Iban charlando animadamente. Ella sonreía y gesticulaba. Era muy expresiva. Tampoco había visto nunca a Gimeno tan relajado.
Callejearon por el barrio viejo con paso firme, esquivando a la gente que entraba y salía de los garitos o charlaba enlas puertas compartiendo bebida.
Doblaron una esquina y entraron en La Bodeguita del Loro, el único sitio en el que les iban a dar de cenar a esas horas. Nada especial ni de caliente: jamón, queso, encurtidos... Era un lugar que conocía bien porque solíamos quedar allí después del cierre. Era un sitio curioso. Se había quedado anclado en el pasado y tenía el encanto de lo rancio. Unas mesas y sillas de railite rodeadas de enormes toneles de vino y vermú y una larga barra era todo el mobiliario. Y en las paredes, recortes de prensa amarillenta enmarcados que relataban noticias sobre una de las primeras huelgas que hubo tras la llegada de la democracia.
Miré dentro. Estaban sentados al fondo. Ella bebía agua mineral y él, vino tinto. Entré al bar de enfrente y me pedí una cerveza.
Salieron pasada la media noche, pagué y fui tras ellos.
Los vi entrar en el portal de Gimeno y me fui a casa cabreado. Pasé todo el domingo rumiando mi venganza.
El lunes habia quedado para una entrevista a primera hora, pero me acerqué al periódico por si veía a Gimeno. Al llegar a la plaza, lo pensé mejor y entré a la cafetería. No había mesas libres y me dirigí a la barra.
-¿Lo de siempre? -Preguntó Juan.
- Sí, lo de siempre.
Me sentí observado y me giré con curiosidad.
-¿Quieres sentarte aquí?
Miré hacia el lugar de donde venía la voz. Abrí los ojos sorprendido. Ella sonreía mientras me señalaba la silla que quedaba libre en su mesa. Me acerqué hacia ella mirando en derredor.
-Lucas ya está en el curro -me dijo sin dejar de sonreír. Parecía divertirse.
-¿Quién? ¡Ah, Gimeno! -Asentí despacio mentras retiraba la silla. "Igual hasta tengo suerte", pensé al sentarme.
Ella tomaba café con leche y croissant; yo, con tostadas. Hablamos de nada en concreto. Ella bromeaba. Hacía gala de una fina ironía. Me gustó. Cuando nos despedimos pensé que Gimeno se había equivocado con la elección. O quizás no, porque las tenía a las dos.
-¿Qué os da Gimeno?-Pensé en voz alta sin querer.
Ella dudó un momento. Sus ojos rebuscaron en el pasado antes de responder:
-Una promesa, quizá. Una ilusión.
Nos despedimos en la puerta de la cafetería. La vi marchar con paso distraído, como si cada rincón fuera único pero su interés durara apenas unos segundos. Cuando caí en la cuenta de que había olvidado preguntarle el nombre, ya estaba lejos. Me encogí de hombros con resignación y me dirigí al trabajo.
A mediodía me encontré con Gimeno, coincidimos en la máquina de café.
-¡Eres un cabrón! - Le dije fingidamente jocoso.
-¿Por?
-Os vi entrar en tu casa.
-¿Y?
-Te haces el santo pero eres como todos -le espeté con rabia. No soportaba su cara de no haber roto un plato.
-¿Qué dices?
-No es asunto mío, pero...
-No. No lo es -me interrumpió-. Pero si tanto te interesa: no, no me acosté con ella.
Había en sus ojos una mezcla de dolor del despechado, de desconcierto e ira que me convenció. Ella lo había rechazado, pensé.
Estuve meses esperándola. Vigilaba la cafetería desde la ventana, observaba cualquier reacción en Gimeno que me ayudara a averiguar si había vuelto a quedar con ella, busqué sus ojos verde oliva en cada rostro con el que me cruzaba.
Nunca regresó.
Hasta ayer.
Para todos los que tenéis opinión propia, para los que os gusta debatir, para los que respetáis la opinión del otro, para los que sólo entráis por hacerme el favor y leerme... A todos, sed bienvenidos y muchas gracias por estar al otro lado.
martes, 3 de mayo de 2016
sábado, 30 de abril de 2016
LOS OJOS VERDE OLIVA V
Me encogí de hombros y guardé el cigarro.
Era muy guapa. Me llamaron la atención sus ojos verde oliva.
-¿Estás sola? -ataqué.
Ella clavó sus ojos en los míos.
-¿Puedo sentarme? -insistí.
-Estoy esperando a un amigo.
-Pues me parece que se ha olvidado de ti.
-No -se limitó a responder y bajó la mirada de nuevo hacia su libreta dando por zanjada la conversación.
La misma maldita seguridad que Gimeno en aquel tajante "no".
-Llevo toda la tarde observándote. Él no vendrá.
-Vendrá -dijo sin mirarme.
-Trabajo en el periódico -dije cambiando de estrategia-. Esperas a Gimeno. Le ha caído un marrón.
Había vuelto a llamar su atención.
-A saber cuándo acaba. Te invito a cenar y luego volvemos.
-No, gracias. Estoy bien.
Sonrió y volvió a enfrascarse en su escritura.
Me fui de allí. Me senté al otro lado de la plaza, protegido de las miradas por la oscuridad que proporcionaban los árboles y los setos que había en la esquina entre el edificio municipal y el museo. Desde allí podía verla y controlar, a la vez, la puerta del periódico sin ser visto.
Gimeno salió cerca de las once. Cruzó con calma la plaza y llegó a la mesa en la que aún seguía la chica. Se saludaron, pagaron y salieron por la esquina opuesta a la que yo todavía ocupaba. Salí de la penumbra cuando estuve seguro de que no podían verme y los seguí.
Era muy guapa. Me llamaron la atención sus ojos verde oliva.
-¿Estás sola? -ataqué.
Ella clavó sus ojos en los míos.
-¿Puedo sentarme? -insistí.
-Estoy esperando a un amigo.
-Pues me parece que se ha olvidado de ti.
-No -se limitó a responder y bajó la mirada de nuevo hacia su libreta dando por zanjada la conversación.
La misma maldita seguridad que Gimeno en aquel tajante "no".
-Llevo toda la tarde observándote. Él no vendrá.
-Vendrá -dijo sin mirarme.
-Trabajo en el periódico -dije cambiando de estrategia-. Esperas a Gimeno. Le ha caído un marrón.
Había vuelto a llamar su atención.
-A saber cuándo acaba. Te invito a cenar y luego volvemos.
-No, gracias. Estoy bien.
Sonrió y volvió a enfrascarse en su escritura.
Me fui de allí. Me senté al otro lado de la plaza, protegido de las miradas por la oscuridad que proporcionaban los árboles y los setos que había en la esquina entre el edificio municipal y el museo. Desde allí podía verla y controlar, a la vez, la puerta del periódico sin ser visto.
Gimeno salió cerca de las once. Cruzó con calma la plaza y llegó a la mesa en la que aún seguía la chica. Se saludaron, pagaron y salieron por la esquina opuesta a la que yo todavía ocupaba. Salí de la penumbra cuando estuve seguro de que no podían verme y los seguí.
miércoles, 27 de abril de 2016
LOS OJOS VERDE OLIVA IV
Algo ocultaba, pensé. Miré a la chica por la ventana, seguía escribiendo. No le podía ver bien la cara, pero yo no habría desperdiciado ninguna oportunidad con ella. Vestía un pantalón corto y ancho que dejaba ver unas piernas largas y delgadas y un top a rayas que caía sobre un hombro y dejaba también al aire la cintura. Llevaba el pelo recogido con una gorra ancha de color azul marino de la que escapaban, rebeldes, algunos rizos rubios.
No, yo no habría desperdiciado ninguna oportunidad con ella.
Gimeno se enfrascó en su artículo. Ni una sola vez se levantó de su asiento para comprobar si ella seguía allí. Los chicos y yo nos asomamos varias veces.
-Se ha ido, tío -le decíamos.
-No -respondía sin siquiera mirarnos, con la cabeza metida entre montones de folios, un bolígrafo en la oreja y varios rotuladores de colores en las manos-.
Había algo irritante en su seguridad y algo desesperante en la terquedad de aquella chica que llevaba toda la tarde sola en una cafetería, escribiendo mientras esperaba a un tipo normalucho que pasaba de ella y seguía subrayando y escribiendo cuando ya hacía rato que había anochecido. No podía dejar de mirarla. ¿Qué diablos había entre ellos?
Salí del periódico pasadas las nueve y media dispuesto a llevármela yo esta vez. Crucé la plaza y me acerqué a su mesa. Estaba tan concentrada en su libreta como Gimeno en sus papeles y no me oyó llegar.
-¿Tienes fuego? -le pregunté.
Se sobresaltó, me miró como si yo fuera un ser llegado de la nada, parpadeó un par de veces y dijo:
-No, no fumo.
No, yo no habría desperdiciado ninguna oportunidad con ella.
Gimeno se enfrascó en su artículo. Ni una sola vez se levantó de su asiento para comprobar si ella seguía allí. Los chicos y yo nos asomamos varias veces.
-Se ha ido, tío -le decíamos.
-No -respondía sin siquiera mirarnos, con la cabeza metida entre montones de folios, un bolígrafo en la oreja y varios rotuladores de colores en las manos-.
Había algo irritante en su seguridad y algo desesperante en la terquedad de aquella chica que llevaba toda la tarde sola en una cafetería, escribiendo mientras esperaba a un tipo normalucho que pasaba de ella y seguía subrayando y escribiendo cuando ya hacía rato que había anochecido. No podía dejar de mirarla. ¿Qué diablos había entre ellos?
Salí del periódico pasadas las nueve y media dispuesto a llevármela yo esta vez. Crucé la plaza y me acerqué a su mesa. Estaba tan concentrada en su libreta como Gimeno en sus papeles y no me oyó llegar.
-¿Tienes fuego? -le pregunté.
Se sobresaltó, me miró como si yo fuera un ser llegado de la nada, parpadeó un par de veces y dijo:
-No, no fumo.
lunes, 25 de abril de 2016
LOS OJOS VERDE OLIVA III
Gimeno era un tipo serio. Tenía una novia formal desde hacía casi un año: una estudiante universitaria que vivía a caballo entre dos ciudades y que conocíamos todos porque hizo unas prácticas en el periódico. Se la llevó Gimeno. Ese fin de semana ella estaba en su otra ciudad y Gimeno curraba pero no le tocaba cierre. Por un momento imaginamos que llevaba una doble vida. Imaginamos una historia de cuernos, algo con lo que aliviar el calor y el aburrimiento.
Gimeno intercambió unas palabras con ella, quien respondió asintiendo con una amplia sonrisa y se volvió a sentar mientras lo miraba desandar el camino. Luego sacó una libreta y se puso a escribir.
Gimeno entró en la redacción y le recibimos con un bombardeo de bolas de papel.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-¿Eso es una cita?
-Quedas con una tía buena y ¿sólo le das dos besos?
-¡Eres un pringao!
-Es una vieja amiga -nos contó-. Nos conocemos desde siempre. Éramos vecinos. Hace un par de años se marchó con su familia a vivir a la otra punta de España y aquí se quedó su hermana que ya estaba casada. Ella viene de vez en cuando a verla y aprovechamos para quedar. Sólo somos amigos. Sabe que tengo novia.
-¿Y no te acuestas con ella? ¡Tú eres gilipollas!
Gimeno se encogió de hombros y se sentó detrás de una mesa llena de papeles.
Gimeno intercambió unas palabras con ella, quien respondió asintiendo con una amplia sonrisa y se volvió a sentar mientras lo miraba desandar el camino. Luego sacó una libreta y se puso a escribir.
Gimeno entró en la redacción y le recibimos con un bombardeo de bolas de papel.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-¿Eso es una cita?
-Quedas con una tía buena y ¿sólo le das dos besos?
-¡Eres un pringao!
-Es una vieja amiga -nos contó-. Nos conocemos desde siempre. Éramos vecinos. Hace un par de años se marchó con su familia a vivir a la otra punta de España y aquí se quedó su hermana que ya estaba casada. Ella viene de vez en cuando a verla y aprovechamos para quedar. Sólo somos amigos. Sabe que tengo novia.
-¿Y no te acuestas con ella? ¡Tú eres gilipollas!
Gimeno se encogió de hombros y se sentó detrás de una mesa llena de papeles.
viernes, 22 de abril de 2016
LOS OJOS VERDE OLIVA II
Me sujeté con fuerza al respaldo de la silla que había a su izquierda. Ella me miró confusa, expectante. Yo no podía dejar de mirar aquellos ojos verde oliva, su rostro sereno, su cabello recogido con una gorra de golfillo de la que escapaban algunos mechones rubios.
Su incomodidad me devolvió a la realidad de 2016. Sonreí avergonzado y regresé a mi mesa, aunque, desde mi silla, seguía recibiendo fogonazos del pasado.
Hacía veinticinco años, en esta misma plaza, en esta misma terraza del bar, sentada en esa misma mesa estaba la chica más paciente y desconcertante que jamás he conocido. Y esta chica era exactamente igual a la muchacha que observé durante horas esperar a mi compañero de trabajo mientras escribía, como la que estaba viendo en ese momento, en un cuaderno.
Era una tarde de sábado de septiembre. El sol aún estaba alto cuando la vi por primera vez. La plaza estaba vacía y por eso llamaba la atención esa figura que desafiaba al calor de aquel verano infinito, sentada en la terraza de la cafetería que hay frente al periódico.
Me había asomado a la ventana junto a un par de compañeros. Gimeno nos había pedido que le cubriéramos un momento porque tenía una cita y el jefe le había encargado un artículo a última hora. Quería explicarle que tardaría un poco. Era la primera vez que él pedía algo así y nos entró curiosidad. Lo vimos acercarse a ella. Se saludaron dándose dos besos. Todos nos reímos como adolescentes:
-¡Vaya cita! -Nos burlamos.
Hubiese sido más jugoso un buen morreo. Nos hubiese dado juego para rato y nos habría hecho más llevadera aquella tórrida tarde de trabajo.
Su incomodidad me devolvió a la realidad de 2016. Sonreí avergonzado y regresé a mi mesa, aunque, desde mi silla, seguía recibiendo fogonazos del pasado.
Hacía veinticinco años, en esta misma plaza, en esta misma terraza del bar, sentada en esa misma mesa estaba la chica más paciente y desconcertante que jamás he conocido. Y esta chica era exactamente igual a la muchacha que observé durante horas esperar a mi compañero de trabajo mientras escribía, como la que estaba viendo en ese momento, en un cuaderno.
Era una tarde de sábado de septiembre. El sol aún estaba alto cuando la vi por primera vez. La plaza estaba vacía y por eso llamaba la atención esa figura que desafiaba al calor de aquel verano infinito, sentada en la terraza de la cafetería que hay frente al periódico.
Me había asomado a la ventana junto a un par de compañeros. Gimeno nos había pedido que le cubriéramos un momento porque tenía una cita y el jefe le había encargado un artículo a última hora. Quería explicarle que tardaría un poco. Era la primera vez que él pedía algo así y nos entró curiosidad. Lo vimos acercarse a ella. Se saludaron dándose dos besos. Todos nos reímos como adolescentes:
-¡Vaya cita! -Nos burlamos.
Hubiese sido más jugoso un buen morreo. Nos hubiese dado juego para rato y nos habría hecho más llevadera aquella tórrida tarde de trabajo.
jueves, 21 de abril de 2016
LOS OJOS VERDE OLIVA I
Levanté la mirada del móvil. Sólo había una chica en la terraza del bar. Escribía en una libreta y parecía muy concentrada en su tarea. Suspiré mientras me incorporaba para acercarme a su mesa:
-Cosas del vicio -me justifiqué.
No quería interrumpirla pero necesitaba fumar sí o sí y la chica parecía interesante así que, más a mi favor.
-Perdona, ¿tienes fuego?
Ella levantó la cabeza arqueando las cejas como si acabase de aterrizar en la tierra y no entendiese mi idioma. Parpadeó un par de veces y dijo:
-No, no fumo.
Aquellas palabras me trasladaron veinticinco años atrás, a aquella misma mesa, aquella misma silla, aquella misma chica, aquellas mismas palabras.
-Cosas del vicio -me justifiqué.
No quería interrumpirla pero necesitaba fumar sí o sí y la chica parecía interesante así que, más a mi favor.
-Perdona, ¿tienes fuego?
Ella levantó la cabeza arqueando las cejas como si acabase de aterrizar en la tierra y no entendiese mi idioma. Parpadeó un par de veces y dijo:
-No, no fumo.
Aquellas palabras me trasladaron veinticinco años atrás, a aquella misma mesa, aquella misma silla, aquella misma chica, aquellas mismas palabras.
viernes, 4 de marzo de 2016
LOS DISCURSOS DEL PRESIDENTE EN FUNCIONES
Yo no dudo de que usted, señor Rajoy, o quien le hace los discursos, sean personas de una gran cultura. Así que no hace falta que alardee de ella sembrando el texto de florituras y referentes culturales que, lamentablemente, ya no poseen la mayoría de sus conciudadanos como consecuencia de los lamentables planes de estudio que nos vienen imponiendo los de su clase. Le reconozco la cultura y, mire usted (esta expresión seguro que le es familiar), la compartimos, será porque soy de naturaleza rebelde y me empeciné en estudiar lo que no se me recomendaba porque no iba a convertirme en máquina de producir en serie.
Sin embargo, señor Rajoy, sí le recrimino su falta de oratoria, requisito que considero indispensable para el puesto que ha ocupado y parece que pretende seguir ocupando, así, sin hacer nada para conseguirlo, porque le pertenece por derecho propio o como diríamos los ciudadanos de abajo, porque usted lo vale. Vaya, que usted parece creerse un presidente Loreal. Ya imagino que a usted le importa muy poco lo que yo le recrimine o lo que yo considere requisito indispensable y, como mucho, lo despachará con un "¿con qué derecho?" Pues con el que me concede ser uno de sus pagadores.
Señor Rajoy, a estas alturas, hasta usted es conocedor de que no sabe hablar en público, ni cuando improvisa, ni cuando repite un discurso que debía haberse aprendido. Y en estos años no ha hecho nada por corregir este defecto, lo cual, en cualquier empresa privada sería motivo de despido, sobre todo por el daño que causan sus errores en la imagen de este país.
Pero no quiero tampoco a extenderme sobre la forma de los discursos de las sesiones de investidura, voy a hablar del contenido. Francamente, su soberbia es imperdonable. Y más viniendo de una persona que debería ser humilde, primero porque es un servidor público y segundo porque parece ser el heredero de un ilustre linaje al que también pertenecieron Jaimito, Fernando Morán o los habitantes de Lepe. Es usted una persona que se ha hecho más famosa por sus meteduras de pata, sus comentarios incoherentes o sus lapsus linguae, que por su gobierno del país, un país que, a la fuerza ahorcan, ha aprendido a reírse hasta de sí mismo y le ha convertido en protagonista de sus chistes.
Sus discursos han resultado prepotentes y faltos de respeto. Así que, según usted, hasta sus colegas le van a entender porque usted se explica muy bien. ¡Pero qué ceguera la suya y qué falta de respeto! Evidentemente, si usted se explica bien, los demás le entenderemos. Y eso hemos hecho: ustedes nos engañaron. ¿A que le he entendido bien? ¿Ve? Cuando habla correctamente, le entendemos. Otra cosa es que nos guste lo que oimos.
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