Los actantes.
Mi lealtad es para con los niños. Tal vez por eso yo estoy aquí, condenada al ostracismo profesional, porque nunca apoyé a los que miran para otro lado, a los que con su actitud o sus palabras permiten la barbarie o la instigan, a los que maltratan de palabra, obra u omisión a los niños que tienen a su cargo. Pero también por eso, porque nunca pagué servidumbres, puedo hablar con total libertad y conocimiento de causa.
Mi lealtad es para con los niños. Tal vez por eso yo estoy aquí, condenada al ostracismo profesional, porque nunca apoyé a los que miran para otro lado, a los que con su actitud o sus palabras permiten la barbarie o la instigan, a los que maltratan de palabra, obra u omisión a los niños que tienen a su cargo. Pero también por eso, porque nunca pagué servidumbres, puedo hablar con total libertad y conocimiento de causa.
Reconozcámoslo,
esta profesión, la de maestro, o docente, como prefieren algunos, tiene
infiltrado a mucho eterno aspirante a ser humano. Pero es algo que, como
sociedad, nos hemos ganado a pulso. Cuando decidimos que no era necesario haber
aprobado la selectividad para entrar a estudiar Magisterio ¿qué pensábamos que iba
a ocurrir, que harían cola ante las Escuelas Universitarias los mejores
expedientes académicos? Cuando decidimos desprestigiar la profesión y pregonar
a los cuatro vientos que se aprobaba con la gorra a la vez que exigíamos
carreras universitarias para cualquier trabajo, ¿qué creíamos, que se llenarían
las aulas de gente con vocación? Cuando repetíamos a todo aquél que nos
escuchara que los maestros no trabajaban nada y que tenían más fiestas que
días, ¿qué suponíamos, que los aspirantes a maestros se caracterizarían por ser
los más esforzados trabajadores del país? Cuando convertimos la carrera en una
especie de estudios de cultura general, ¿qué imaginábamos, una legión de
lumbreras estudiando para ser maestros? Y cuando decidimos bajar el nivel de exigencia,
porque la sociedad entera decidió que saber escribir correctamente tampoco era
tan necesario pero que hubiera un buen número de aprobados que alentase a mucha
gente a matricularse sí que era imprescindible, ¿qué creíamos, que
nuestros hijos aprenderían a escribir por ciencia infusa?
Pues
nos equivocamos y ahora pagamos las consecuencias de aquél cúmulo de
despropósitos.
En
todas las profesiones hay personas que se distinguen por su mala praxis. Entre
el colectivo de maestros, también. Y si lo ético sería que, por el buen nombre
de la profesión, se marginara o incluso expulsara al mal profesional, allá
donde el componente vocacional debe regir la práctica, esta exigencia
debiera ser ley. Y no es así. Nunca es así. Admiramos a aquél que gana un dineral
sin echar un palo al agua así que no vamos contra él, ¿cómo podríamos? Seremos
cualquier cosa, pero incoherentes no. La pregunta que nos hacemos siempre es:
¿Qué hubiera hecho yo en esa situación? Y si la respuesta es: enchufar,
desfalcar, robar, mirar hacia otro lado, aparentar que trabajo o ni eso, pero
ir a trabajar y luego recoger el sobre… entonces, nadie condena a nadie. Lo que
ocurre es que en profesiones como la de maestros, una actitud tan irresponsable
es, si cabe, más lamentable porque las primeras víctimas son los niños a
quienes deberían formar para que sean los adultos de mañana y puedan contribuir
a formar un mundo más habitable y respetuoso. Y mal ejemplo se les da con
profesores así.
El
de los maestros es un colectivo poco corporativo, la verdad. Echamos pestes
unos de otros, nadie es mejor profesor que uno mismo y el otro siempre es
nefasto. Sobre todo si no lo es. Ahí sí que nos unimos cual falange romana a
masacrar al incauto o incauta que trabaja, al que le gusta su profesión y se preocupa
por sus alumnos. Y dejaremos de ser falange para convertirnos en las hordas
bárbaras de Atila, si los alumnos muestran su aprecio por el infame. Así somos,
aislamos, humillamos y acosamos laboralmente a aquél que nos hace sombra o, con
su trabajo, muestra nuestra pereza o ineficiencia.
Y
no sólo eso, como tenemos en nuestras filas a lo mejor de cada casa, algunos
están en este maravilloso oficio para ganar un dinero, tener un buen horario y
muchas vacaciones (¿les suena?) y como creen que enseñar es fácil porque ellos,
los más listos del mundo mundial, saben más que la panda de mocosos que tienen
a su cargo, ¿para qué van a prepararse una clase, una materia o unos materiales
más acordes con el mundo al que pertenecen sus alumnos? Ellos van a pasar un
rato, de 9:00 a 12:30 y de 15:00 a 16:30 de lunes a viernes, por poner un
ejemplo, sin demasiada complicación. De manera que, si por la razón que sea, les
toca una mosca cojonera en su clase, léase alumno con cualquier problema (alta
capacidad, baja capacidad, enfermedad, discapacidad, baja atención, etc.),
entonces sale el eterno aspirante a ser humano que en realidad es y se dedica a
machacar –o a dejar que otros le machaquen, que es más limpio y perverso– al
pobre niño hasta que desaparece literal o simbólicamente. Y si la mosca
cojonera son los padres de la criatura que han descubierto lo que ocurre,
pasamos al plan B, los aislamos, les etiquetamos de sobreprotectores y los
ignoramos hasta que se aburran y desaparezcan. Es cuestión de tiempo y en la escuela
pública es lo que les sobra, en la privada lo tienen más difícil si no son
íntimos amigos de su propio jefe el cual también debe ser eterno aspirante a
ser humano, pero son como las meigas, haberlos, haylos.
Contra
esta panda de canallas habría que actuar, deberíamos desterrarlos de la
docencia. Podríamos enviarlos todos juntitos a algún planeta remoto y
deshabitado, no importa si no tiene las mismas condiciones de habitabilidad que
la tierra, recuerden que no son seres humanos como nosotros (ningún ser humano
al uso sería capaz de hacer daño a un niño o permitir que otro se lo haga
impunemente). Deberíamos actuar, en primer lugar, porque son nuestros niños y, en
segundo lugar, porque estos seres son los que también maltratan a los buenos
maestros y se los pierden nuestros niños.
Y
los buenos maestros existen, parece que no, pero sí. Están haciendo su trabajo
en unas condiciones laborales y emocionales desesperantes, ayudan a crecer a
nuestros hijos, se preocupan por su bienestar y por su futuro, les enseñan y
les educan y nuestros hijos les quieren y les respetan.
A
los padres que me leéis, os ruego que apoyéis a los maestros y luchéis contra
los impostores y mucho más contra los eternos aspirantes a humanos.
A los maestros que me seguís,
os pido que seáis fuertes para desterrar de las aulas a los impostores y, sobre
todo, a los eternos aspirantes a ser humano.
A todos, que, por favor, vuestra lealtad, como la mía, esté con los
niños.
Hola,estoy en las dos partes como madre y como mujer de un extraordinario docente y cuánta razón hay en tus palabras y cuánta falsedad e intereses mueven al ser humano que no somos capaces de tener actitud crítica y tomar partido antes las injusticias.Gracias porvtu ánimo!
ResponderEliminarTodo mi ánimo, apoyo y reconocimiento a tu marido. Y le extiendo mi petición de luchar contra los malos maestros.
EliminarHola de nuevo,felicitarte por tu extraordinario trabajo y por promover actitudes críticas.No perdemos la ilusión de seguír luchando pero hay demasiados interes creados que tiran con más fuerza.¡Qué difícil es mantenernos firmes a nuestros ideales!.Muchas gracias por tus ánimos.
ResponderEliminarLo imagino, Carmen. Pero es todo lo que tenemos y lo que podemos dejar como herencia a nuestros hijos. Ánimo y fuerza.
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