miércoles, 27 de abril de 2016

LOS OJOS VERDE OLIVA IV

Algo ocultaba, pensé. Miré a la chica por la ventana, seguía escribiendo. No le podía ver bien la cara, pero yo no habría desperdiciado ninguna oportunidad con ella. Vestía un pantalón corto y ancho que dejaba ver unas piernas largas y delgadas y un top a rayas que caía sobre un hombro y dejaba también al aire la cintura. Llevaba el pelo recogido con una gorra ancha de color azul marino de la que escapaban, rebeldes, algunos rizos rubios.

No, yo no habría desperdiciado ninguna oportunidad con ella.

Gimeno se enfrascó en su artículo. Ni una sola vez se levantó de su asiento para comprobar si ella seguía allí. Los chicos y yo nos asomamos varias veces.

-Se ha ido, tío -le decíamos.

-No -respondía sin siquiera mirarnos,  con la cabeza metida entre montones de folios, un bolígrafo en la oreja y varios rotuladores de colores en las manos-.

Había algo irritante en su seguridad y algo desesperante en la terquedad de aquella chica que llevaba toda la tarde sola en una cafetería, escribiendo mientras esperaba a un tipo normalucho que pasaba de ella y seguía subrayando y escribiendo cuando ya hacía rato que había anochecido. No podía dejar de mirarla. ¿Qué diablos había entre ellos?

Salí del periódico pasadas las nueve y media dispuesto a llevármela yo esta vez. Crucé la plaza y me acerqué a su mesa. Estaba tan concentrada en su libreta como Gimeno en sus papeles y no me oyó llegar.

-¿Tienes fuego? -le pregunté.

Se sobresaltó,  me miró como si yo fuera un ser llegado de la nada, parpadeó un par de veces y dijo:

-No, no fumo.

2 comentarios: