Salió, sigilosa, a estirar las piernas como cada noche. Miró al cielo siguiendo la pista a sus estrellas. Respiró su bocanada de aire fresco y limpio y sintió el rocío sobre su piel.
Cuando el trino de los pájaros acompañaron la salida del sol, regresó sobre sus pasos, bajó al zulo, se ajustó los grilletes y se dispuso a dormir.
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