Al día
siguiente, mi hijo me pidió la segunda parte, así que le conté quién era Paris,
el muchacho que tuvo que decidir qué diosa era la más bella. Si queréis escuchar la historia, pinchad aquí.
Le hablé de la profecía que había marcado el nacimiento de ese niño:
Le hablé de la profecía que había marcado el nacimiento de ese niño:
“Por causa del
niño que ha de nacer, caerá Troya”.
―¿Qué es Troya? ―me preguntó.
―Una ciudad estado de la
Grecia clásica.
“Así que,
Príamo tuvo que decidir entre su hijo y su ciudad”.
―Y eligió el hijo ―afirmó con suficiencia.
―Pues no. Escogió la
ciudad.
―¿La ciudad? ―Los ojos se le salían de
las órbitas― ¿Cómo
que la ciudad?
―Supongo que consideró que
era su deber como rey.
―Pues qué mal padre ―sentenció.
“En cuanto el
niño nació, Príamo se lo dio a uno de sus pastores, que se llamaba Agelao, para
que lo llevara al monte y lo matara”.
―¿Al bebé? Ese hombre
necesita un psicólogo. En serio, no está bien de la cabeza.
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