miércoles, 1 de septiembre de 2021

SECUENCIAS VERANIEGAS

 III. TODO TIENE SOLUCIÓN

Recuerdo que, cuando mi hijo pequeño tenía unos dos años y yo iba a recoger al mayor al colegio, las otras madres me decían que lo dejara en el suelo porque se iba a acostumbrar al brazo y no querría caminar. 

¿Qué más quisiera yo? —pensaba mientras sonreía con el pequeño a horcajadas sobre mi cadera.

Y es que mi pequeño no caminaba, huía. Era dejarlo en el suelo y salir corriendo a todo correr. Ni os imagináis lo veloz que era —y es— el crío. El problema radicaba en que el mayor no podía seguirle y a mí no me fue concedido el don de la ubicuidad ni la posibilidad de recomponerme si me abrían en canal estirando cada uno de ellos de una mano, así que opté por la estrategia de las manadas: todos al ritmo del más lento. Por lo que el pequeño, al brazo.

Con el paso de los años hubo que cambiar la táctica, claro. Ni mis brazos pueden ya con el pequeño ni él querría ir arrastrando los pies mientras simulamos que lo alzo. 

Pero el ser humano se caracteriza por adaptarse a las circunstancias, así que ahora somos un espectáculo cuando salimos a la calle:

Como si de un desfile real se tratara, llevo al pequeño por delante, corriendo arriba y abajo, anunciando mi presencia. Se aleja, regresa, intercala piruetas… cualquier cosa para hacer tiempo mientras su hermano y yo le alcanzamos. Y, para demostrar lo importante que soy, además, llevo escolta un paso por detrás de mí: el mayor. Ignoro la razón por la cual no puede ir a mi lado si siempre lo llevo un paso por detrás, incremente o reduzca mi velocidad. Y eso que a veces correteo adrede o ralentizo hasta el infinito mi marcha. Nada, sea como fuere, él un paso por detrás.

Estas vacaciones nos hemos juntado para no hacer casi nada con mi hermano, mi cuñada, mis dos sobrinos y mi madre. Así que éramos una pequeña manifestación cada vez que salíamos del hotel. Según mi nebodet, en la familia son un mayor (17 años, ya no entra en la categoría pitufo, es más bien orco), un mediano (11 años, pre-orco), un medianito (él mismo, 4 años) y un pequeño (su hermano de 22 meses). La primera vez que salimos a manifestarnos en busca de lugar donde cenar, el medianito y el pequeño decidieron que querían ir con el mediano. Y, para más inri, querían ir detrás de los adultos exigiéndonos —que no pidiendo— una confianza imposible de conceder a la par que pretendiendo quitarle el lugar al adolescente.

¡Horror! Había que pensar algo y pronto antes de que se produjese un motín en nuestras filas ya que ninguno atendía a razones y su único argumento era que desconfiábamos de ellos, lo cual les ofendía gravemente. ¿Y cómo dejar a mediano, medianito y pequeño (los pitufos) a su libre albedrío detrás de nosotros? No, claro que no confiábamos. Ni en ellos ni en la humanidad entera. Nosotros crecimos con La casita de chocolate siendo zampada por los dos hermanos antes de acabar en la jaula de la bruja, Pulgarcito y sus migas de pan fagocitadas por los pájaros, Garbancito con el aliento del buey a su espalda antes de ser engullido y demás niños perdidos.

Mediano y medianito hicieron causa común y se sentaron en el suelo. Pequeño los imitó aunque no sabía por qué. Las revoluciones siempre son divertidas cuando uno es joven y no piensa en cómo acaban muchos revolucionarios y revolucionados. Así que teníamos a pitufos protagonizando una sentada en toda regla con sus proclamas y todo y a orco escupiendo todo tipo de alimañas compañeras de cueva para conseguir que SU espacio le fuera devuelto por esos amotinados de tres al cuarto.

Los transeúntes observaban la escena unos compadeciéndonos, otros maldiciéndonos, los más pensando en cuán malos padres somos.

Entonces encontré la solución. ¿Quién dijo que leer no sirve de nada? Allí estaba, escrita en tantas y tantas novelas históricas con las que he compartido vida. 

—¡Bien, chicos, no se hable más! Soy la reina que comanda este ejército y necesito valientes y aguerridos soldados para mi vanguardia —exclamé con tono de arenga—. Ése no es sitio para cualquiera. Sólo los más valerosos pueden ir por delante del grueso de la hueste y sin alejarse demasiado para no dejar abandonada a su suerte a la mesnada, y menos aún a los pobres encargados de portar la impedimenta que no llevan ni siquiera armas y van a la retaguardia.

Por supuesto, acompañé mis palabras con gestos que indicaban el sitio de la vanguardia y el de la retaguardia y, no os lo vais a creer —o seguramente sí—, pero mediano y medianito encabezaron inmediatamente la formación seguidos de pequeño y comenzaron a desfilar sin alejarse de nosotros, las filas prietas para que ningún enemigo se colara entre ellas al grito de “¡Somos la vanguardia!” (guanguardia para medianito). Y detrás, caminando a un paso de los adultos, cerraban el grupo orco y su abuela pertrechados con el carro de pequeño y todos lo necesario para su manutención.

De esta guisa recorríamos cada noche en paz las calles del pueblo escogido para no hacer casi nada, en busca de lugar donde avituallar.

Luego me dicen que soy medieval y que los niños que están conmigo hablan de cosas raras. No lo entiendo, la verdad.


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