Gimeno era un tipo serio. Tenía una novia formal desde hacía casi un año: una estudiante universitaria que vivía a caballo entre dos ciudades y que conocíamos todos porque hizo unas prácticas en el periódico. Se la llevó Gimeno. Ese fin de semana ella estaba en su otra ciudad y Gimeno curraba pero no le tocaba cierre. Por un momento imaginamos que llevaba una doble vida. Imaginamos una historia de cuernos, algo con lo que aliviar el calor y el aburrimiento.
Gimeno intercambió unas palabras con ella, quien respondió asintiendo con una amplia sonrisa y se volvió a sentar mientras lo miraba desandar el camino. Luego sacó una libreta y se puso a escribir.
Gimeno entró en la redacción y le recibimos con un bombardeo de bolas de papel.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-¿Eso es una cita?
-Quedas con una tía buena y ¿sólo le das dos besos?
-¡Eres un pringao!
-Es una vieja amiga -nos contó-. Nos conocemos desde siempre. Éramos vecinos. Hace un par de años se marchó con su familia a vivir a la otra punta de España y aquí se quedó su hermana que ya estaba casada. Ella viene de vez en cuando a verla y aprovechamos para quedar. Sólo somos amigos. Sabe que tengo novia.
-¿Y no te acuestas con ella? ¡Tú eres gilipollas!
Gimeno se encogió de hombros y se sentó detrás de una mesa llena de papeles.
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