sábado, 13 de agosto de 2016

ESCENA PRIMERA O DE CÓMO PODEMOS TOCARNOS LA MORAL MUTUAMENTE

      Me gusta este país, la verdad. Me gusta su luz, su sol, su clima, su paisaje tan dispar. Me gusta su historia, su cultura, la fuerza con la que supera cada adversidad. Me gusta la alegría de su gente, su calidez, su cercanía…
      Pero hay cosas que no. Es un país difícil para vivir. Un país siempre en lucha consigo mismo para dificultar lo fácil y poder demostrar que remonta a cada paso. Un país que se envía constantemente elementos hundeflotas contra los que luchar, perder y poder lamentarse diciendo que no envió sus barcos a luchar contra los elementos; un país que se pone zancadillas para poder caer y levantarse, para poder formular cada día la inmortal queja: ¡Dios, qué buen vasallo, si oviese buen señore!
      Lo que ocurre es que a veces el señor no es bueno porque el vasallo, que tampoco lo es, se lo permite, le justifica e incluso admira su maldad.
      Hace un par de semanas, tomándome una cerveza con unos amigos, un conocido, amigo de amigos, aprovechó la coyuntura para hacerme una consulta laboral que, dado el ambiente en el que se producía, le iba a salir gratis. Esto me pasa por entrar en el mundo de los conocimientos útiles, cuando era profesora de Lengua y Literatura, nadie aprovechaba mi tiempo libre para que, clasificando un sintagma como Complemento Circunstancial o Complemento de Régimen Verbal, disipase la terrible duda que le impedía conciliar el sueño.
      A lo que iba, el tipo en cuestión se sentó a mi lado y comenzó a contarme que estaba trabajando sin contrato, que le pagaban, por tanto en negro y, claro, le suponía un problema porque el banco había empezado a preguntar en qué trabajaba para ingresar tanto dinero todos los meses; que él había hablado con su jefe y le había pedido que le hiciera un contrato.
      Yo ya estaba imaginando al mal señor que explota a quienes tiene a su cargo y al pobre trabajador sometido cual vasallo, cuando la historia da un giro y me encuentro con que el tipo en cuestión que me abordó en medio de mi momento de ocio me pregunta si es posible que la nómina no alcance el Salario Mínimo Interprofesional.
      -No –le digo–, si el contrato es a tiempo completo. Es más –insisto–, no puede estar por debajo de lo que marque tu convenio.
      -Pero entonces, tendré que pagar a Hacienda –me dice.
      -Sí, claro, depende del salario, del contrato y de tu situación familiar, pero si por ley hay que descontarte IRPF, lo tendrá que hacer, y no sólo eso, también tendrá que descontarte el porcentaje correspondiente a la Seguridad Social.
      -Pero entonces ganaré menos…
      -No, ganarás lo mismo pero contribuirás al mantenimiento del sistema con los impuestos que te corresponden.
      Mi cabreo se hizo patente y seguí:
      -Mira, no te voy a hablar de que sin impuestos no podemos mantener la Sanidad y la Educación Pública porque ya veo que me miras y piensas “bla, bla, bla”, voy a contarte otra cosa. ¿En qué trabajas?
      -En la construcción.
      -Perfecto, imagínate que vas a trabajar un día y tienes un accidente de coche. No es culpa tuya, te arrollan y te destrozan una mano o un pie. No es mucho, pero lo suficiente para que no puedas volver a trabajar en tu oficio. Imagínate que no tienes contrato de trabajo. No será considerado accidente de trabajo y no tendrás derecho a la prestación ni cobrarás nada mientras no puedas trabajar. Tampoco es muy grave porque imagino que habrás ahorrado dinero suficiente para sobrevivir hasta que encuentres otro trabajo que sí puedas hacer.
      Asintió.
      -Imagínate que sí tienes un contrato, pero el que me estás diciendo que quieres tener, con una nómina de unos 600 euros mensuales con las pagas incluidas. Ya no vas a poder trabajar en la construcción, pero sí en cualquier otra cosa, que no voy a ser mala persona. Te quedará una pensión de unos 300 euros mensuales. ¿Podrás vivir con eso hasta que encuentres otro trabajo?
      -¡Eso es una miseria!
      -Efectivamente, pero si quieres cobrar más tendrás que quedarte con una incapacidad permanente absoluta, es decir que el accidente ha sido más grave y no vas a poder volver a trabajar nunca más. En ese caso, te quedará una pensión de 600 euros.
      -¿Sólo?
      -No has cotizado por más, guapo. ¿Qué más quieres?
      -Pero con eso no se puede vivir.
      -Ya, pero si estás fuera de la ley lo estás para todo, para lo bueno y para lo malo.
      -Me has dejado pensando –me dijo mientras su cara lo que reflejaba es que le había dejado jodido.
      -Ya imagino –respondí yo mientras pensaba que no hay nada como tocarle a uno la bicicleta.

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