lunes, 28 de marzo de 2011

¿Bien o te cuento?

Mi amiga y yo conocimos hace tiempo a una mujer con la que trabamos amistad. Un día coincidimos en el pasillo de la facultad. Una de nosotras, no recuerdo cuál, le preguntó que qué tal estaba y ella contestó sonriendo “¿Bien o te cuento?”
Nos reímos al percatarnos de una realidad tan evidente e invisible a un tiempo y mi amiga y yo todavía comentamos aquella frase y seguimos riéndonos. Y es que hay frases que se dicen por cortesía, por quedar bien, pero están vacías de cualquier contenido semántico que, a priori, pudieran tener.
La mayoría de las veces, el que pregunta a otro que qué tal está, no espera más respuesta que un “bien”. Es más, si pudiera, tras la pregunta saldría corriendo como alma que lleva el diablo para evitar la tentación de su interlocutor de compartir con el incauto preguntón sus cuitas, venturas y desventuras y si no lo hace es, seguramente, por que el diablo le ha clavado los pies al suelo pero mentalmente, fijo que está poniendo velas a todos los santos para que se cumpla su deseo. Por eso, la contrapregunta de “¿Bien o te cuento?” es muy útil para aclarar los términos a quienes no gozamos de las suficientes habilidades sociales como para descubrir de un vistazo si quien pregunta de veras está interesado en nuestra vida o sólo pregunta por educación.
Otra de las frases corteses pero huecas es la que se dice al despedirse de alguien a quien hace mucho que no se ve y que tiene dos versiones: “Tenemos que quedar un día” o “Nos llamamos y quedamos”. El día que descubrí que ésta tampoco quería decir lo que dice me llevé un gran disgusto. Me encontré en el autobús con una amiga de la infancia. Charlamos de mil cosas, pero el trayecto era corto y no nos dio tiempo a ponernos completamente al día, sin embargo mientras se apeaba en su parada, me dijo lo que resultó ser mi gran decepción: “Tenemos que quedar y seguir hablando, nos llamamos y quedamos”. Cuando la puerta del autobús se cerró tras ella y el vehículo reemprendió la marcha comprendí con amarga tristeza que era imposible, a menos que el azar decidiera volver a juntar nuestros caminos, que tal cosa sucediera porque no habíamos intercambiado los números de teléfono. Desde entonces, siempre que me sueltan la consabida frasecita, contesto con un “cuando quieras, éste es mi número de teléfono. Llámame y quedamos” y hala, la pelota en su tejado.
Sin embargo, acabo de descubrir que se está poniendo de moda otra de estas expresiones y no he encontrado aún respuesta tan buena como el “¿Bien o te cuento?”, para que, los que carecemos de habilidades sociales no nos llevemos desilusiones, así que se admiten sugerencias. Me refiero al “Si me necesitas, me llamas”.
Estábamos tomando un café el otro día unas amigas y una de ellas, cuya madre ha muerto recientemente, nos comentó indignada –y con razón desde mi humilde parecer–, que su suegra la había llamado por teléfono después de varias semanas sin noticias de ella, para preguntarle (supongo yo que aleccionada por el novio de mi amiga) qué cómo estaba. Mi amiga, que aún no ha aprendido lo del “¿Bien o te cuento?”, le contestó con sinceridad, es decir, que sobrellevándolo como podía, unos días mejor y otros peor. La suegra se aprestó a informarla de que si necesitaba algo que la llamase porque –y atención– como ella (la suegra) estaba “así” igual no se acordaba de llamarla para preguntar. Claro mis ojos se abrieron como platos. ¡¡¡¿Así de qué, de sinvergüenza?!!! Evidentemente mi amiga entendió entre líneas y se apuntó que en caso de necesidad, nunca, pero NUNCA, podía contar con la suegra.
Pues mi sorpresa fue mayúscula cuando otra de las presentes alegó que su suegra era reincidente en ese tipo de frases y explicó que hace unos dos meses su hijo pequeño, que acababa de cumplir un año, tuvo que ser ingresado de urgencias en mitad de la noche. A la mañana siguiente, cuando ya el peligro había pasado relativamente y el bebé estaba en planta en observación, ella se fue a casa a cambiarse de ropa y recoger al mayor (que tampoco estaba muy bien pero era un catarro fuerte) del colegio para darle de comer. Su marido se quedó con el pequeño a la espera de que ella regresara al hospital después de dejar de nuevo en el colegio al mayor. El marido aprovechó su ausencia para llamar a su madre (la de él) y contarle lo que había ocurrido con el pequeño. A lo que su madre (la de él) respondió, con la frasecita de los huevos de “Si me necesitas me llamas”. El marido de mi amiga, ducho en trances semejantes (a fuerza obligan y seguro que no era la primera vez que su madre soltaba una prenda de ese estilo), obvió decirle que hubiera sido todo un detalle por su parte (la de su madre) que invirtiese unos quince minutos en acercarse al hospital para ver a su nieto y de paso le sustituyese aunque fueran cinco minutos en el cuidado del bebé, para que él, su hijo, pudiera comer siquiera un bocadillo a una hora decente, y bueno, que el detalle habría sido sin par si se hubiese ofrecido para recoger al mayor del cole a las 5 de la tarde para que él, su hijo, pudiera tumbarse en una cama y tratar de abandonar la postura de 4 que había adoptado su cuerpo tras pasar una noche en vela sentado en la silla de la sala de espera de un hospital. De manera que, el marido de mi amiga tuvo que comer a correprisa y pasadas las cuatro de la tarde el guisado ya frío y pastoso que había preparado su esposa y salir corriendo a buscar a su hijo al colegio.
Pues no contenta con eso, la reincidente suegra de mi amiga volvió a repetir su ofrecimiento de “Si me necesitas me llamas” un mes más tarde cuando su hijo le informó de la fecha exacta para la que se había programado una intervención quirúrgica con anestesia total para el mayor de los niños. Evidentemente, recibió la ansiada respuesta de “Tranquila, que está todo controlado” que es la que con toda seguridad deseaba escuchar. Pero es que no sé yo qué parte de que si su hijo tiene a su vez dos hijos y uno de ellos está ingresado en un hospital alguien debe cuidar del otro es la que no quiso entender esa buena señora. Puede que alguno se pregunte qué hacían los padres de mi amiga. Pues, evidentemente, son los que cuidaron del niño que se quedaba en casa.
Por supuesto, mis amigas tienen borradas a sus suegras de la lista de personas con quien contar y las han apuntado en la de “Arrieritos somos” , pero, igual que yo, no dejan de estar perplejas ante esa frase vacía así que reitero mi petición de respuestas posibles para devolver la pelota o poner en su sitio a quien, debiendo actuar con afecto, actúa sólo con vana cortesía.

2 comentarios:

  1. Tienes toda la razón del mundo. La vida te hace pasar por experiencias, que te van enseñando (a fuerza de glopes) la dura realidad.
    "Si me necesitas me llamas" ¿Y qué pasa si a la persona en cuestión le cuesta un mundo pedir ayuda?.
    A todo esto le veo un problema, que luego, hay mucha gente (me incluyo), que en momentos en los que te hacen ciertas cosas dices "arrieritos somos", pero llegados la hora de la verdad, no podemos comportarnos de la misma forma que nos trataron. ¿La razon? ¿Estupidez? ¿Ser idiota?... la verdad, no lo tengo demasiado claro, pero es una realidad como un templo.
    Saludos.

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  2. Es que la pelota no tiene por qué estar en el tejado del que supuestamente necesita ayuda. Es que si de veras esa persona quisiera ayudarte no te diría "Si me necesitas me llamas", te diríam "¿Qué hago?" "¿Qué necesitas?" O simplemente "Voy y te echo una mano". Así que importa poco si te cuesta un mundo o no pedir ayuda, lo que importa es que te has cruzado con alguien que sólo quiere quedar bien y que encima te está haciendo sentir mal por no saber pedir ayuda.
    En cuanto a la última cuestión, sinceramente, creo que la explicación radica en que, gracias al cielo, no todos somos iguales.
    Un beso.

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