viernes, 19 de febrero de 2016

ÉRASE UNA VEZ… COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO (1ª parte)

      Ahora que ya he podido leer todo lo que se ha publicado, escuchar todo lo que se ha dicho y reflexionar sobre este asunto que, lo reconozco, me ha tenido –y me tiene– preocupada, voy a plasmar por escrito mi opinión.
      Hace mucho, mucho tiempo, escuché una anécdota que narraba, en tono de burla, que cuando a Orson Welles, la noche del 30 de octubre de 1938, se le ocurrió narrar a través de la radio, la adaptación a guión radiofónico que había hecho de la novela La guerra de los mundos, las gentes de Nueva York y Nueva Jersey entraron en un estado de histeria colectiva, el pánico se adueñó de ellos, los teléfonos de la policía se bloquearon por la cantidad de llamadas recibidas, etc.
      Bien, yo creía, como quien me lo contaba, que esas cosas sólo podían ocurrir en Estados Unidos, pero no, también hemos importado esto, pero casi ochenta años después y, como aquí somos más papistas que el papa, además de creernos un teatro, encarcelamos a los comediantes por los delitos de los personajes.
      Vaya por delante que no asistí a la representación teatral con títeres motivo de la polémica, lo único que he visto es un vídeo que han mostrado en algunas cadenas de televisión y en las redes sociales y ni siquiera sé si pertenece a ese día o no, así que no lo voy a tener en consideración. Pero lo que sí sé como persona que consume literatura desde que me alcanza la memoria es que todo lo que se cuenta entre el “Érase una vez” y el “Colorín, colorado, este cuento se ha acabado” es ficción, es falso, no es verdad, es producto de la imaginación, como ustedes prefieran llamarlo. Y lo mismo ocurre con lo narrado o contado entre las tapas de un libro de cualquiera de los géneros literarios, con lo representado entre que se abre y se cierra el telón, con lo que puede verse en una pantalla desde que se apagan las luces hasta que se encienden de nuevo, con lo emitido entre el título y el final o la aparición de los créditos… En fin, en cualquier producto de la imaginación y creación artística humana. Puede parecer verdad, de hecho muchas veces quiere parecerse muchísimo a la verdad, pero no lo es. En eso consiste el pacto que hacemos los usuarios del arte con los creadores. Y el que no lo entienda es que su nivel cultural no alcanza el de cualquier niño pequeño al que le cuentan un cuento y ya sabe que el lobo feroz desaparecerá tras la fórmula de salida que más se use en su tierra del estilo de nuestro “colorín colorado”.
      Yo creía que alguien como un juez o un fiscal debía tener el suficiente sentido común, la suficiente cultura, como para entender algo tan simple y tan viejo como la humanidad. Y me asusta que no lo tengan, porque no me gusta el camino que estamos emprendiendo.
      Cuando era pequeña aprendí que podía pensar lo que quisiera pero no decirlo. Pero es que yo nací cuando aún había una dictadura y me eduqué en un colegio de monjas que no se enteraron de que había llegado la democracia, al menos mientras yo estudié allí. Sentía verdadero terror a que las monjas pudieran leer mi pensamiento, a que mis ojos retransmitieran lo que mi boca callaba y aprendí a mirar al suelo. Luego salí de allí y en el instituto, los profesores me obligaron a manifestar mi opinión y, a partir de entonces, he podido decir lo que pensaba sin miedo a ser castigada por ello.
      Esto se rompió el pasado 6 de febrero cuando me enteré de que dos titiriteros habían sido detenidos y estaban en prisión sin fianza por haber representado una obra de teatro en la que aparecía una pancarta que portaba un títere (imagino que su tamaño sería más el de un cartelito porque los títeres son más bien pequeños) en donde ponía “gora alka-eta”.
      No entendía nada. ¿Qué diablos estaba ocurriendo? Parecía que alguien me hubiese cogido por los hombros y, de un empujón, me hubiese trasladado a 1950. Intentaba escuchar, leer, entender y no salía de mi asombro. No era capaz de entender nada. Sólo sentía miedo, el mismo terror que cuando era niña y miraba al suelo para que nadie pudiera leer en mis ojos lo que pensaba. Tanto miedo que, cuando el viernes 12 de febrero fui a contar cuentos a la biblioteca, comencé recordando a todo el mundo que lo que ocurre entre el “Pues señor, esto era una vez” y el “Colorín, colorado, este cuento se ha acabado” es pura ficción, que nada es cierto y que ningún monstruo se saldrá del cuento, por malo que sea. Francamente, no me sentí libre ni a gusto. Y no quiero perder este derecho. Yo no sé ustedes, pero yo no quiero dejar de ser libre, quiero poder expresar mi opinión, leer, contar las historias que me apetezca, caminar con quien quiera, vestir como quiera, estudiar lo que quiera, trabajar donde quiera, besar a quien quiera y donde quiera… poder escoger a quienes quiero que gobiernen mi país.

2 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo contigo, Amparo! Entre el Érase una vez y el Colorin, colorado; todo es imaginación, creo que te voy a robar esa frase :*

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    1. Toda tuya, a ver si conseguimos entre todos que se universalice y ya no tengamos que lamentar más locuras como ésta.

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