lunes, 9 de mayo de 2016

LOS OJOS VERDE OLIVA VIII

Yo los miraba sin entender nada. Él me tendió la mano.

-Soy Pedro Millán, el marido de Paula. Encantado.

¿Paula? ¿Quién diablos era Paula? ¿Quién era ese hombre? ¿Cómo puñetas podía estar la chica de ojos verdes delante de mí veinticinco años después sin que el tiempo la hubiera cambiado? Mis ojos iban sin parar de los ojos verdes de la fotografía a los que tenía frente a mí. Sentí vértigo. Me sujeté con fuerza al respaldo de la silla para no caer.

Ella vino en mi auxilio:

-Siéntese, hombre, que parece que ha visto un fantasma -dijo divertida.

Se burlaba de mí igual que lo hizo durante aquel desayuno, como lo hizo la última vez que la vi.

Respiré hondo y me senté. Seguía sin poder desprender mis ojos de los suyos, de los de hoy y de los que me miraban desde aquel trozo de papel.

-Los conoce ¿verdad?

Fijé mi mirada en ella.

-No se asuste, no soy yo. Es mi madre. No nos parecemos tanto ¿no?

Las miré de nuevo. Quizá el pelo no tan claro ahora, los rizos no tan marcados, los pómulos más afilados.

-Hace mucho tiempo y sólo la vi dos veces -me disculpé.

-¿Dos veces? ¿Cuándo? -Quiso saber.

-Hace mucho. Estuvo toda la tarde del sábado sentada en esta misma mesa. Esperaba a Gimeno.

-¿Gimeno?

-Lucas -aclaré-. Yo bajé ya de noche. Intercambiamos un par de frases. La volví a ver el lunes por la mañana. Me invitó a compartir su mesa para desayunar.

-¡Ah, era usted! -Exclamó con los ojos abiertos de par en par-. ¡Qué casualidad!

-¿Yo? ¿Quién? ¿Qué? -Cada vez entendía menos.

-Mi madre escribía -me explicó-. Escribía cuentos, pero también una especie de diario.

Abrió la mochila que tenía a su lado y me enseñó un montón de libretas como aquella en la que le había visto escribir durante horas aquel sábado. Como la que tenía ella sobre la mesa en aquel momento.

Asentí en silencio.

-¿Y qué decía de mí?

-Que quiso ligar con ella -de nuevo usaba el mismo tono burlón que su madre-, que usted estaba muy bien, pero que ella no tenía claro qué le interesaba más a usted, si ella por sí misma o fastidiar a Lucas.

Miré, avergonzado, el suelo.

-Al principio, más lo segundo, la verdad. Sin embargo, después de aquella mañana, ella, sin ninguna duda.  La busqué durante mucho tiempo, pero nunca más volvió.

-Ya no había nada que la retuviese aquí -intervino el hombre.

Me miraba fijamente y yo sentí una punzada. No sé qué me hirió más, si su comentario o sus ojos.

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