miércoles, 27 de mayo de 2015

EL OSITO DE PELUCHE

A cada vuelta del tambor de la lavadora sentía que la vida se le desteñía. Odiaba a aquella horrible giganta que, con un rictus de repugnancia y a la voz de “está asqueroso”, lo había arrancado de las manos de su amigo, a quien todavía oía berrear, y lo había metido en ese artilugio infernal.
Primero un aguacero que hacía crecer la espuma, después una riada, luego más agua sucia y azul y, por último, un torbellino.
Jamás volvió a ser el mismo tras la tortura, por más que su amigo se empeñara en negarlo, en colmarle de besos, o quizá por eso mismo, ambos buscaban al ausente, a aquél que una vez fue.

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