martes, 22 de agosto de 2023

LA CAJA DE LA NADA

 Hace mucho tiempo que no cuento alguna escena veraniega que me niego a que caiga en el olvido y es que hace mucho que no sentía la chispa. Pero hoy, de repente, ha saltado ante mis ojos. Ha sido justo después de  desayunar. Aún estábamos en la mesa intentando coger fuerzas para hacer NADA durante uno de esos maravillosos días veraniegos en los que uno se dedica a vivir como en los paraísos de los cuentos. Pues allí estábamos cuando se nos ha ocurrido la “maravillosa” idea de intentar que nuestro hijo de 13 años entrara en la masculina “caja de la nada” como un rito iniciático como cualquier otro.

Él, muy aplicado, obedecía a su padre y cerraba los ojos para introducirse el esa “habitación blanca” que le indicaba su progenitor y en la que no hay nada. Durante dos segundos, su cara beatífica parecía entrar en el habitáculo, guiado por la voz paterna que le conduciría al mundo de los hombres. Sin embargo, de repente, abre los ojos y pregunta:

—¿Puede haber un árbol en la caja de la nada?

—No, no hay nada.

—¡Uy! Pues yo lo veo.

—No puedes verlo porque no hay nada.

—Vale, vuelvo a meterme… ¿Y unas nubes blancas? —sonríe beatíficamente.

—No, no hay nada. Inténtalo de nuevo.

—Vale —cierra por tercera vez los ojos y los vuelve a abrir inmediatamente—. Es que veo el árbol.

—No puedes ver nada porque no hay NADA.

El adolescente vuelve a sonreír pidiendo disculpas y se aplica más en la tarea. 

—Vale, ya estoy dentro otra vez y estoy talando el árbol con una motosierra. 

—Imposible porque no hay nada—responde por enésima vez el padre con la paciencia de Job—. Concéntrate.

—¡Ya no hay árbol! —exclama feliz con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Muy bien! —exclama el padre.

—Pero hay una flor.


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