martes, 7 de julio de 2015

MI LEALTAD ES PARA CON LOS NIÑOS IV

       La víctima.

      La criatura que sufre esto, no entiende por qué le están pasando esas cosas. No entiende qué hace mal. No sabe cómo agradar a ese alienígena que le ha tocado como profesor. No hace nada bien y eso es desolador. Su autoestima se va mermando a pasos agigantados porque no olvidemos que está formándose su autoimagen.
      El aislamiento a que se ve sometido le va restando habilidades sociales y capacidad para desarrollarlas, además de contribuir a que la imagen que los coetáneos le transmiten también sea negativa. Todos se acostumbran a que sea el marginado y, como algunos hacen sus pinitos en rechazarle y maltratarle con el beneplácito del habitante de Chusmistán, los roles, las formas de relacionarse y los comportamientos tóxicos se consolidan.
       La víctima puede reaccionar huyendo, intentando desaparecer o actuando con violencia. Cualquier camino lleva a una vía muerta. Desaparecer es imposible, huir genera victimización, la violencia engendra violencia y todo ello da razones a los acosadores. No hay salida.
      Su capacidad de aprendizaje se reduce, porque la víctima vive en un estado permanente de alerta que le garantiza la supervivencia y por todos es sabido que nadie filosofa mientras huye de los leones. 
      Comienza a tener miedo de cualquiera. Huye, se protege o se defiende cada vez que alguien se le acerca porque va perdiendo la capacidad de discernir si el acercamiento es amistoso o no. 
      Las noches se convierten en el momento más temido porque en ellas señorean la oscuridad y el sueño que permiten que campen a sus anchas las más terroríficas pesadillas.
      Cada mañana, al despertar, se preguntará si llegará vivo a la noche. Y empezará a fantasear con la muerte a la que ve como única salida. La definitiva. Si él o ella muere, acaban los problemas. 
      Deja de jugar con otros niños, por decisión propia. Se rinde. No quiere seguir enfrentándose a los golpes, a las humillaciones, a los insultos, a las vejaciones, porque el recreo es una extensión del aula en el que tienen vía libre los continuadores de la obra de la chusma. Prefiere estar solo y así refuerza, sin quererlo, la imagen de raro, de distinto que sobre él tienen los demás.
       Muchas de esas víctimas tuvieron que dejar ya un colegio por culpa del acoso escolar antes de los ocho años. Dejaron atrás algunos amigos, pero el maltrato ya ha hecho efecto en sus vidas y no les será fácil superarlo. En demasiadas ocasiones, vuelve a repetirse. En el nuevo colegio se encuentran con un eterno aspirante a ser humano que no logra entender las heridas de la víctima y que necesita tiempo, amor y respeto para curarlas, así que se iniciará el procedimiento acosador de nuevo. Será devastador para la criatura. Aprenderá que, efectivamente, no hay salida y asumirá que no merece ser respetado, que allá donde vaya será maltratado y que todo es culpa suya.
      Podría seguir describiendo el infierno, pero si han llegado hasta aquí, es porque lo conocen o lo imaginan, así que lo dejaré aquí: el eterno aspirante a ser humano y sus acólitos logran anular y destruir a su víctima, que no es sino una criatura.



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