lunes, 17 de septiembre de 2012

HISTORIAS DE VERANO (II)

Una de las cosas que tiene el verano es la democratización de los lugares públicos, de manera que a ellos acudimos gentes de toda condición y nos mostramos en todo nuestro esplendor…


Estaba yo en la playa, una mañana calurosa, sentada en el enorme pañuelo que me separa de la arena y se ensucia menos que una toalla, mirando el mar distraídamente cuando, a mi izquierda oigo una voz masculina que en tono impaciente pregunta:

-¿Te vienes o no?

Giro la cabeza por puro instinto cotilla y me encuentro con que a mi lado, así como sesgado con respecto a mí y de pie había un hombre vestido con un bañador negro que debiera haber sido ajustado pero no lo conseguía y del que, por tanto, salían con más espacio del recomendado dos piernecitas flacas y peludas, en medio de las cuales colgaba demasiado evidentemente para mi gusto lo que el bañador, de haber sentado como debiera, debería haber ayudado a sujetar ya que la edad causa estragos en todas las partes. El hombre, peludo y algo amorfo, se dirigía a una de las dos mujeres que estaban sentadas a sus pies y en sendas toallas. La aludida se levantó para acompañarle al agua. Entonces se colocaron delante de mí avanzando hacia el mar, impidiéndome seguir disfrutando con su visión y haciendo que me preguntara una y otra vez si era realmente necesario ofrecer al público tal espectáculo. Y mirad que yo admiro a la gente sin complejos, pero hay algo que raya en la ofensa visual un exceso de impudor que a uno le hace sospechar que el interfecto no tiene a nadie que le quiera y le diga que “eso” no le sienta bien.

Veréis, entre el mar y yo, aparecieron de pronto el individuo peludo, de brazos flacos, cuerpo algo parecido a un óvalo tembloroso y dos piernas y media flacas y pendulantes, sobre todo la media, al que acompañaba una individua con melena leonina estropajosa y pobre, cuerpo que, por detrás, parecía el de una galleta maría a la que se la hubiera metido un poquito en leche y se le hubiera afilado la parte de abajo que, para más inri mostraba sin ningún pudor con una especie de tanga negro que se metía por una raja enrojecida hasta el escozor y descubría en una de las nalgas un enorme tatuaje de una pobre mariposa con las alas extendidas que se dirigía hacia un sol poniente. Pero es que cuando el contacto con la primera ola les hizo ponerse de lado, pude observar que el cuerpo de ella, de perfil, se parecía más al de un huevo con una protuberancia arriba y que formaban los enormes pechos que se le apoyaban en la barriga y él, bueno, a él yo no sé qué se le movía más, si sus laxos músculos o sus genitales de buey entrado en años.

El caso es que aún sigo preguntándome si era realmente necesario…

1 comentario:

  1. Lo que me he podido reir. Me has recordado a mi que me encanta "analizar" a la gente que me rodea cuando voy a la playa. La verdad, me maravilla la gente que es capaz de exponer su cuerpo de la forma que quieren sin, complejos. No obstante, el hecho de entretenerme en esa critica hacia lo que no me gusta o yo no llevaria, no hace que haga nada malo.

    Me encanta tu descripcion de la anatomia de "ese macho iberico", creo esta en todo su derecho a ir como quiere, al igual que nosotras lo tenemos de entretenernos en analizar estas cosas en la playa.

    Un saludo. Inge.

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