lunes, 2 de enero de 2017

EL RINCÓN DE LAURA (Primera parte)

       Aquel lunes ella no acudió a desayunar. A él no le extrañó. A veces fallaba al desayuno pero acudía al café de después de comer. Un cortado corto de café y una onza de chocolate negro que comía lentamente, deleitándose a cada bocadito. Sin embargo, tampoco acudió al cortado. Bueno, pensó, tendrá mucho trabajo o alguna reunión fuera.

       Casi siempre iba sola. Se sentaba en la última mesa de la cafetería, con la espalda pegada a la pared. Si la mesa estaba ocupada, buscaba sentarse lo más lejos de la puerta y siempre mirando hacia ella.

       -Reminiscencias de un ex-novio policía –le dijo un día–, me da cosa no poder ver la puerta, saber quién entra o qué pasa fuera.

        A veces, una chica la acompañaba al cortado vespertino, trabajaban juntas, pero no parecían amigas, no había complicidad entre ellas. En seguida imaginó que sólo serían compañeras de trabajo. En cambio, el desayuno lo hacía siempre sola. Se sentaba y sacaba su móvil en el que leía y escribía mientras se tomaba su café con leche bien caliente con tostadas de mantequilla y mermelada de melocotón.

        -Es nuestra hora de chicas –le comentó a modo de disculpa una vez que él la pilló riéndose de lo que leía-. Desde que tenemos niños, no coincidimos nunca y no podemos charlar, así que quedamos cada mañana a desayunar y hablamos por whatsApp. Hoy estamos un poco locas. Es viernes y, o nos lo tomamos a risas, o estallamos.

       No hablaban mucho, pero después de tres años sirviéndole, de lunes a viernes, el desayuno y el cortado, tenían cierta complicidad. Ella llegaba siempre con su sonrisa puesta, saludaba tímida pero cordial y buscaba su sitio. Se percataba de cualquier cambio en el ánimo de él. Él se daba cuenta porque dejaba de atender al móvil y le perseguía con la mirada, escrutando cada gesto. Un día que él estaba nervioso, derramó algo del café con leche al dejarlo sobre la mesa. Ella levantó la mirada y en vez de darle las gracias, como todos los días, le preguntó:

       -¿Todo bien?

       -No mucho, la verdad.

       -Esto también pasará y un día sonreirás al recordarlo.

       Él sonrió entre agradecido e incrédulo, pero acabó siendo cierto. Eso pasó y, en muchas ocasiones, sonreía al recordar que aquella historia fue la que rompió el hielo entre ellos dos.

       Al día siguiente él le dibujó una flor en el café con leche y ella sonrió dando las gracias.

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