lunes, 20 de abril de 2015

EL PRÍNCIPE FELIZ

El mensaje era claro, conciso, breve y letal: no insistas, decía. Mientras el papel se le escurría entre los dedos y caía suavemente, un chasquido rasgó la tarde enmudeciéndola. Por su rostro caían lágrimas de granito. Su sonrisa pétrea se convirtió en una mueca. Un viento helado salió de su corazón escarchando los árboles de la plaza. Un temblor sordo sacudió el mundo y un rugido de roca herida provocó el llanto al sol. Fue entonces cuando la estatua del príncipe valiente, con el corazón quebrado, se convirtió en una estatua de hielo. Y allí seguía, en el pedestal, la golondrina esperando, como cada tarde, el mensaje que llevar.

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