miércoles, 28 de septiembre de 2016

ALBA

Alba y Luis eran novios desde la cuna. Sus padres los recuerdan cogidos de la mano en la sillita de bebés mientras paseaban por la calle, jugando juntos en el parque, durmiendo la siesta uno al lado del otro… Fueron juntos al colegio y se esperaban a la salida al patio o regresaban juntos a casa. Salían con la misma pandilla y nunca nadie les vio discutir ni enfadarse. Se amaban y se respetaban.
Por eso, a nadie le extrañó que decidieran estudiar en la misma universidad y marcharse a vivir juntos a otra ciudad.
Fueron juntos a buscar piso y a matricularse, la ilusión reflejada en unas sonrisas que iluminaba sus rostros.
Era miércoles. Alba estaba preparando la maleta: ropa, libros, sus cd’s favoritos… Canturreaba la última canción de moda, mientras iba y venía por la habitación recogiendo cosas. Sonrió al detenerse frente a la maleta y se recogió un par de mechones rebeldes que se empeñaban es escapar de su coleta. Echó un último vistazo a la habitación y cerró la cremallera. Cogió el osito de peluche que le había regalado Luis con la primera paga semanal, lo besó y lo metió en el bolso.
-Tú, conmigo, Laureano.
Llevó la maleta al salón y se sentó en el sofá a esperar a que Luis bajara a por ella. Las cuentas, como siempre: ella estaba preparada con cinco minutos de antelación y él tardaría otros cinco en bajar. Disponía de diez minutos para intentar que ni su madre ni su hermana pequeña lloraran.
-¡Pero si me vais a tener aquí cada fin de semana! Y te dejo que uses la ropa que he dejado en el armario.
Abrazó a su hermana y la besó, luego a su madre. Miró a su padre y se abalanzó sobre él como cuando era pequeña, frotando las narices como los gnomos. Miró el reloj y dijo:
-Tres, dos, uno –y se detuvo señalando la puerta.
Pero el timbre no sonó. Su cara mostró extrañeza durante un segundo, pero se repuso, se encogió de hombros y se dijo:
-Hoy toca despedidas, es normal que tarde más.
Esperó cinco minutos más, luego diez y tras quince minutos de retraso, cogió su maleta y su bolso y subió al piso de arriba. Llamó al timbre y esperó con gesto burlón que la puerta se abriera. Nada. Volvió a llamar con una mezcla de desconcierto y miedo a partes iguales. La puerta permaneció cerrada y no parecía haber signos de vida al otro lado. Buscó el móvil en el bolso y llamó a Luis pero se encontró con el buzón de voz. Lo intentó con su madre, primero y su padre, después. Sólo el maldito mensaje que decía que esos móviles no se hallaban operativos.
Regresó a su casa. Abrió la puerta y las caras de sus padres le hicieron comprender que algo grave pasaba.
-Se han ido.
No había explicaciones ni despedidas. No hubo nada, sólo vacío y dolor.
Alba se marchó sola a la universidad. Perdió el piso. Alguien había anulado el alquiler. Mejor así porque todo le hubiera recordado a él. Pasó a compartir un piso con otras estudiantes desconocidas que nunca dejaron de serlo.
Deambulaba por el campus sin rumbo. No sabía adónde dirigir su vida. Nada tenía sentido porque todo giraba en torno al abandono.
Luis perdió su nombre. Pasó a ser él y él se convirtió en un fantasma que le seguía a todas partes robándole el aliento, la alegría, la esperanza. Era un fantasma que asaltaba sus sueños usurpando el rostro de su amado justo en el momento en que él iba a besarla. Sus labios rozaban el hielo, sus ojos se abrían para descubrir que justo antes de desaparecer, el rostro amado se transformaba en una mueca horrible.
Alba perdió el curso y cambió de ciudad y de universidad huyendo de sus recuerdos, de su amor, de su miedo.
En la nueva ciudad todo era nuevo. Estrenó piso y amigos. Nadie supo de sus noches en vela acosada por el fantasma de él; del camino que recorrían sus pensamientos cuando a pesar de estar rodeada de amigos, sus ojos miraban a ninguna parte y el silencio se apoderaba de sus labios. Creían que era una chica tímida, reservada. Nadie preguntó hasta que apareció Héctor.
Estaban acabando la carrera y este compañero de clase que fue abriendo las puertas a la alegría, poco a poco, con tanto cuidado y sigilo que ni siquiera Alba fue consciente de ello, se convirtió en ese amigo que siempre está y que no parece pedir nada a cambio.
Héctor obtuvo la respuesta que Alba podía darle: se marchó; y la explicación que Alba había inventado: fue mi culpa. Héctor descubrió sus miedos, asistió perplejo a sus inseguridades, la acompañó en el proceso de reordenar su vida y se enamoró de ella.
Alba permitió que Héctor asistiera, abrazándola, a los momentos en que el terror se apoderaba de ella; a aquellos momentos en que creía que se volvía loca por el dolor; en los que sentía que ella no valía nada; en los que la vida se abría bajo sus pies. Permitió que la acompañara mientras aprendía a confiar y le agradeció la paciencia infinita que le concedió el tiempo necesario hasta que su corazón sanó; hasta que su cerebro autorizó a su corazón a sentir amor. Y entonces miró a Héctor y sus ojos descubrieron al hombre que era y le amó.
Héctor esperaba el día de la graduación para besarla por primera vez. Estaba tan hermosa, sonreía sin parar. Se acercó a saludarla y vio que sus ojos miraban más allá de él. Los siguió y descubrió cómo se juntaban con los de un chico de su edad al que jamás había visto. La miró. Los ojos de Alba se tiñeron de miedo, de desolación y de amor a partes iguales. Sus labios dejaron escapar un suspiro y el nombre de Luis.
Aquel desconocido se acercó a ellos sonriente y seguro de sí mismo, la cogió por la cintura y, tras decirle lo guapa que estaba, la besó en los labios. Héctor se retiró al rincón de los amigos y casi se volvió invisible.
Alba disparó tantas preguntas como era capaz de pronunciar, Luis sonreía y pedía tiempo, que las cosas no eran tan sencillas, que había mucho que contar. Le dijo que la amaba, que siempre la había amado, que no era culpa suya, que no lo pudo evitar y que nadie los separaría ya nunca más.
Alba sonreía transportada al pasado por unos recuerdos felices, se encontró en un lugar confortable donde nada había ocurrido, donde todo era posible, donde ella era ella: aquella chica fuerte y segura.
Entonces lo vio. Sus ojos se cruzaron durante un instante con los de Héctor y recorrió en un instante todo el dolor de los años de abandono; y sintió la seguridad de la nueva Alba, la que había caído y se había levantado; y supo que lo amaba.
Se soltó del abrazo de Luis y se quedó en medio de los dos. Se enfadó con ambos, con el uno por regresar justo ahora y con el otro por quedarse mirando en un rincón, por no luchar por ella. Y se sintió culpable por traicionar a los dos, a cualquiera de los dos.


Aquí acaba el relato. ¿Con quién debe quedarse Alba? ¿Con quién te irías tú? ¿Vuelve con su primer amor? ¿Sigue adelante con su vida junto al hombre que la ha ayudado a volver a amar? Haga lo que haga Alba, la entenderemos y la respetaremos, seguro. Tiene derecho a decidir igual que tiene derecho a rehacer su vida. ¿Verdad? ¿Y por qué nos cuesta tanto entenderlo si se trata de una criatura la que ha sido abandonada por sus padres? ¿No tiene derecho a rehacer su vida?

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