martes, 3 de enero de 2017

EL RINCÓN DE LAURA (Segunda parte)

       El martes tampoco acudió a la cafetería. Ni el miércoles. Era extraño, nunca había estado tanto tiempo sin ir. Llegó por primera vez al poco de que él se quedara con el traspaso y volviese a abrir después de reformar el local. Ella le confesó que andaba buscando un sitio tranquilo en el que tomarse un café. Porque donde solía ir era muy ruidoso y, como siempre tenían las puertas abiertas, ella se quedaba helada. Era muy friolera. En verano solía ponerse una chaqueta porque le molestaba el aire acondicionado, así que si estaban solos, él lo apagaba. Al parecer había probado en varias cafeterías, pero ninguna le gustaba. Entró porque le había parecido acogedora, le dijo. Y se quedó por la onza de chocolate, sonrió pícara.

       Él se sentía orgulloso. Le gustaba su trabajo y le gustaba que sus clientes se sintieran a gusto. Era discreto, les dejaba su espacio, pero les observaba desde esa distancia autoimpuesta y parapetado tras la barra. A fuerza de observar a la gente, había aprendido a identificar sus gustos, su carácter, sus necesidades. Por eso supo el primer día que a esa mujer que se había sentado al fondo de la cafetería y que leía y escribía en el móvil le gustaba el chocolate negro. Fue una intuición y se dejó llevar por ella. Así que, cuando vio cómo lo saboreaba, sonrió con complacencia.

       Tenía carácter, parecía fuerte pero dulce, uno se sentía a gusto con ella, escuchado y aceptado. Siempre sonreía con dulzura, como comprendiendo cualquier cosa.

       -El ser humano es complejo –le dijo una vez–. Todos tenemos una historia que mediatiza nuestros actos. No podemos juzgar, sólo entender, porque nadie está completamente en la piel del otro, ni siquiera del ser que era él mismo en otro momento cualquiera de su propia vida.

       Era elegante hasta cuando iba con unos vaqueros rotos. Pero a veces acudía vestida de una forma que imponía respeto con sólo mirarla. La primera vez que la vio tan elegante y sobria, con una falda de tubo, zapatos de tacón de aguja, blusa de media manga, americana y el pelo recogido en un moño que dejaba escapar algunas mechas rebeldes, no pudo evitar abrir los ojos en señal de sorpresa y hacer un gesto de admiración. Ella sonrió complaciente.

       -Tengo una reunión importante. He de impresionarles y la imagen SÍ es importante, es mi carta de presentación.

       -Pues les vas a dejar impresionados. No sé si conseguirán escuchar algo de lo que les tengas que contar.

       -Espero que sí, porque es muy importante –y sonrió divertida.

       La había visto muchas veces vestida de una manera formal, pero nunca de esa guisa. Después tuvo ocasión de verla más veces así. Supuso que trabajaba en un cargo de responsabilidad atendiendo a personas y con personas. Porque las personas eran su fuerte. Por eso congeniaron. Ella también conocía a la gente. Al principio no compartían confidencias, pero poco a poco se fueron soltando.

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