y les dan la consigna: “no se hable más”. Asunto zanjado, lo que no se ve, de lo que no se habla, no existe.
      Pero mirad, yo soy muy pesada y sigo preguntando: ¿Dónde están los refugiados? ¿Qué ha sido de ellos?

viernes, 18 de septiembre de 2015

DOS SUGERENCIAS PARA QUE LOS PADRES NOVATOS NO NOS CONVIRTAMOS EN INCORDIOS

     Ha empezado el nuevo curso escolar y soy por cuarta vez madre novata, o sea, que tengo experiencia en ello. Ya estoy siendo, de nuevo y a mi pesar, un incordio para profesores, directora y conserje y, aunque tengo experiencia en ser un incordio novato, sigo sintiéndome tan mal como la primera vez.
     Este año he puesto las antenas a funcionar y  he descubierto que la mayoría de novatos están como yo: desorientados y avergonzados. Y el caso es que esto se podría haber evitado poniendo en práctica las dos sugerencias que voy a proponer:
          1. Organizar una sesión de bienvenida: unos días antes del inicio de curso, debería hacerse una reunión con los padres y tutores novatos, a la que pueden acudir los niños nuevos en la que:
               a. Se les explicaría las normas básicas de funcionamiento del centro escolar:
                    • Horario
                    • Puertas de entrada y salida
                    • Autorizaciones
                    • Forma en la que se procederá a la recepción y entrega de los niños, si procede
                    • Qué hacer en caso de falta justificada
                    • Procedimiento de comunicación de incidencias al centro
                    • Ideario del centro escolar, su proyecto, su forma de entender la enseñanza/educación…
                    • Normativa básica de relación: funcionamiento en el patio, lo permitido y lo prohibido…
                    • Cuestiones referentes al comedor escolar
                    • Etc.
               b. Se les presentaría al personal del centro y sus funciones: es desconcertante no saber el nombre y cargo de la persona con la que se está hablando y desolador escuchar a un niño decir: “Me ha dicho una señora…”.
               c. Se les enseñaría el centro: es tremendo para un niño que le dejen en un lugar que no conoce y con unas personas desconocidas.
          2. Organizar una reunión de curso: Antes de empezar el curso, debería hacerse una reunión con los tutores de cada curso en la que se pudiera explicar a los padres cuestiones primordiales del funcionamiento del aula:
               a. Qué deben llevar el primer día
               b. Horario de clase
               c. Qué material deben tener y qué se va a hacer con él
               d. Resumen de objetivos y contenidos por materia
               e. Metodología
               f. Sistema de evaluación
               g. Procedimiento de comunicación padres/tutores
               h. Horario de reuniones y procedimiento para solicitarlas
               i. Presentación de los profesores especialistas que deberán también tomar la palabra para explicar lo mismo de sus materias.
                j. Presentación de los nuevos compañeros, si los hubiese.

     Claro, esto significa planificación y previsión y difícilmente puede hacerse si un centro no tiene suficiente personal, si es el mismo personal docente el que realiza funciones de administración o si no sabe hasta última hora qué profesores va a tener. Y si encima cambian muchos es muy difícil llevar adelante un proyecto o realizar un seguimiento de las actuaciones realizadas con los alumnos. Así que también la Administración tiene que ponerse las pilas y hacer bien su trabajo y a tiempo.
     Y es que si pretendemos enseñar a los niños a no dejar todo para última hora pero entran a un colegio sin saber adónde tienen que dirigirse, ni dónde está su aula, el baño o el patio, ni quién es quién en ese colegio, ni qué material tienen que llevar el primer día, porque no hemos tenido tiempo… mala planificación vamos a enseñar.
     Y es que señores, todo esto es perfectamente previsible. Todos los años vamos a tener niños nuevos y padres novatos que se nos van a convertir en un incordio deambulando como patos mareados por el colegio a la busca y captura del primer adulto identificable como trabajador para acribillarle a preguntas que no hacen sino incrementar el nivel de estrés de los primeros días de colegio. Y todos los años vamos a tener niños que lloran o se aíslan porque están desorientados, se sienten solos y tienen miedo. No es tan complicado acogerles. Y ¿ustedes saben lo bien que van a estar sin nosotros, esos padres novatos que somos un verdadero incordio?

miércoles, 2 de septiembre de 2015

LEVÁNTATE Y ANDA

       El niño apretó los labios, se agarró a la barandilla y tiró con fuerza hasta levantarse. Soltó las manos y, despacio, adelantó un pie, luego el otro. Una sonrisa iluminó para siempre su rostro.

MATERNIDAD

       Miró a aquel niño indefenso que la miraba desafiante y su corazón comenzó a tejer el cordón umbilical que los unió para siempre.
       Así fue como el amor logró vencer el miedo de ambos a no ser queridos y se convirtió en un fluido más fuerte que la sangre.

ALGÚN DÍA

       Aunque varios cientos de kilómetros habían conseguido separar sus labios, sus almas se fundían cada noche.
       -Algún día -le susurró él una de esas noches y ella le buscó cada amanecer.

FIESTA EN LAS MAZMORRAS

      -La Inquisición no tardará en llegar. Preparémonos. El festín está asegurado.
      -¿Cómo logran ser tan sádicos? Nunca he visto tanta crueldad entre iguales.
      -¿Y a ti qué más te da? Es comida. Roe y calla

PRISIÓN VOLUNTARIA

       Salió, sigilosa, a estirar las piernas como cada noche. Miró al cielo siguiendo la pista a sus estrellas. Respiró su bocanada de aire fresco y limpio y sintió el rocío sobre su piel. 
       Cuando el trino de los pájaros acompañaron la salida del sol, regresó sobre sus pasos, bajó al zulo, se ajustó los grilletes y se dispuso a dormir.

viernes, 28 de agosto de 2015

NO ES ÉSTA LA EUROPA QUE QUIERO

       Veo las caravanas de hombres, mujeres y niños que caminan huyendo del horror; las barcas desbordadas de personas con rostros descompuestos por el dolor, la fatiga, el hambre y el miedo; vías de tren invadidas por una multitud que necesita sentirse a salvo; veo seres humanos sentados en el suelo exhaustos, con la desesperanza en los ojos, con el miedo y el infierno vivido grabados en sus miradas.
       Veo las alambradas con espinas y concertinas; las barcas de salvamento con hombres desolados porque no hay ya nadie a quien salvar; al ejército y la policía intentando detener el avance imparable de los que huyen de la atrocidad intentando salvar sus vidas.
       Veo los restos de los incendios provocados por quienes perdieron el corazón y la humanidad; las camillas cubiertas que salen de bodegas de barcos o de camiones convertidos en fosas comunes; veo el mar, nuestro mar, arrastrando a la orilla a quienes no lo consiguieron.
       Veo todo esto y no me gusta. Siento dolor, mucho dolor.
       Yo no tengo madera de héroe. Si aquí hubiera un conflicto armado, si unos locos decidieran empezar a matar, yo me iría. Huiría porque no soy persona que busque pelea, no soy de los que se aprovechan de nadie, no guardo rencor y procuro no hacer daño. Soy buena gente. Y la buena gente no sabemos vivir en guerra. La buena gente no sabemos movernos en ambientes convulsos donde todo vale, donde a uno lo matan, lo violan o lo torturan sólo porque alguien, que dejó de ser humano, así lo decide. Por eso, cuando miro a los que huyen, me siento en su piel. Yo podría estar allí. Yo podría ser cualquiera de esas mujeres que huyen con sus hijos en brazos. Así que ellos no me dan miedo. Ellos son como yo, como los millones de buena gente que vivimos en Europa.
       Me dan miedo los otros, los que golpean sin piedad, los que miran a otro lado cuando pueden parar tanto dolor, los que se escudan en falsas creencias y las trasmiten como dogmas. Pero sobre todo, me dan miedo aquellos que son capaces de aprovecharse del dolor y la desesperación ajena; los que incendian el techo bajo el que se refugian los que nada tienen; los que golpean, insultan y vejan a los débiles, a los que huyeron buscando un lugar donde vivir en paz; a los que cogen el dinero de quienes pagan por una esperanza y luego los abandonan, sin sentir el más mínimo escrúpulo, encerrándolos para que mueran asfixiados o los lanzan por la borda. A todos ellos les tengo miedo, porque no reconozco en sus ojos ninguna señal de humanidad. Ellos son “los otros”.
       Ésta no es la Europa que quiero, ni el mundo en el que quiero vivir. Ésta no es la Europa por la que lucharon nuestros antepasados. Tenemos una responsabilidad con el mundo. Somos la Europa de los valores, la de la libertad, la igualdad, la justicia, la cultura. La Europa en la que cualquiera desearía vivir porque establecimos un sistema que garantizaba los derechos humanos universales. ¿A quién se la hemos vendido? ¿Qué vamos a hacer para recuperarla?

lunes, 24 de agosto de 2015

CUESTIÓN DE PRIORIDADES

      ¿Se imaginan ustedes que la selección española de fútbol fuera campeona del mundo otra vez y que en las noticias de La 1 dieran la noticia, en la sección de deportes,  y el relato durara alrededor de dos minutos? No ¿verdad? Es impensable. Y lo es porque no se llega a ser campeón del mundo todos los días, ni siquiera todos los años, porque no es fácil ser campeón del mundo y, por tanto, representa una gesta.
       El deportista que llega a ser campeón del mundo ha sido el mejor preparado física y mentalmente de entre todos sus rivales. Ha demostrado ser más fuerte y tener más resistencia física y mental. Ha demostrado tener una mejor estrategia, ser más inteligente y adaptarse mejor a las exigencias de cada momento de la competición. Y la noticia debería dar cuenta de todo ello.
       Además es una alegría para todos que un, o unos compatriotas sea los mejores del mundo.  Es una satisfacción porque, como país, invertimos mucho dinero en la formación y desarrollo de nuestros deportistas, porque llevarlos a un campeonato del mundo cuesta mucho dinero y, en concreto, en este país, no andamos sobrados, así que nos supone un grandísimo esfuerzo que, sentimos bien invertido en ese momento. Nos hace sentirnos orgullosos.  Así que damos por bien empleado el tiempo y el dinero y nos gusta escuchar todo lo ocurrido durante la competición, saber qué ocurrió, cómo resolvieron los problemas y, sobre todo nos emociona compartir, aunque sea por televisión, los momentos de celebración y euforia.
       Dicho esto, yo entiendo que el fútbol es el deporte que más dinero y emociones mueve, pero pongamos las cosas en su sitio:
       Que Miguel Ángel López haya sido campeón del mundo en 20km Marcha es infinitamente más importante que la llegada del F.C. Barcelona al hotel de Bilbao donde ayer jugó; o que el Real Madrid C.F. hiciera lo propio en Gijón. Bastante más importante que el hecho de que no sé qué club jugara de nuevo en primera división y más importante que los resultados de la jornada anterior de la liga. Así que el lugar dedicado a dar tan importantísima noticia y el hecho de que le dedicaran menos de cinco minutos a comentarla y apenas unos segundos a las imágenes de una prueba que duró 1 hora y 19 minutos y 14 segundos y que, además, supone un récord personal, es, fundamentalmente, INSULTANTE.
       Resulta un desprecio al atleta, a su deporte, a su entrenador y a todos los españoles. Además de resultar discriminatorio e indignante por tratarse de una televisión que pagamos entre todos. Todos los deportistas son iguales y su esfuerzo merece la misma recompensa de reconocimiento público.

IR DE COMPRAS: DE ODISEA A CRUZADA

       Definitivamente, lo mío no son las tiendas. Eso o alguien pretende boicotearme, con algún oscuro propósito, cada vez que voy de compras.
       A mí me gusta salir de vez en cuando a hacer algo de ejercicio. No mucho, la verdad. Ni muy a menudo. Pero, a veces, siento la llamada del cuerpo anquilosado y me gusta salir a marchar. Sí, ya sé que el común de los mortales sale a correr, pero yo no pertenezco al común de los mortales, a estas alturas ya casi todo el mundo lo sabe. Y además me encanta ser “rara”. El caso es que me gusta salir a marchar (no confundir con salir de marcha) y por fin había encontrado unas zapatillas que no me provocaban un terrible dolor de tibiales, que no se lo deseo a nadie, por canalla que sea el interfecto. Eso sí, pesaban tres quintales cada una pero como no pretendo competir, sino desentumecerme sin dolor, ese pequeño detalle no importaba demasiado.
       La semana pasada salí a rodar (vocablo del argot atlético que significa salir a hacer kilómetros  y que prefiero a la expresión “ir de marcha”, por razones obvias). Nada más empezar noté que no apoyaba bien, algo no funcionaba como debía. Miré mis zapatillas y ahí estaba el problema: rotas y sin posibilidad de arreglo porque había perdido parte del relleno de la suela (que también se las trae, porque ni son tan viejas ni las he utilizado tanto para que se estropeen de esa manera). El caso es que me había quedado sin zapatillas de deporte y, ya que tenía que comprarme unas, pensé en que fueran aptas para marchar.
       Recordé que este invierno había visto muchas de ellas en una famosa y especializada tienda de deporte, así que hacia allí encaminé mis pasos, confiando en que mi memoria fotográfica me condujese directamente al pasillo y a la estantería en donde las había visto, porque odio ir callejeando sin rumbo entre productos. Pero no. En este tipo de comercios tienen la puñetera manía de cambiar periódicamente la distribución de la mercancía por si eres tonto y picas comprando algo que no necesitas pero mira, ahora que lo ves… Así que, después de dar varias vueltas intentando orientarme entre pasillos y pasillos de estanterías llenas de artículos de toda clase y miles de zapatillas, opté por preguntar a un dependiente:
        ‒Buenas tardes, ¿me puedes ayudar? –Utilicé el tuteo porque era joven.
        ‒Sí, dígame.
       ¡Mierda! Él no me considera joven. Bueno, igual es norma de la casa hablar de usted a todos los clientes, vayamos al grano.
        ‒Mira, busco unas zapatillas para marcha atlética.
       Ante la cara de estupor del chico, pregunto:
        ‒¿Sabes qué es?
       Niega con la cabeza.
        ‒La prueba del atletismo español que más medallas ha dado en europeos, mundiales y Olimpiadas –le digo ya con cierto malhumor porque se supone que es una tienda especializada.
       Como si le hablase en chino. Ante su inutilidad manifiesta, me lleva junto a unos compañeros suyos que, según me dijo, sabían mucho. El comité de sabios estaba reunido al final de un pasillo comentando lo que fuera, eso sí, muy gracioso, cuando les interrumpió el aprendiz:
        ‒Busca zapatillas de…
        ‒Marcha atlética –acabé, dada la imposibilidad del muchacho de repetir tan complicada expresión.
       Al comité de sabios le faltó preguntar, “¿Lo cualo?”, porque me miraron con los ojos tan abiertos y una mirada tan interrogante, que si esto fuera un cómic, toda la viñeta sería el signo de interrogación.
       Yo empezaba a perder la paciencia y se me notaba en la transformación de mi mirada. Ellos detienen a otro sabio que pasaba por allí y le preguntan si sabe qué es la… marcha atlética, volví a decir yo. El individuo, en un alarde de sabiduría, suelta:
        ‒¿No sabéis qué es? ¡Eso que van así! –e imitó el movimiento de culo con el que se suele ridiculizar a los marchadores. Claro que, al ver mi mirada furibunda, decidió empezar a mover los brazos y dejar de mover el culo.
        ‒¿Y tenemos zapatillas para eso? –preguntó el presidente del comité de sabios al Pontifex Maximus.
        ‒Ni idea –respondió encogiéndose de hombros y marchándose con la satisfacción del trabajo bien hecho.
        ‒Sí teníais. Yo vine aquí este invierno y las vi. Estaban al final de una estantería. Y había toda una sección para ellas. Enfrente teníais otras que habíais clasificado como para marcha urbana, y las que yo busco estaban bajo el cartel de marcha atlética y no distinguíais entre hombres y mujeres, mientras que de las de marcha urbana, sí había sección para hombres y sección para mujeres.
       Mientras les abrumaba con tanta información, ellos miraban a todas partes en busca de alguien que los sacara de aquel entuerto. Pasó por allí una dependienta y se agarraron a ella como a un clavo ardiendo. La chica, una vez informada de lo que empezaba a ser una odisea, me dice:
        ‒De eso no tenemos, pero tengo aquí unas zapatillas que te pueden venir bien, porque sirven para lo mismo y no pesan nada y bla, bla, bla, -empezó a decirme mientras me alejaba del comité de sabios, me llevaba al pasillo anterior y se situaba frente a las zapatillas del más naranja fosforescente que he visto en mi vida.
       Se empeñó en que me las probara sin escuchar mis observaciones respecto de que no eran lo que buscaba, ésas eran para correr, por asfalto, eso sí, pero no para marchar, tenían demasiada suela en el talón con lo que el dolor de tibiales estaba asegurado… Nada, no era su intención escucharme así que opté por probármelas y marchar pasillo arriba, pasillo abajo con ellas puestas, hasta que la chica, como yo imaginaba, se aburrió y me dejó para ocuparse a otros menesteres.
       Dejé las maravillosas, carísimas y desajustadas zapatillas en lo que a mis necesidades se referían, en su hueco y me fui yo sola a la aventura de encontrar lo que buscaba. Y lo hallé dos pasillos más atrás. Ahí estaban flamantes ellas, negras y verdes. Me las probé aunque el precio no me convencía mucho porque era excesivo para el uso que yo iba a darles. Eran perfectas. ¡Qué bien se marchaba con ellas! Lástima el precio, pero por no tener dolor…
       Ya iba pasillo abajo hacia la caja con ellas en la mano cuando, dos estanterías más allá, vi las mismas zapatillas, en otro color y mucho más baratas. No podía ser. Las miré por todos lados, incrédula. Me leí todas las especificaciones. Me las probé por si había gato encerrado. No. Eran iguales en todo, salvo el color. Entonces vi el cartel. Eran de otra temporada, por eso eran más baratas. Enarqué las cejas. ¿Cómo? ¿También hay moda en zapatillas para entrenar? ¿Pero no se trataba de que fueran buenas para el deporte que quieres practicar y para tu forma de pisar? Rápidamente las cogí y devolví las otras a su sitio. Me volví a dirigir hacia la caja cuando me interceptó otro amable dependiente al que no había visto hasta ese momento y me preguntó:
        ‒¿Son para usted?
        ‒Sí.
        ‒Es que son de hombre…
        ‒¿De hombre? –Repetí  con los ojos como platos–. ¿Qué quiere decir que son de hombre? ¿También hay zapatillas para hombre o para mujer? ¿Es que hay algo en los pies que nos haga diferentes?
       Yo miraba mis pies buscando en ellos algún indicio de marca sexual, pero no veía nada. Traje a mi memoria todos los pies de mujeres y de hombres que pude y, salvo que los pies de los hombres que pude recordar en ese momento eran más feos y peludos que los de las mujeres, no encontraba nada que pudiera ser tan importante como para distinguir el género de las zapatillas. O… tal vez… Separé los dedos cuanto pude y miré entre ellos a ver si allí se ocultaba el sexo de los pies, pero tampoco. Así que volví a mirar al dependiente que me miraba perplejo, sin entender mi asombro y, menos aún, mi búsqueda interdigital.
       Me señaló la estantería que había frente a las que yo había estado mirando hasta encontrar las zapatillas que pretendía comprar y la recorrió con la mano, cual hombre del tiempo mostrando el mapa que tiene en el plasma a su espalda, mientras mostraba una enorme sonrisa de satisfacción.
       Mis hombros se cayeron al suelo mientras mi cara era la viva imagen de la rendición. No podía ser. ¿De verdad era eso lo que me estaba diciendo? Pero, ¿esto qué puñetas quiere decir? ¿Es una tomadura de pelo o de verdad se creen que somos tan…? Me repuse, hice de tripas, corazón y, con una amable sonrisa, le dije al muchacho:
        ‒Las mujeres podemos ponernos ropa y calzado que no sea rosa.
        ‒Ya, pero son más bonitas.
        ‒No a todas las mujeres nos gusta el rosa. Yo, por ejemplo, lo odio.
        ‒Éstas no son completamente rosas.
        ‒No, son grises y rosa-bebé a partes iguales y hace mucho que dejé de ser bebé.
        ‒Éstas tampoco son rosas.
        ‒En realidad sí, porque el fucsia es una variedad del rosa y son fucsia y negras.
        ‒Pero son de chica.
        ‒No te preocupes –dije ya hastiada–, mi femineidad no va a resentirse por no ir de rosa.

jueves, 20 de agosto de 2015

¿HASTA CUÁNDO?

       Ayer sentí miedo. Un miedo que debió instalarse hace mucho, mucho tiempo, en mi código genético. Un miedo irracional, como todos, pero que en otro lugar, en otro tiempo, hubiera marcado la diferencia entre la vida y la muerte, entre salir indemne o marcada para siempre.
       Caminaba por un aparcamiento distraída. De repente vi que tres chicos jóvenes y fuertes se acercaban hacia mí. Mi cuerpo se tensó y mis ojos descubrieron que no había nadie más que ellos y yo. Sentí la adrenalina recorriendo mi cuerpo, todas las señales de alarma activadas, mi cuerpo preparado para la lucha porque ya no había tiempo para huir. Les miré a los ojos para detectar el primer aviso. No hubo nada. Pasaron por mi lado sin mirarme siquiera.
       El miedo cedió paso al enfado. En otro lugar, en otro tiempo yo habría sido una víctima. Como miles de mujeres antes, ahora y…  ¿hasta cuándo?
       Ayer sentí miedo. Un miedo aprendido y heredado. Un miedo de mujer. Miedo por ser una mujer. ¿Hasta cuándo?

martes, 18 de agosto de 2015

DULCES VACACIONES

      Me encantan las vacaciones. Sobre todo las de verano. Me traen recuerdos de adolescencia. Cuando no tenía nada más que hacer que vivir, que no es poco. Igual que entonces, me paso el año deseando que lleguen. Ansiando ese momento en que desconectar del mundo e irme con mi familia donde nadie nos pueda encontrar.
      Este año parecía que nunca iban a llegar las vacaciones. Ha sido un año tan tremendo que no veía el fin. El mes de julio se ha hecho eterno, creía que no iba a acabar nunca y durante la última semana, mis fuerzas estaban tan menguadas que casi me arrastraba por los días. Pero por fin llegó el día 31. ¡Y estaba viva! Preparé las maletas llenas de ilusión, ropa de verano y porsiacasos. El día 3 de agosto, nos levantamos los cuatro pronto y con ganas de viajar adonde la vida nos llevara.
      No me gusta mucho programar las vacaciones. Lo justo para tener un lugar donde dormir (fundamental cuando viajas con niños) y tres destinos: uno cultural, otro gastronómico y otro donde comprar recuerdos. El resto, lo dejo al azar, que ahora suele incluir parques y cualquier medio acuático. Este año con mayor motivo porque necesitábamos como nunca un lugar en el que perdernos.
      Cargamos las maletas en el coche e iniciamos ruta. Treinta minutos después, comenzaron los “¿Cuándo llegamos?” y los “¿Falta mucho?” Pero aún teníamos todo el optimismo a flor de piel y lo zanjamos con un seco y tajante “Seis horas, controla el reloj tú mismo”.
      Empezamos a admirar el paisaje y a comentar cada cosa que nos encontrábamos. Sí, puede que seamos unos padres cargantes, pero si vemos molinos de viento, ¿por qué no hablar de la energía eólica? Si cruzamos un río, ¿por qué no decir dónde nace y desemboca? Si cambiamos de comunidad autónoma, ¿por qué no repasar las comunidades autónomas y  sus provincias y, de paso, anticipar si nos encontraremos o no con el mar? Y eso vimos: molinos de viento a babor. Los anunciamos con entusiasmo porque pasábamos muy cerca y se podía admirar su tamaño. Primer enfado de la mañana. A babor se sienta el pequeño y no soporta que su hermano mire por SU ventanilla. Discuten, se enfadan, se insultan… Tema zanjado con un “¡Se acabó!” contundente.
      Se acabó aparentemente, porque la guerra fría continuaba por lo bajinis y como toda guerra fría, volvió a calentarse y salir a la superficie hasta en tres ocasiones más antes de parar a almorzar, en otras dos durante el almuerzo y cuatro más en el trayecto hasta la siguiente parada a comer.
      Ahora era el mayor quien se quejaba de haber oído 40 veces la misma canción. Falso. La verdad es que había sonado 43 veces en las últimas dos horas y no parecía que el pequeño fuera a aborrecerla.
      Parada a comer en el lugar previsto, a la hora prevista. ¡Bien, somos unos hachas! Buscamos un sitio para comer con dos energumenitos odiándose y amándose a partes iguales. Los separas para que no discutan, se buscan porque se quieren con locura y no pueden vivir sin el otro. Les dejas que estén juntos, craso error, acabarán con tus nervios. Empezando a perder la paciencia, que traíamos bastante mermada, nos adentramos en el primer lugar que encontramos, sin atender a las señales. Error. Comimos unos bocatas bastante vulgares rodeados de moscas y con nuestros dos urbanitas gritando y huyendo despavoridos cada vez que una de ellas se posaba cerca de nosotros.
      Volvimos al coche con la esperanza de que se durmieran. Pero no. Escuchamos treinta y dos veces más la misma canción alternándola, esta vez, con la preferida del mayor tras una dura negociación con el pequeño. Señalamos los sucesivos cambios de paisaje, los cursos de los ríos, las poblaciones que atravesábamos y los cambios en la toponimia. Todo ello salpicado de amores fugaces y odios intempestivos. Llegué a la cabaña con la luz que indicaba que la paciencia estaba en reservas parpadeando en señal de urgencia y la garganta tocada por culpa de tres gritos a contratiempo (no consigo ser una madre sin gritos por más que me empeño, siempre acabo cayendo y luego me autofustigo mientras me duele la garganta).
      El sitio chulísimo, se respiraba paz y soledad, justo lo que necesitábamos. Bueno, lo necesitábamos mi marido y yo que estábamos agotados, porque los nanos tienen una extraña forma de manifestar su cansancio y es que cuando más cansados están, más activos se vuelven, de manera que entran en un círculo vicioso de pesadez suprema en el que uno lamenta no poder suministrar algún tipo de anestesia para que duerman de una puñetera vez.
      Exploramos el terreno, jugamos con la pelota y, gracias a que la comida había sido más bien escasa, pudimos convencerles de que había que encontrar una tienda para comprar el desayuno y un lugar en el que cenar. Llegamos al pueblo y, antes de entrar a la tienda, pagamos el peaje de la merienda en el bar del pueblo. No volvimos. Dos vasos de leche, cuatro madalenas, un café y un cortado costaron lo mismo que la comida del mediodía. Eso sí, también la compartimos con las moscas y los gritos de pánico.
      Cambiamos, pues, de pueblo para cenar. No servían cenas en ninguno de ellos si no era por encargo, y claro, las siete de la tarde ya no se considera hora de recibir encargos. Íbamos mejorando: un plato de jamón serrano (que imaginamos que estaría bueno porque el mayor lo devoró antes de que lo llegáramos a ver), uno de chorizo (que olía muy bien pero ignoramos cómo sabía porque el pequeño se hizo con él y lo defendía como a “su tesoro”) y un plato de queso con dos cañas y un agua acabaron con el presupuesto para comidas de dos días y encima ni nos sació el hambre canina que llevábamos, ni siquiera lo comimos a gusto, porque también lo compartimos con las moscas.
      El segundo día lo dedicamos al turismo cultural para quitárnoslo de encima antes de que los niños cogieran definitivamente el poder sobre las vacaciones. Un aperitivo en una plaza peatonal en la que pudieran correr, un poco de caminata en busca del muro perdido, un enfado porque nos negamos a comprar un juguete tan frágil como caro, otro porque nos negamos a llevar en brazos a nadie durante el paseo, una visita a una cerca que resultó de lo más gratificante porque se acercó un burrito y acabó con los enfados gracias a que comía cuanta hierba arrancaban los dos hermanos que, ahora sí, se amaban con locura. Algo de coche con las dos consabidas canciones que jamás lograré que se borren de mi cabeza, me invaden hasta los sueños. Comida algo cutre pero de cuchara junto a las consabidas moscas que estaban logrando ruralizar a mis urbanitas que empezaban a acostumbrarse a ellas. Paseo por la ciudad en busca de helados para postre mientras los críos jugaban a pillar, a correr o a saltar y cómo no, seguían enfadándose o queriéndose a cada poco. Más coche y visita muy recomendable a un monasterio. Regreso a la cabaña y cena allí, que ya habíamos aprendido la lección.
      Tercer día, visita a la capital y día de niños. Los padres sólo queríamos una leve visita gastronómica. Mañana en un parque junto al Ebro. No logré que el pequeño quisiera saber cómo es un rio. Harto de no poder ver ninguno desde SU ventanilla, les ha declarado su más profundo desprecio. Se niega en rotundo a mirar alguno. Simplemente, no le interesan. Eso sí, los maniquíes que señalan en la carretera la presencia de obras, son de lo más interesante. No se perdió ni uno e imitaba su cadencia cada vez que se cruzaba con un coche, con el consiguiente peligro de quedarse sin brazo, la bronca y su enfado monumental porque, encima de que los coches no le hacen caso, sus padres le riñen y no le dejan plantarse en medio de la carretera a mover el brazo como los señores-muñeco.
      Tras la mañana en el parque, nos tocaba el vermú a los padres. El placer de un pincho y una cerveza fresquita, una conversación intrascendente y plácida, la paz… Y la cara de mosqueo del mayor porque su hermano yoquésequé, la interrupción, convertida en costumbre, para atender a una emergencia del pequeño, los ojos estrábicos perdidos por seguir a cada uno que, en su fase de no te soporto, han emprendido direcciones opuestas, en fin, un "come rápido y nos vamos que molestamos".
      Por la tarde, la película prometida en el cine. Todo parecía ir de lujo, sentados juntos y sin discutir, sin que el pequeño saliera huyendo ni el mayor le agobiara contándole la siguiente escena un segundo antes de alcanzarla. La película, muy bonita, la verdad. Venció al sueño de la siesta, no digo más. Eso sí, fue encender las luces de la sala, y el pequeño explotar con toda la emoción contenida y su imperiosa necesidad de movimiento retenida durante la hora y media de película y, cómo no, en su explosión chocó con su hermano, quien se rebotó, y comenzó una pelea entre butacas que acabó con cuatro castigados en la cabaña sin más fiestas.
      El cuarto día transcurrió entre parques y pantano, todo cerca de la cabaña. Importante reseñar que el pequeño seguía con su desprecio más absoluto hacia los ríos, que descubrió un cadáver de avispa flotando en la orilla del pantano, razón por la cual tuvimos que emigrar a la otra orilla del embarcadero, que aprendió a girar colgando de unas anillas y que el mayor se enfadó con nosotros, los padres, porque no podía imitarlo, con lo que se negó a caminar y el pequeño, también, por solidaridad. ¡Ah! Se me olvidaba lo más importante, fue el único día en el que comimos muy bien. Buena comida y muy bien cocinada, raciones abundantes (quizá demasiado), sin moscas a la vista… Eso sí, justo al terminar el postre, el pequeño se me acercó y… me vomitó encima todo el plato de natillas que se acababa de comer.
      El quinto día fue algo más apacible. Se auguraba el final. Anduvimos de visita turística y ningún incidente ni disputa mencionable entre ellos. Todo amor y cordialidad. De hecho el único enfado fue con nosotros que vaya usted a saber por qué se enfadó el mayor, y, como el pequeño seguía solidario, nos abandonaron en mitad de la calle. Caminaban solos, de la mano, deteniéndose y escondiéndose si descubrían el escondite desde el que espiábamos su deambular. Hasta que una estatua les devolvió a la normalidad y se dedicaron a jugar a que les limpiara la estatua los zapatos en vez de jugar a Hansel y Grettel.
      El día de regreso amaneció frío y lluvioso, pero fue tranquilo. El pequeño mantuvo, durante media hora, despóticamente, al mayor, acariciándole el brazo para estar tranquilo porque, para no dormirme, yo había tenido la osadía de poner otro disco y otras canciones que no eran las suyas.
      La siguiente semana de vacaciones transcurrió entre piscina y apartamento. Poco a poco recargábamos fuerzas y nos acostumbrábamos a la convivencia durante veinticuatro horas. Ya no lamentábamos no habérnoslos comido cada vez que tuvimos la oportunidad. Y, de repente, en el mejor momento, amaneció el 17 de agosto y empezamos a trabajar. Y aquí estamos, echándolos de menos y mirando el reloj a cada poco para volver a casa, a los enfados, a los gritos y a la ardua tarea de educar.
      Ésa es la trampa. Uno se queda con ganas de más y comienza a desear que lleguen las vacaciones del año siguiente para poder descansar y disfrutar de los hijos. Para tener unas dulces vacaciones.