jueves, 25 de agosto de 2016

ESCENA QUINTA O DE CÓMO EL DEBATE SOBRE EL MACHISMO SE CUELA EN LA VIDA DIARIA

      Tras unos días de disfrutar de otros paisajes, regresamos al apartamento justo para asistir al último día de fiestas. Estaban disputando el torneo de dobles de tenis infantil. Todo parecía seguir en la misma línea que cuando nos marchamos: los jugadores, chicos; las animadoras, chicas; los entrenadores, padres; las avitualladoras, madres.
      De repente algo llama nuestra atención: ¡Hay chicas en la cancha! Contamos hasta seis chicas de la misma edad que los jugadores. Ninguno superaba los trece años. Ellas iban uniformadas –juraría que se habían puesto de acuerdo–, con un top y unas mallas deportivas cortas pero no llevaban raquetas. Sin embargo, se movían rítmicamente por la pista y cambiaban de sitio siguiendo un orden previamente establecido. Eran las recogepelotas. Los chicos que terminaban sus partidos se iban a la piscina o a jugar por ahí. Ellas permanecían en sus puestos solícitas a las órdenes de los nuevos muchachos que les pedían una pelota.
      Entonces se nos vinieron encima todos los comentarios, los artículos y las respuestas a los artículos que durante las olimpiadas han ido asaltando las redes sociales y que giraban en torno al tratamiento que reciben las deportistas en los medios de comunicación.
      Si ya es difícil practicar en este país cualquier deporte que no sea fútbol (tenis o baloncesto también son respetados aunque de lejos); si ya es complicado destacar –y más internacionalmente– en alguno de los deportes marginados, porque la exigencia del entrenamiento dificulta la compatibilización con otro trabajo y la exigüidad de las ayudas, que no sueldos, obliga a compatibilizarlos si uno quiere comer, las mujeres que han conseguido medallas olímpicas son heroínas que deberían merecer todo nuestro respeto.
      En una sociedad que relega a la mujer al rol de comparsa dentro de los deportes, la que practica algún deporte es rara avis y las que destacan internacionalmente, milagros de la naturaleza y ejemplo de constancia y esfuerzo a seguir.
      Y lo peor de todo es que en ningún momento he visto a esas niñas o mujeres incómodas en su papel, antes al contrario. Además, en concreto, las recogepelotas, vestidas todas iguales para la ocasión, me recordaban una y otra vez las imágenes y las palabras de una prensa deportiva que sólo ensalzaba una determinada concepción de la belleza física femenina. Que resulta paradójico –me decía mi Pepito Grillo particular–, que se les ponga como modelo a alcanzar el cuerpo esbelto y musculado de las deportistas, pero no se les muestre el esfuerzo y las horas de entrenamiento que hay detrás de ese cuerpo. Así se pasan la vida intentando estar delgadas y “buenorras” sin moverse de un banco de parque y con el único ejercicio de llevar pipas a la boca. Y luego se lamentan de no conseguirlo; y dejan de comer, o comen porquerías que alguien promete que adelgazan; y maldicen y critican a las que tienen el cuerpo de las revistas; y… Se sigue, en definitiva, fomentando el consumo femenino basándolo en la infelicidad que produce la necesidad de alcanzar metas inalcanzables impuestas por otros que, para colmo, ni siquiera son mujeres.
      No es de extrañar, pues, que esa mal-llamada prensa deportiva (que, creo, sólo era una prensa futbolera reciclada durante quince días) se dedicase a ningunear a unas mujeres que estaban –o no– consiguiendo éxitos (aunque llegar a una Olimpiada ya es un gran éxito). De esas mujeres impertinentes que se empeñan en contradecir la norma no escrita de servir al varón en cuantas necesidades pueda tener, sólo interesan sus cuerpos hermosos, si es que los tienen, si no, se las humilla sin compasión.
      Cuando, desolada, me alejé de las canchas de tenis, mi encontré con mi hijo pequeño junto a una niña de unos diez años que, sentada en un banco, se dedicaba a hacer pulseras. Mi hijo la miraba en silencio. De la nada apareció una pequeña de la edad del mío que le espetó, en un tono despótico y desagradable, que no vendían nada. Mi hijo vino a cobijarse a mis piernas mientras miraba desconcertado a la niña.
      ‒Ni él quiere comprar nada –contesté yo–. Sólo quiere aprender cómo se hacen ¿verdad? –Y
empujé levemente al niño hacia adelante para que se enfrentara a la situación.
       ‒Es que los niños no pueden estar aquí aprendiendo –dijo la niña con desparpajo–. A ellos los mandamos a recoger cosas por ahí y traérnoslas para que hagamos las pulseras.
       ‒¿Cosas? ¿Qué cosas? –me interesé yo.
       ‒Cosas. Lo que encuentren.
       ‒Basura –concluyó mi marido.
       ‒Reciclamos –le corrigió ella.
      Algo estamos haciendo mal, en algo nos estamos equivocando, cuando las niñas de seis años son las que llevan la voz cantante en las relaciones con sus compañeros masculinos y a los doce sólo son sus recogepelotas.

2 comentarios:

  1. deberías dejar que los niños resolvieran sus conflictos ellos solos y no interpretar todo como machismo o feminismo.
    solo te diré que los cambios siempre son bruscos y desmedidos hasta que buscan su justo y natural equilibrio. Estas muy trasnochada.
    No te preocupes que llegará el día en que las mujeres consigamos defender nuestro feminismo correctamente; es sólo cuestión de tiempo. mientras tanto sucederán estas y muchas cosas más.
    Ojalá ellas consigan lo que nosotras no hemos podido logras. Mi voto de confianza hacia las mujeres y hacia los hombres que las respetan también.

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  2. Hola anónimo:
    Ante todo, gracias por comentar. Y después, responder a tu comentario.
    Debería..., no debería... ¿Por qué?
    Ya escribí una vez sobre lo que opino al respecto de los consejos no pedidos, te dejo el enlace por si quieres leerlo:
    http://porquenomecasoconnadie.blogspot.com.es/2015/11/los-consejos-no-pedidos-y-las-modas-el.html
    Es un artículo que se refiere a los consejos a los padres, pero es extrapolable.
    En cuanto a lo de que estoy muy trasnochada, debe ser que hace mucho que no me ves porque todo el mundo dice que este verano me está sentando muy bien, que tengo un bonito color de piel. Aún así, gracias por tu preocupación, seguiré cuidándome.
    Por último, en cuanto al fondo del asunto, todo es opinable, pero si tú eres feliz así, me parece estupendo. ¡Enhorabuena!

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