jueves, 11 de octubre de 2018

ODIO A PRIMERA VISTA

    Me encontré en Facebook un hilo que abrió Marlen MH a partir de un vídeo que compartió (Pincha aquí para ver de qué hablo).

    La primera vez que me ocurrió, me traumatizó, la verdad, porque la recuerdo perfectamente. Era una tarde soleada y calurosa de un verano cualquiera de hace muchos, no sé cuántos.
 
    No sé a vosotros, pero a mí me sucedió que, a partir de una cierta edad (no recuerdo cuál), los años se convirtieron en una sucesión de días con cosas que hacer por los que transito. Y como yo, en mi conciencia, soy siempre yo, igual a la que soy ahora, me refiero a igual de alta, con lo que veo lo que me rodea desde la misma perspectiva, y tampoco hay ya ninguna otra cosa que distinga un año de otro, como pudiera ser el curso académico, los compañeros, el lugar de veraneo…, me resulta imposible saber cuándo ocurrió algo, hace cuántos años. Así, desde entonces, los acontecimientos ocurren como en los cuentos tradicionales: “hace mucho, mucho tiempo”.
 
    A lo que iba: Hace mucho, mucho tiempo, una tarde soleada de verano, estaba yo nadando en la piscina del apartamento y la compartía con dos chavales. A decir verdad –y eso me tenía que haber puesto en sobreaviso–, el sol lo inundaba todo menos la piscina que permanecía en la sombra. Regresaba yo de la parte más honda hacia la que menos cubría cuando uno de los muchachos se lanzó al agua cerca de mí. Fue en ese momento cuando el otro, educado donde los haya, amonestó a su amigo diciéndole:

    -¡Cuidado con la señora! No la molestes.

    Coincidió que yo giraba la cabeza hacia el lado en el que se encontraba el chico educado y la sacaba para coger aire. Entonces le vi, plantado sobre el pretil de la piscina mirando a su compañero y reprendiéndolo con la mirada. Y en ese mismo instante sentí, por primera y única vez en mi vida, el odio a primera vista.

    Todos conocemos el amor a primera vista. Yo no recuerdo haberlo sentido nunca, pero no es difícil averiguar qué se siente tras haber leído tanto sobre él o haberlo visto reflejado en tantas películas, pero el odio a primera vista… Eso fue algo que me sobrevino, me atacó por sorpresa y que, todavía hoy, me produce cierto malestar en el estómago al recordarlo.

    Poco a poco me acostumbré a la existencia de esos seres quasi imberbes o de caderas sin vestigios de celulitis que hacían gala de su buena educación hablándome de usted. Sin embargo, varios días después del hilo abierto por Marlen MH, me volvió a ocurrir.

    Me invitaron, a la fuerza, a entrar en una sesión de puertas abiertas de una actividad que resultó ser mágica y muy interesante. El profesor era –y digo bien, era– un chico joven que supo conducir la clase y captar los variados intereses del resto de participantes y vencer mi resistencia educada a permanecer donde creía que sobraba por carecer de las habilidades necesarias.

    Una semana más tarde, hablando con el dueño del local donde se realizó la sesión, al cual conozco desde hace algún tiempo (que quiere decir que no sé cuánto pero no parece demasiado lejano en mi memoria), me comentó que el chaval –nótese el cambio de nomenclatura que nada tiene que ver con evitar la reiteración– le había dicho que “la señora” le había hecho un comentario que le había emocionado.

    A ver, entiendo que estoy lejos de ser considerada una chica (¡mis años me ha costado dejar de ser una “nena” para mis compañeros de profesión!) y más desde su corta experiencia vital, seguramente para un nonagenario sería una chica y para Matusalén una niña. Pero ¿qué tal mujer? Yo, en sensu contrario, utilizo la palabra hombre para referirme al espécimen masculino de mediana edad, calvo o no, canoso o no, pero al cual la palabra chico se le ha quedado estrecha. Y lo mismo hago con mis coetáneas a las que dedico la categoría de mujeres. ¿Le habría costado algún soponcio evitar el mío y utilizar la palabra mujer para describirme?

    Pero sin duda alguna, lo peor es tener que estar agradecida al muchacho –nótese de nuevo el sustantivo escogido con el que intento colocarme en su nivel de educación a la par que intento darle una lección de empatía– porque no me llamó anciana decrépita, cortesía a la que respondo no usando el apelativo de “yogurín” para referirme a él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario