miércoles, 4 de enero de 2017

EL RINCÓN DE LAURA (Tercera parte)

       La echaba de menos. No es que tuvieran grandes conversaciones, pero sentía su ausencia. El rincón en el que solía sentarse estaba vacío, frío. A ella le gustaba el silencio. No solía iniciar una conversación. Él tampoco, aunque conversar era una de las cosas que más le gustaban de su trabajo. Saludaba con afecto a los clientes de todos los días, les preguntaba qué tal el día, pero poco más a no ser que ellos iniciasen la conversación. Si lo hacían, le encantaba comentar y descubrir nuevos puntos de vista.

       -Siempre se aprenden cosas –solía decir.

       Sin embargo, con ella nunca había hablado más allá del tiempo, a pesar de que llevaba meses acudiendo al café. No parecía antipática, sólo una mujer en busca de silencio y de un espacio para ella. Por eso se sorprendió cuando ella empezó a hablarle aquella mañana.

       Estaba atendiendo a don Tomás que ese día estaba especialmente cascarrabias. Era un juego diario, él le servía el café con leche y un bollo y don Tomás se quejaba de que había algo que no era de su gusto: o demasiado caliente o demasiado frío o demasiado cargado o muy poco; que el bollo tenía demasiado azúcar o muy poco… Un ritual que le obligaba a preparar dos veces cada día el desayuno de aquel cliente y soportar sus gruñidos mientras se disculpaba por nada.

       Ese día iba a preparar el tercer desayuno cuando ella cruzó la mirada con él poniendo los ojos en blanco. En cuanto el cliente se hubo marchado, ella le dijo:

       -Bendita paciencia la tuya, ni el santo Job… ¡Qué difícil es tu trabajo!

       -A mí me gusta. Yo sé que nunca le voy a atinar con el café con leche, porque siempre encontrará alguna pega, pero también sé que le gusta, porque sigue viniendo. Es un juego. Se aburre y quiere jugar. Pues juego a que nunca atino y él juega a protestar.

       -Por eso digo que bendita tu paciencia, porque este juego se repite día tras día y tú siempre sales malparado.

       -No creas, yo hago como que le cambio el desayuno y él hace como que le gusta más “el cambio”. Aunque los dos sabemos que se toma el primer desayuno.

       -Te gusta tu trabajo ¿verdad?

       -La verdad es que sí, me encanta.

       -Se nota, eres bueno. Me gusta este sitio por el ambiente que creas.

       Él se sonrojó. Era una mujer muy guapa, de las que uno piensa que jamás se fijarán en él.

       -Por cierto, me llamo Laura –le dijo cuando se iba.

       -Yo, Pedro.

       Sonrió y se marchó. Con el tiempo supo que trabajaba en una oficina, era jefa de personal y daba cursos y conferencias sobre la gestión de su área.

       -Estaba harta de que los empresarios y mandos intermedios se dedicaran a exprimir a su gente en vez de sacar lo mejor de cada uno de sus trabajadores –le comentó un día.

       Era jueves ya y Laura no había aparecido.

       Nunca la vio acompañada de ningún hombre que no fuera asunto de trabajo. Con ellos era cordial y distante a la vez. Al principio él se preguntaba si habría un hombre en su vida. Sabía que había hijos. No sabía cuántos, pero existían. Alguna vez la había visto rebuscar en su bolso y sacar coches y juguetes infantiles. Durante un tiempo odió imaginarla con otro hombre, aunque jamás se permitió reconocerlo. Prefería pensar que estaba divorciada. No llevaba alianza, aunque eso no quería decir nada. Podía haberla perdido o no estar casada. Luego se acostumbró a ser sólo Pedro de la misma manera que estaba acostumbrándose a su ausencia y resignándose a la falta de explicaciones. Laura llevaba tres semanas sin aparecer por la cafetería y él ya no miraba hacia la puerta con ansiedad cada vez que alguien entraba al local.

2 comentarios:

  1. Me encanta el Rincón de Laura !! Qué emoción !! Queremos que vuelva Laura yaaaaa , jijiji !!

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  2. Paciencia, amigo. Y muchas gracias por animarme a seguir escribiendo.

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