miércoles, 11 de mayo de 2016

LOS OJOS VERDE OLIVA IX

-¿Por qué buscáis a Gimeno? ¿A Lucas? -Cambié de tema.

Se produjo un silencio espeso.

-Mi madre ha muerto -musitó-. Tiene derecho a saberlo. Y tiene derecho a saber que existo.

Clavé mis ojos en ella inquisitoriamente.

-No busco nada -aclaró con rapidez-. Él es mi padre -cogió la mano del hombre y la apretó mientras le sonreía-. Pero Lucas tiene derecho a saber que existo.

Moví la cabeza afirmativamente intentando asimilar todo lo que estaba escuchando.

-¿No lo sabe?

-No se lo dijo.

Sacó una de las libretas, la abrió casi por el final y leyó:

"No se lo he dicho.

Después de cenar fuimos a su casa, como siempre. Nada más entrar supe que algo había cambiado. Puede que fuera el olor. Olía diferente. Puede que fuera alguna cosa cambiada de sitio. No sé. Lo sentí. Por eso no me extrañó ver, bajo la mesita de noche, las zapatillas de estar por casa de ella. Así que tomé una decisión: No se lo diría. 

Me quité la ropa y me acosté en mi lado de la cama, pero dándole la espalda. Él intentó llamar mi atención varias veces. Al final desistió. Se acurrucó a mi lado y me abrazó. Su mano tocaba mi vientre y yo sonreí pensando que, sin saberlo estaba acariciando a su hija. Porque será niña, lo sé, lo siento. Y ella, mi niña, supo que era la mano de su padre, porque la sentí tranquila.

Dormimos así toda la noche: abrazados. Por la mañana, en el baño, en el cajón donde guardo mi peine y mi cepillo de dientes, encontré una carta de ella. Se van a casar pero ella no puede ser feliz, dice que por mi culpa. Los ojos con los que dice que Lucas me mira, sólo deberían mirarla a ella; las palabras que me escribe en sus cartas, sólo debería dirigírselas a ella; la alegría con que espera mi regreso, sólo debería sentirla por ella. Yo soy sólo una sombra del pasado que se resiste a desaparecer, un fantasma que se empeña en permanecer en un mundo al que ya no pertenece, unas cadenas que les impiden ser felices.

Pasamos juntos todo el día. Recorrimos los lugares de nuestra infancia. Y volvimos a dormir abrazados.

Esta mañana le he acompañado al trabajo. Me he despedido de él con el beso más triste que he dado en mi vida. Sabía a sal, como las lágrimas que no he dejado que salieran. Lo he visto alejarse sin mirar atrás. 

También he perdido a un AMIGO, a mi mejor amigo".

Nos quedamos los tres en silencio durante un par de minutos. Saqué el móvil del bolsillo. Marqué un número y esperé.

-¿Gimeno? Baja al café de la plaza. Hay alguien a quien debes conocer.

Lo vimos salir del periódico y cruzar la plaza. Al llegar a la terraza me buscó con la mirada. Me levanté y él se quedó clavado en el suelo con la misma cara que debía tener yo un rato antes. Sus ojos saltaban de ella a mí intentando encontrar la clave. Me acerqué a él, sonriendo con calma. Le golpeé amistosamente en el hombro y lo llevé hacia la mesa.

Me retiré despacio, sin hacer ruido. Desde el centro de la plaza, me giré para echar una última ojeada. Estaban los tres sentados, sobre la mesa, una espesa nube de sentimientos.

Ni siquiera se habían dado cuenta de que yo ya no estaba. Normal, yo nunca fui otra cosa que un par de líneas sueltas en la historia de esa familia.

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