martes, 8 de junio de 2010

Perdón por ser humana

Estamos en las cavernas. Los lobos, o cualquier otro animal salvaje hambriento, amenazan con entrar a saciar su hambre. Nosotros somos su alimento. Tenemos miedo. Mucho miedo. Vamos a morir. Menos mal que hay entre nosotros un héroe. Un valiente –o temerario, según se vea- que no teme al enemigo. Sale dispuesto a luchar contra él. Le siguen otros héroes, fanáticos o locos que quieren emular al héroe. Ser como él. La lucha es cruenta, encarnizada. Los héroes mueren en las fauces de los animales salvajes mucho más fuertes que ellos, que no tardan en devorarlos. Se olvidan de nosotros. Los cobardes –o prudentes, según se mire- que quedamos en la cueva. Ya no tienen hambre. Nos hemos salvado. Honramos a nuestros muertos y, mientras construimos un refugio mejor para protegernos de los animales, contamos la historia de lo ocurrido a nuestros hijos que escuchan maravillados cómo aquellos valientes llegaron a disfrutar de la mejor de las vidas junto a los dioses de los que descienden. Somos cobardes pero agradecidos. Así que mientras concedemos la inmortalidad (la única que conocemos, la de permanecer en la memoria de los que quedan) a los que se autoinmolaron por la supervivencia de la especie, plantamos la semilla del sacrificio heroico en las frágiles e impresionables mentes de nuestros pequeños, deseando, eso sí, que germine en los hijos de otros.

La humanidad ha crecido. Ya hay distintos grupos, tribus, colonias o pueblos. Ahora el enemigo es otro grupo, tribu, colonia o pueblo. Luchamos por el alimento, el territorio o la posibilidad de vivir mejor. Ah, no, que esto suena muy feo, nos defendemos de los enemigos que son malos malísimos y, por no tener, no tienen ni familia que les llore, y porque si no atacamos, nos atacarán ellos.
Ya tenemos una clase dirigente que son los que envían a nuestros hombres a la guerra (ahora se llama así) mientras ellos se quedan en casa con las mujeres, niños y ancianos (que es a los que nos está permitido ser cobardes). Hemos descubierto el poder de la guerra y lo beneficiosa que es para alguno, qué casualidad que siempre lo es para los que mandan, que cada vez se hacen más ricos, pero apenas importa porque ellos también lloran. Nuestros hombres, decía, acompañan a un héroe en busca de paz (¡qué paradoja!), libertad, poder o riqueza y, sobre todo, en busca de honor y fama…, de inmortalidad. A cambio de aguantar el tipo ante el miedo lógico, les está permitido cometer contra el enemigo, ese malo malísimo que se merece todo lo que le pase porque por no tener, no tiene ni quien le llore, todo tipo de desmanes y tropelías, amén de dejarse llevar por la lujuria y la sed de sangre que parece consustancial a cualquier acto violento de esa calaña. Y claro, los que quedamos en casa y los que lograron regresar vivos seguimos contando a nuestros hijos las hazañas bélicas de aquellos hombres –alguna mujer ha habido, pero nosotras no hemos escrito la Historia- que, aunque jamás fueron buenos hijos, maridos o padres (gajes del oficio heroico), dieron su vida por que la nuestra fuera mejor. Y seguimos sembrando la semilla con el deseo de que germine en los hijos de otros.
Pero los tiempos avanzan y una vez descubiertas las ¿bondades? de la guerra, ¿por qué no usarla con la frecuencia que la economía (la de quienes mandan, claro) requiera? Y mejor aún, ¿qué tal si la planteamos lejos de nuestra casa? Así se benefician, los que mandan, claro, de todas las ventajas pero no sufrimos más inconveniente que el de llorar a los caídos en tan honroso acto de servicio, que, bueno, no deja de ser un daño colateral perfectamente asumible e inevitable.
Así pues, los enemigos malos malísimos que por no tener, no tienen ni quien les llore son aquéllos que piensan, viven o creen distinto a nosotros, los mejores del mundo mundial, los únicos con derecho a vivir tranquilos en el planeta porque tenemos la razón y el conocimiento absoluto (ni qué decir tiene si, además, nos viene por concesión divina). ¡Bueno! Pues no somos nadie, nosotros, los humanos, buscando excusas. Los héroes que jamás fueron buenos hijos, maridos o padres (gajes del oficio heroico) ya no arengan a nuestros hombres para que defiendan el territorio, la vida o la riqueza de quienes mandan, ni siquiera para que busquen la propia inmortalidad, ahora defienden nuestra forma de vida tan civilizada, frente al bárbaro enemigo que pretende imponer modelos de vida arcaicos por los que cayeron nuestros mártires.
Y es que los que mandan, a veces, también cometen desmanes contra nosotros, los de abajo, los que sólo pretendemos vivir una larga y tranquila vida acompañada de nuestros seres queridos, los de nuestro clan. Por eso surgió un subtipo de héroe, el mártir. Aquél que se alza contra el poder establecido y tiránico en busca de justicia y libertad. Pero, claro, estos héroes son molestos. Muy molestos. Y, antes, el poder acababa con ellos bruscamente. Los barría sin darse cuenta de que los convertía en mártires de una causa, con lo que llegaba la segunda fila de combatientes enfervorizados y luego la tercera, y la cuarta… y así hordas y hordas de exaltados con los que, aprendieron, era mejor pactar. O pervertirlos, pero ésa es otra historia.
De manera que, estos mártires cargados de buena voluntad que residen en lugares cómodamente habitables, hoy ponen sus ojos en aquellos lugares, alejados normalmente del centro, donde la injusticia y el hambre campan por sus respetos y la vida es más difícil. Allí suelen molestar menos a los que mandan, sobre todo si dedican sus esfuerzos a mejorar, con su trabajo, la vida de los de allí. Porque si lo que hacen es empuñar palabras escritas o gritadas… la cosa cambia. Vuelven a ser molestos y dejan de ser héroes para pasar a ser activistas (léase peligrosas moscas cojoneras, y perdón por la expresión, susceptibles de ser violentos) y se alinean con los terroristas (héroes venidos a menos por pertenecer al enemigo malo malísimo que por no tener no tiene ni quien le llore) y entonces los que mandan se ven en la obligación de decidir si los convierten en mártires con todo lo que eso conlleva o los pervierten (que mira que es difícil en ocasiones) porque lo de pactar con ellos es lento, lentísimo y no está el mundo para aguantar molestos moscardones. Aunque si quien manda es el que manda en este mundo mundial no hay tal disyuntiva, se opta por barrerlos y listo, porque ¿quién es el guapo que se enfrenta a la decisión del supermandamás por muy bárbara que ésta sea? Nadie que tema perder su silla, su estatus, su clan…, en definitiva, ninguno de los cobardes que quedamos en este mundo, porque hoy el lobo no sacia nunca su hambre y ¿quién quiere ser el próximo en convertirse en su alimento?
Hace tiempo que se dejaron de contar historias de héroes, se dejó de sembrar la semilla y hoy, hay carestía de héroes y superpoblación de lobos… y de cobardes.
Por eso, yo, que soy una de esas cobardes de rancia estirpe, aprendí de mis mayores (que fueron todos buenos hijos, cónyuges y padres, por eso estoy aquí) a mirar hacia otro lado cuando se trata de buscar héroes para así salvar la propia vida o la de la progenie. Y, aunque no me caso con nadie, agradezco la existencia de héroes, contaré al gran público las hazañas de aquéllos que dieron su vida por llevar alimentos, esperanza o altavoces a los desfavorecidos, pero, en privado, transmitiré mi herencia de mirar hacia otro lado para preservar mi especie. Sin embargo, prometo que si alguna vez caigo, cual torpe Goliat, intentaré medir bien mi caída para que mi último aliento no apeste al hábil David, ni un mechón de mis enmarañados cabellos ose herir su pseudodivina piel, porque no hay nada de peor gusto que morir traicionando la buena fe de tu verdugo.

4 comentarios:

  1. EEEEEoooooooooo!!! Hay alguien por las alturaaaasss??? aaah síii, creo divisar a Cas escribiendo para los "grandes" y para presentarse al Oscar -ay no- al Premio Nobel de Literatura.
    Niña, esperaba a que el Sr Anónimo te contestara para saber de que iba eso, pero veo que se ha quedado en blanco y patidifuso como yo jajaja.
    Menos mal que has tenido la amabilidad de coger el teléfono y darme una explicación.
    Olé. Olé, olé y olé.
    Ahí me quedo que ya me está dando vértigo.
    Besets.

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  2. Jajaja, muy graciosa. Pues nada, seguiré pasando frío, que no sabes la temperatura que hace por aquí arriba.

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  3. Para mi los héroes de verdad lo son a pesar y precisamente por que tienen miedo. Si no lo tuvieran serían insensatos,locos,temerarios,sin ningún otro mérito que su atrevimiento, o sus "superpoderes",si el (super) héroe se llama bat-man, spider-man o super-man!. Conozco a muchos héroes y heroínas, que miran a otro lado pero tienen una visión periférica asombrosa y que hacen, sino lo suficiente, si lo necesario!. Enhorabuena por tu blog, es un placer leerte.

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  4. Completamente de acuerdo con tu visión de los héroes, Teresa. Además añadiría que son absolutamente necesarios en la sociedad. No estaríamos donde estamos sin ellos. Así que da igual si viajan a pie, en caballo, en carro de combate, en barcos o en caravanas; si con ellos portan armas, alimentos, palabras o ideas; lo que importa es su arrojo.
    Esta semana vi en la televisión una película: "La última fortaleza". Parece que me hubiera inspirado en ella para escribir el artículo.
    Muchas gracias por leerme y por escribir. Es un placer tenerte por estos lares, bienvenida y que se te vea con frecuencia que me encanta leerte.

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