viernes, 22 de abril de 2016

LOS OJOS VERDE OLIVA II

Me sujeté con fuerza al respaldo de la silla que había a su izquierda. Ella me miró confusa, expectante. Yo no podía dejar de mirar aquellos ojos verde oliva, su rostro sereno, su cabello recogido con una gorra de golfillo de la que escapaban algunos mechones rubios.

Su incomodidad me devolvió a la realidad de 2016. Sonreí avergonzado y regresé a mi mesa, aunque, desde mi silla, seguía recibiendo fogonazos del pasado.

Hacía veinticinco años, en esta misma plaza, en esta misma terraza del bar, sentada en esa misma mesa estaba la chica más paciente y desconcertante que jamás he conocido. Y esta chica era exactamente igual a la muchacha que observé durante horas esperar a mi compañero de trabajo mientras escribía, como la que estaba viendo en ese momento, en un cuaderno.

Era una tarde de sábado de septiembre. El sol aún estaba alto cuando la vi por primera vez. La plaza estaba vacía y por eso llamaba la atención esa figura que desafiaba al calor de aquel verano infinito, sentada en la terraza de la cafetería que hay frente al periódico.

Me había asomado a la ventana junto a un par de compañeros. Gimeno nos había pedido que le cubriéramos un momento porque tenía una cita y el jefe le había encargado un artículo a última hora. Quería explicarle que tardaría un poco. Era la primera vez que él pedía algo así y nos entró curiosidad. Lo vimos acercarse a ella. Se saludaron dándose dos besos. Todos nos reímos como adolescentes:

-¡Vaya cita! -Nos burlamos.

Hubiese sido más jugoso un buen morreo. Nos hubiese dado juego para rato y nos habría hecho más llevadera aquella tórrida tarde de trabajo.

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